Capítulo 4

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—¿Có-có-cómo es que entraste? —tartamudeó, señalando la puerta la cual Efímera sostenía de una perilla que él no vio cuando intentó entrar

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—¿Có-có-cómo es que entraste? —tartamudeó, señalando la puerta la cual Efímera sostenía de una perilla que él no vio cuando intentó entrar.

—Fácil, tengo las llaves del lugar, incrédulo —contestó la chica, sacándole la lengua.

De un jalón, Efímera sacó la manija. Esa era una llave maestra que usaba para en abrir cualquier acceso dentro y fuera de Alrai, sólo ella sabía dónde incrustarla. Ingresó al interior, contando los pasos que la separaban de lo que vendría a continuación: uno, dos, y al tercero...

—¿Pu-puedo entrar contigo?

La emoción la albergó entera ante esas palabras, erizándole la piel, cerrando los ojos. Percibió la exquisita sensación de satisfacción de conseguir lo que por mucho había anhelado tener, una visita, una muy esperada.

Sonriendo con cierta malicia, respirando hondo para darle dramatismo a su sola presencia, Efímera se giró a ver al recién llegado, eso sí, mostrando su mejor cara de seriedad, aunque le era imposible de fingir pues por dentro estaba que explotaba de la dicha.

—¡Ah! Ya veo. Ahora que notaste que hablaba en serio, quieres entrar aquí, a este lugar pro-hi-bi-do para todos. ¿Qué acaso el que mandó la encomienda no te dijo que no podías entrar? —aseveró, viendo en reproche al pelirrojo.

Ryan plegó los labios en una fina línea y frustrado, bajó la cabeza. Era sumamente orgulloso y para aceptar que cometió un error al subestimarla, le costaba sacar las palabras para redimirse. Se trataba del lugar que quiso explorar de niño, una promesa que se le presentó tan oportuna e irreal, una realidad que quiso que su padre también viviera. Por faltarle al respeto a alguien tan importante que tenía el acceso a ni más ni menos que Alrai, decidió dejar de lado esa actitud y por primera vez agachó la cabeza para pedir perdón.

—Sí, sé que tengo prohibido entrar —indicó mientras alzaba la mirada del suelo, conectándola con los ojos de Efímera—, pero he soñado con esto desde siempre y ahora que se me da la oportunidad, solo quisiera, aunque fuera un par de segundos, entrar a ver, solo a ver, y prometo que me iré y no comentaré lo que vi, en serio. Es un deseo que no solo yo tuve sino también mi padre.

Se acercó un paso y se rascó la cabeza, desviando la vista a un lado.

Era difícil abrirse, aún más con alguien a quien no conocía, pero no había vuelta atrás. Era algo que de verdad le importaba, que aunque fuera decepcionante quería por lo menos sentir la satisfacción de haber logrado algo imposible que jamás olvidaría, sólo para hacerle ver a su padre, esté donde esté, que consiguió algo en la vida que los demás no.

Se enfocó en Efímera quien seguía cada movimiento que hacía, parada en el umbral de la puerta, esperando por él.

—Sé que soy un donnadie, alguien que no es ni la décima parte de las personas que te suministran las cosas que hacen que mantengas este lugar en pie. También sé que lo que pido es estúpido, pero solo quisiera ver, eso es todo. Sólo quiero llevarme en mi conciencia... saber que soy el único que hizo lo que nadie ha podido. Sólo mírame. —Tomó su camisa con ambas manos, a la altura del pecho y estiró la tela con la intención de que se diera cuenta de las fachas con las que andaba—. No tengo nada que perder, así que si algo llega a pasar, si alguien se entera, al menos me iré feliz de saber que fui el único que conoció los secretos que oculta Alrai.

Eso era lo que Efímera buscaba, esas palabras exactas. Durante décadas esperó a ese sujeto atrevido que le dijera que quería formar parte del secreto que ella recelosa guardaba al interior de ese observatorio. A todos los que iban allí les hacía la misma prueba y ninguno daba con la respuesta clave que necesitaba, nadie era tan humilde como él.

Efímera sonrió con calidez, un gesto que por algún motivo contagió a Ryan, correspondiendo del mismo modo.

—Te dejaré entrar con tres condiciones —El mensajero asintió, conteniendo la emoción—: Uno; no puedes tocar absolutamente nada, a menos que yo te lo pida. Dos; tienes que seguirme por donde vaya, por donde pise, no te distraigas en otra cosa o te pierdes. Tres; me obedecerás en todo lo que te ordene, no importa si la orden es la más tonta o la más difícil. ¿Entendiste?

—Sí, entendí —respondió, severo, aunque casi se le escapó una sonrisa.

Efímera estuvo dispuesta a entrar pero rápidamente se volvió a ver a su invitado especial quien la miró expectante. La expresión en ella era inquietante, su mirada inquisitiva le dio cierta desconfianza, sintiéndose analizado bajo lupa.

—Una cosa más. —señaló alzando un dedo frente a él—. Responderé a tus preguntas luego de que te indique, ¿de acuerdo? Así que si no te pido nada, te quedarás en silencio.

Ryan asintió, liado por esa última petición, era extraña pero ante cualquier cosa que le permitiera acceder a Alrai, obedecería como un perrito fiel, más que como lo hacía con su jefe.

Luego de analizar por última vez al mensajero, Efímera giró para entrar. Esperaba que fuera el único, para empezar lo que hacía veinte años atrás prometió.

•••

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El secreto de Efímera ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora