Luego de que Julianne se marchó, me senté frente al mar, dejé que el agua tocara mis pies y miré las olas desde la playa. Viéndolas venir una tras otra, me invadió una sensación de permanencia. Quería estar ahí, quería quedarme frente al mar. El viento trasladaba la arena por los aires y me golpeaba la cara con ella. Mi piel se sentía pegajosa. El cielo comenzó a nublarse y un trueno retumbó.
Sin embargo, yo no me quería ir.
Pensé en Julianne, en quién era ella; pensé en el dos de julio y pensé en mí. Me pregunté, por enésima vez por qué no me gustaban los veranos, por qué prefería estar en clases que vacacionando en alguna playa y qué había en mis veranos que me habían vuelto tan amargado. Me pregunté qué había cambiado este año.
Y me pregunté por qué no fui tras mi amiga.
¿Por qué tenía ganas de quedarme ahí, frente al mar, justo después de que mi amiga se fue? ¿Por qué la dejé ir? ¿Por qué no la consolé cuando me enteré de su sufrir?
Fue entonces cuando concluí que aún no había desarrollado la capacidadad de vivir los sufrimientos de los demás. Debía aprender a hacerlo.
Cuando uno es joven no tiene claro qué son los sentimientos. Uno se encuentra constantemente preguntándose qué es la amistad, qué es la tristeza, qué es el gozo o qué es el amor. Miramos nuestro interior y decimos que queremos nuestros amigos, que nos sentimos tristes cuando alguien muere, que nos regocijamos si hay una fiesta o que estamos enamorados; declaramos nuestros sentimientos, mas no nos detenemos a pensar ¿qué es sentir?
—Aquí estás, campeón. —Mi padre habló detrás de mí. No le respondí, solo toqué la arena a mi lado para indicarle que se sentara conmigo. Así lo hizo—. ¿Querés volver a casa? —preguntó. Siempre teníamos esta conversación en algún punto del verano y siempre, siempre, yo decía que ir a casa era mi mayor deseo, pero esta vez no era así. Por eso, negué con la cabeza sin mirarlo—. ¿Seguro? —Asentí—. ¿Qué pasa entonces, Carlos?
—Eso pasa: Carlos —murmuré.
Casi pude palpar la confusión de mi viejo, y eso, que no lo estaba mirando.
—¿Qué? —dijo. Lo miré y sonreí antes de contestar.
—No sé quién es ese chico. No tengo ni idea de quién es Carlos. En menos de una semana he aprendido tantas cosas sobre mí mismo que no sé cuántas me faltan por saber. —Suspiré—. Vivo con un desconocido y lo miro al espejo cada mañana.
Él dejó de mirarme cuando dije eso. Permaneció a mi lado, pensativo, en silencio. De pronto se me ocurrió la cuestión: ¿quién es este hombre que me dio la vida? Cada mañana despierta en la habitación de al lado y yo no tengo ni idea de quién es.
Traté de dejar de hacerme preguntas. Por qué y quién son palabras que confunden en demasía.
—¿No dirás nada, papá? —cuestioné.
—¿Te acordás cuando te dije que nunca dieras un consejo si vos no lo estabas cumpliendo? —dijo.
—Sí, lo recuerdo.
—En este momento, eso me pasa. No te puedo decir que te tenés que conocer vos, si yo no me conozco. —Me sorprendí ante su declaración. Los adultos son maduros. La madurez implica conocerse a sí mismo. ¿Cómo es que mi padre no se conoce?—. Los humanos son cambiantes, Carlos, uno nunca termina de conocerse. Hoy tus necesidades, gustos y habilidades no son las mismas del año pasado. Todos los días vivís unas circunstancias diferentes y, vos, sos vos y tus circunstancias. Así que ayer eras una persona diferente a la que sos hoy —finalizó.
Le puse atención a cada una de sus palabras y noté que tenía toda la razón. Si es de día, no puedo ser el Carlos al que le gustan las estrellas, porque de día no hay estrellas. Yo soy un millón de personas diferentes, eso depende de dónde, cómo y cuándo.
—Wao —susurré—, eso es tan..., wao. —Papá rió con ganas.
—Ahora, contame sobre la chica.
—¿Qué quieres saber? —pregunté con una sonrisa pintada en mi rostro.
—Di todo lo que quieras.
—No hay mucho que decir, no la conozco.
—El concepto de conocer es subjetivo, hijo —dijo.
—Cierto. Bueno, ¿qué te digo? —titubeé—. Su nombre es Julianne, vive aquí en la orilla de la playa, es cocinera y es... linda. —Recordé cuando me dijo que era hermoso, hace un rato.
—¿Te gusta? —preguntó.
—No, no creo —dije sabiendo que no sé qué se siente cuando te gusta alguien.
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Esa noche fui a encontrarme con Julianne a la misma hora que las veces anteriores, sin embargo, ella no estaba ahí. Había llevado mi pelota, así que empecé a jugar solo con ella.
Miré hacia su casa y percibí luces encendidas. Caminé hacia allá sin pensarlo demasiado. Quería verla para ser su amigo, consolarla y decirle que todo iba a estar bien, que ella podía salir de lo que fuera porque ella era fuerte. Toqué la puerta con decisión y, en menos de un minuto, una mujer abrió.
—¿Está Julianne? —pregunté de inmediato.
—¿Tú eres Carlos? —Su voz era aguda, tan aguda que parecía la de una niña.
—Sí —contesté.
—Ella no está, te dejó esto. —Me lanzó algo a la cara y cerró la puerta tras eso. ¡Qué demonios! ¡Y esta!
Tomé el sobre —porque era un sobre— y lo miré. De un lado decía "Para Carlos" y del otro lado decía... ¿Dos de julio?
Supongo que esta es la respuesta a mis preguntas.
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Dos De Julio
القصة القصيرةCarlos odia las vacaciones por el simple hecho de que cada año debe ir a un punto turístico del planeta para acompañar a sus padres en su constante luna de miel. Preferiría quedarse en su casa y morir engullido por su propia soledad. ¡Es que nunca s...