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Asomando a la noche
en la terraza
de un rascacielos altísimo y amargo
pude tocar la bóveda nocturna
y en un acto de amor extraordinario
me apoderé de una celeste estrella.

Negra estaba la noche
y yo me deslizaba
por la calle
con la estrella robada en el bolsillo.
De cristal tembloroso
parecía
y era
de pronto
como si Ilevara
un paquete de hielo
o una espada de arcángel en el cinto.

La guardé
temeroso
debajo de la cama
para que no la descubriera nadie,
pero su luz
atravesó
primero
la lana del colchón,
luego
las tejas,
el techo de mi casa.

Incómodos
se hicieron
para mí
los más privados menesteres.

Siempre con esa luz
de astral acetileno
que palpitaba como si quisiera
regresar a la noche,
yo no podía
preocuparme de todos
mis deberes
y así fue que olvidé pagar mis cuentas
y me quedé sin pan ni provisiones.

Mientras tanto, en la calle,
se amotinaban
transeúntes, mundanos
vendedores
atraídos sin duda
por el fulgor insólito
que veían salir de mi ventana.

Entonces
recogí
otra vez mi estrella,
con cuidado
la envolví en mi pañuelo
y enmascarado entre la muchedumbre
pude pasar sin ser reconocido.
Me dirigí al oeste,
al río Verde,
que allí bajo los sauces
es sereno.

Tomé la estrella de la noche fría
y suavemente
la eché sobre las aguas.

Y no me sorprendió
que se alejara
como un pez insoluble
moviendo
en la noche del río
su cuerpo de diamante.*

A KyungSoo le gustaba que Jongin lo mirara mientras cantaba. En los ojos del moreno podían observarse los astros si los veías con detalle.

Se perdía la mayor parte del día mirándolos, prefería ver los ojos de Jongin que los fuegos artificiales o la puesta del sol.

Cuando hacían el amor las estrellas eran más brillantes en los ojos de su novio, con cada embestida que daba otra estrella aparecía en su iris.

Jongin se burlaba de eso, a él no le gustaban sus ojos. Él decía que los de Kyungsoo eran más hermosos, que sus pequeñas y negras pestañas hacían notar más sus bellos ojos cafés.

Cuando Jongin lloraba Kyungsoo juraba que sus lágrimas venían acompañadas de polvo estelar, que cada vez que Jongin lloraba una de sus estrellas moría y se convertía en la más pesada de sus lágrimas.

Cuando el moreno bailaba, dejaba salir un brillo singular, su piel se iluminaba y su alrededor se oscurecía.

Tal vez por eso todos envidiaban a Jongin.

Tal vez por eso Kyungsoo se enamoró de él.

Jongin amaba la piel lechosa del bajito. Le gustaba dejar chupetones en sus muslos y después los adornaba con un marcador, como si estos fueran pequeños planetas.

A Kyungsoo le gustaba dibujar las constelaciones, a Jongin le sorprendía el talento de su novio.
Kyungsoo jamás miró el cielo o imágenes para dibujar estas, tan sólo tuvo que observar los ojos del moreno por unos segundos y las dibujaba en un corto periodo de tiempo.

—Sirio.
—¿Qué? —Preguntó Jongin.
—Eres como Sirio, la estrella más brillante de todo el cielo nocturno. —Afirmó Kyungsoo.
—¿Por qué?
—No lo sé, tan sólo brillas tanto como esa. Imagina que una multitud de personas es el cielo nocturno, y hay algunas que destacan; Arturo, Vega, Capella, etcétera, pero la que más destaca de entre todas eres tú, Sirio, la estrella que más brilla. Con tu perfecta sonrisa y esos bellos ojos, destacas más. —Dijo Kyungsoo mientras que Jongin lo acurrucaba entre sus brazos.
—Ya duerme, enano.

Kyungsoo obedeció, cerró sus ojos y durmió, soñando a Jongin en un lago, tan oscuro, como si el agua del lago fuera el cielo, tan oscuro y con pequeñas luces brillantes.

Jongin le decía te amo.

Y desaparecía.

Kyungsoo no entendía que Jongin era una estrella fugaz.

*Oda a una Estrella de Pablo Neruda.

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