|| Capítulo 8.

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La puerta jamás se abrió en medio de la noche, y el sueño de Bradley fue consolidado con éxito. Había descansado muy bien, y al despertarse, no tenía rastro de haberse acostado a un horario tarde. Apenas despertó, se halló en la oscuridad de su departamento. Pues al no encender las luces y no abrir las persianas de las ventanas, todo se encontraba oscuro, pero por sobre todo, algo que se percibía con ello, era la soledad y el vacío del mismo.

Se levantó del sofá con pereza, se sosegó estirando sus brazos, y se dirigió a la cocina con la idea de desayunar. Estaba en un problema, la cocina no era su mejor amiga. Todas las personas tienen un minuto en la mañana en el que no saben ni quienes son, y a Bradley, ese minuto se le acabó en el instante que recordó a Christina, precisamente porque era ella quien siempre le preparaba algo para comer o le dejaba algo cocinado. Observó la heladera pensando en lo que había sucedido la noche anterior, y como primera reacción la cerró de un golpe desesperado y se encaminó hacia la habitación con la esperanza de encontrarla, pero no lo hizo. Christina no se encontraba en el departamento.

Fue en ese momento, que el vacío que se sentía dentro del lugar dejó de existir para implantarse en el corazón de Bradley. Este observaba la cama vacía desde el marco de la puerta, y sentía un agujero enorme en el centro de su pecho, y todo porque le estaba faltando la persona que mas llegó a amar en su vida. Y esa sensación es la peor que un ser humano puede experimentar, pues porque no solo estaba sintiendo la falta de alguien, estaba sintiendo el dolor que conllevaba haber sufrido una infidelidad.

Dio media vuelta sobre sus talones, y se redirigió a la cocina, esta vez, miró la heladera en su interior por más tiempo. Algo debía hacer. Tomó tres huevos, y parte de una horma de queso, los únicos ingredientes con los cuales estaba más familiarizado; los preparó juntos, se hizo un té con limón y miel, y se sentó en la mesa. Tal vez se sentó a desayunar, o tal vez se sentó a esperar la llegada de Christina.


George despertó sobre la hora de las diez de la mañana alterado pensando que debía ir al trabajo, al recordar que era domingo, y que era su día libre, se relajó en la cama nuevamente sin lograr volver a dormirse. Tomó su celular y revisó sus mensajes, de Cassandra, su hermana, y de Regina como en cada mañana. Respondió el de su hermana, y se dispuso a leer los de Regina. Maldijo para sus adentros con lo que estaba viendo, eran mensajes y mensajes mal escritos, y audios, que no escuchó pero suponía de lo que se trataban.

No tardó muchos minutos más en llamarla.

—¿Hola? —Se le notaba la voz de la resaca.

—Regina, soy George. Dime que estás en la casa de Tiana. —La joven no respondió—. Mierda, Regina, respóndeme, tú conoces la casa de Tiana, ¿Estás allí?

Tras balbucear varios segundos, y junto a la paciencia del menor, poco a poco la pelirroja comenzó a reconocer el lugar. Fueron varios los minutos que pasaron hasta que por fin logró encontrarse en una posición y lugar adecuada para hablar.

—Si, si estoy aquí... estaba acomodada en el suelo, las chicas dormían a mi lado y... Joder, George, dime que no tuvimos una orgía entre las tres.

—En primer lugar, orgía es cuando son cuatro o más, de todos modos hubieran tenido un trío, pero no, te aseguro que no. Si estas en lo de Tiana, es porque ella las llevó consigo para que estén bien y no anden de vagabundas por los prostíbulos de Londres.

—¿Qué mierda sucedió anoche? —George sonrió por un corto segundo recordando su rato con Bradley—. George, respóndeme.

—Cariño, lo importante es que estas bien, solo llamaba para eso.

Pies ciegos que intentan seguir el sol. #Wattys2016 #ChocolateAwards2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora