Capítulo 8

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Ryan se levantó de golpe de su asiento, con el entrecejo fruncido, en una actitud que claramente Efímera tomó como de repudio y desacuerdo

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Ryan se levantó de golpe de su asiento, con el entrecejo fruncido, en una actitud que claramente Efímera tomó como de repudio y desacuerdo. Ella también se paró de su lugar mirándolo severa, esperando que le dijera su punto en contra.

—¿Qué pretendes preparando a la gente humilde y pobre de esta ciudad con armas? Una guerra contra el mismo gobierno de Cefeo acabará con todos ellos. ¿Qué no te das cuenta de la magnitud de lo que eso acarrea? —alegó el pelirrojo.

—Ese es el punto al que quería llegar; nunca te das cuenta de nada, de nada de lo que ellos han hecho para acabar con los tuyos o ¿acaso crees que Cefeo en serio cumple sus tratados de paz y armonía a la comunidad? —consultó inquisitiva, reparando de reojo por un momento en el tablero de hologramas—. Cefeo se ha mantenido donde está por la promesa falsa que ofrece. La ciudad del progreso; es un título demasiado grande para ella. En realidad ese progreso es más un retroceso, algo que afecta a los que son como tú, personas que luchan día a día solo para recibir unas cuantas monedas.

El punto que tocaba Efímera era del todo cierto. Los verdaderos trabajadores que mantenían en pie la ciudad, no recibían más que miseria y el desprecio de la clase alta quienes no hacían nada más que gastar lo que otros con gran esfuerzo les daban.

—Lo que me ofrecieron fue algo que por mucho tiempo no quise hacer, algo que me planteó alguien igual a ti, alguien que no tenía nada que perder más que la vida. Esa persona me abrió los ojos como yo lo hago contigo, ofreciéndome el trato que nos tiene ahora aquí a los dos, buscándole el sentido a nuestras vidas.

Efímera lo volvió a ver, su expresión era decidida.

—Por muy insignificante que fue para ti el anhelo de querer descubrir los secretos detrás de estas paredes, ahora te das cuentas que no lo es del todo tonto. Has descubierto uno de los tantos secretos que guardo acá, unos que no le he revelado a nadie porque al igual que tú esperaba este día, te esperaba a ti desde hacía tiempo, alguien que demostrara su desinterés de sí mismo.

—¿Qué estás queriendo decir con eso? ¿Qué dirija el pequeño ejército que creaste contra una tiranía que acabaría de nuevo con todo el progreso que Cefeo ha conseguido? —inquirió Ryan entrecerrando los ojos, pensando que era absurdo lo que ella le proponía, más que eso, algo imposible—. ¿Acaso no has considerado las consecuencias de todo ello? En que somos obreros contra soldados capacitados, milicias enteras de hombres dispuestos a morir por proteger a la metrópolis del mundo.

Efímera soltó un bufido de exasperación y con cierta rabia se le acercó. Era demasiado terco y ciego, tenía que darle el empujón que necesitaba para que se aventara a la verdad, para que por fin se diera cuenta de las tantas mentiras que disfrazaban las realidades que afectaban a todo un pueblo de gente marginada, obligada a arrodillarse y bajar la cabeza ante la opresión.

—Claro que he considerado eso y es por eso que este lugar creció tanto. ¿Acaso crees que la función de esta edificación que llega varios niveles por debajo del suelo, es solo la que abastecer la energía de Cefeo y sus pueblos aledaños?

Ryan enseguida dio media vuelta y caminó hasta el pequeño muro que lo separaba de dar un salto al vacío hacia esa red casi infinita de tuberías. No entendía de ingeniería ni cosas por el estilo, así que no supo objetar con certeza el punto que Efímera le exponía.

—Las redes de electricidad son demasiado grandes para sólo abastecer a Cefeo —explicó Efímera, quien se paró a su lado—. Me he encargado de abastecer varios lugares en secreto, no solo con energía sino también con agua.

Ryan la vio de reojo algo sorprendido, fijándose en la silueta delgada y frágil que ella aparentaba. Aun le costaba asimilar el hecho de que fuera una líder que guiaba bajo los pies de la gran metrópolis a un pueblo oculto en cualquier parte, un ejército dispuesto a entregar su vida por la libertad y la justicia.

—Hace un tiempo, cuando no me daba cuenta de la verdadera problemática, los que me mantuvieron encerrada aquí me propusieron tratos para mantenerme con vida pues, según ellos, estaban capacitando gente para reemplazarme. En ese entonces tenía cincuenta años, mi reloj biológico estaba en contra mía y debía buscar una solución para evitar que este lugar quedara en manos equivocadas.

En ese momento, Efímera dio la espalda, sentándose en el filo de aquel muro, acto que precipitó al hombre a su lado quien la sostuvo de la cintura para evitar que se cayera. Asombrada ante ese instinto de protección, la chica sonrió, agradecida por ello.

—Tranquilo que no me mataré si eso piensas —dijo, enfocándose en esos ojos pasmados de aquel hombre, que la veían con cierta ansiedad.

—Pensé que te lanzarías vacío, con eso de que hablas con la verdad y cometes locuras —indicó, soltándola enseguida, dándose cuenta del incómodo momento.

Efímera no pudo evitar reírse ante ese gesto apenado en él. Era un tipo capaz de cargarse a cualquiera por defender a los suyos y comprobó con ese acto que sería capaz de aceptar estar en esa lucha que ella lideraba.

Suspirando de alivio, ella miró hacia el frente, en dirección a la sala de mandos, para luego seguir subiendo la vista hasta el magnánimo telescopio que se asomaba por la cúpula entreabierta que mostraba el azul del cielo.

—Les propuse que me dieran un equipo en específico para poder hacer experimentos, en cambio ellos me pidieron que creara armas biológicas. —Ryan al oír ese término se le heló la piel y un mal presentimiento se le vino a la mente—. Creé todo tipo de virus que al ser soltados en el ambiente afectaban de inmediato a quien los aspire. Cuando pregunté para qué querían armas biológicas si absolutamente nadie iba a atacar a Cefeo, me dijeron que era para mermar la sobrepoblación. Ya te imaginarás quienes fueron los afectados.

No lo pudo creer, tenía al lado a la creadora de lo que mató a su gente, no había que echarle culpas a una deidad superior por algo que alguien suficientemente capaz, podía elaborar en un laboratorio.

Ryan agachó la cabeza, cerrando fuerte los ojos mientras se aferraba con fuerza al filo del muro. Le costó pensar que su padre fue víctima de esas soluciones del gobierno por matar a los que no tenían nada para que sólo los ricos sobrevivieran.

—Estamos en un lugar sin contaminantes, las únicas que contagian enfermedades son las plagas. Cuando creé los virus, mi intención era sólo acabar con esas plagas y lo logré, pero los científicos que poseía el gobierno se encargaron de potenciar todos y cada uno de los virus que hice para luego lanzarlos contra la población civil. Hace diez años me enteré de uno que acabó con muchos inocentes.

Ryan giró la cabeza de forma abrupta, fijándose en ella. Su rostro se puso rojo de impotencia, a su vez apretaba la quijada, cargado de odio. Efímera tenía la vista perdida al frente; quería evitar esa expresión de repudio que su invitado seguramente le estaba dedicando, sin embargo, no había otro modo para que se diera cuenta de la cruda realidad.

—Sé lo que pensarás, pero al igual que tú, lo hice para sobrevivir aquí, para evitar que este sitio fuera tomado por alguien que quiere destruir todo, tomar el poder con Alrai.

—¡Pues debiste negarte! —bramó colérico—. ¡Debiste evitar crear lo que mataría a los tuyos!

La chica pelirroja bajó la cabeza y cerró los ojos, con un aire de pesar reflejado. Siempre se sintió responsable por esas monstruosidades, incluso por crear lo que dio inicio a décadas de sufrimiento en su vida. Elevó la mirada, reparando en la exaltada figura de Ryan, buscando sentido a su propósito en la vida, demostrarse que no todo era malo y que podía frenar el mal que desató un siglo atrás.

—Soy alguien que no se niega a nada, Venedius, ni siquiera a tu padre cuando llegó aquí hace mucho y me propuso alzarme contra ellos —expuso Efímera, logrando con esas palabras que el odio en Ryan se fuera de golpe, dejándolo estupefacto.

El secreto de Efímera ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora