El baile de Navidad

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El día de Navidad, me desperté muy sobresaltada. Annie se encontraba a los pies de mi cama, aún con el pijama y con una sonrisa en la boca.
Eran las siete de la mañana.

-Eh... ¿Qué? - fué lo más inteligente que logré decir.

- ¡Vamos, dormilona!

En aquel momento, se me pasaron por la cabeza miles de cosas que decirle a Annie, y ninguna de ellas era bonita.
Pero de repente, sonrió. Annie tiene una sonrisa cálida, de esas que hacen que el mundo se pare y sólo puedas sentir felicidad. Mi padre también la tenía.

Yo sonreí también.

- Hacía mucho que no te veía sonreír.

- Hacia mucho que no sonreía - la verdad es que eso no era del todo cierto. Hacía mucho que no sonría con Annie, si, pero siempre que hablaba con George, Fred, Ron, o incluso Seamus sonreía. - ¡Eh! ¡Oye! ¿Tienes regalos de Navidad?

- ¡Si! - gritó emocionada. - ¡y tu también!

Reí débilmente. Las dos nos sentamos encima de mi cama y comenzamos a abrir los regalos.
El primer paquete era de mi madre: consistía en un jersey azul, varios libros, golosinas, algo de dinero y una cajita con una nota.

<< Arya, espero que te gusten los regalos. Te envío este colgante porque me gustaría mucho que lo llevases en el baile de esta noche, y arréglate un poco anda. Te quiere: mamá. >>

Dentro de la caja había un colgante, tal como indicaba la nota. Era un pequeño medallón de plata con una inscripción ilegible por detrás.
El segundo paquete era de mi hermana: un extraño dibujo de un hada. Y el último regalo era de mi abuela: también libros. Pero no libros cualquiera, los libros de mi padre.

<< Cariño, como que te gusta leer, me parece justo que tengas esto, él lo querría. Feliz Navidad; te quiere, tu abuela. >>

- ¡Mira Arya! - Annie tenía en las manos un largo vestido rosa que le llegaba aproximadamente por lo tobillos. - Es mucho más bonito que el otro vestido que había elegido para el baile.

De pronto abrí los ojos como platos. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que me tenía que comprar un vestido.

- Arya...- continuó Annie entornando los ojos - ¿No tienes vestido? - no me dió tiempo a contestar.- ¡NO TIENES VESTIDO! Andrew va a tener que ir sólo al baile, con las gan....- se interrumpió así misma- algo podremos hacer... ¡si!, puedes probarte mi vestido azul.

Pero no funcionó. El vestido que en teoría tenía que llegarme por los tobillos estaba en la mitad de mi espinilla.

- Tranquila, puedo hacer un poco de magia.

Annie volvió a la hora de la comida con una fuente de estofado. Me había pasado toda la mañana trabajando en el vestido y ni siquiera había desayunado.

- Creo que ya está.

Había alargado un poco el vestido de Annie, había ceñido el escote y puesto un par de adornos. No estaba nada mal.

- Quiero vértelo puesto, aunque me esperaré a que sea la hora para que sea más emocionante.

Comimos el estofado deprisa, sin decir apenas palabra y, cuando tuvimos la tripa llena, comenzamos a arreglarnos.

Si Annie habitualmente era hermosa, después de las tres horas de maquillaje y peluquería estaba espectacular. Llevaba el pelo recogido en un elegante moño, y el vestido rosa palo con volantes parecía otro completamente nuevo puesto en ella, y el sonrosado de sus pómulos hacia resaltar el azul de sus ojos.

He de decir que, por primera vez en mi vida yo también me sentí atractiva. Me había peinado el cobrizo cabello hacia atrás, dejandolo caer por mi espalda desnuda. El vestido azul de Annie se ajustaba como un guante a mi cuerpo; ceñido de cintura para arriba para caer en una cascada de volantes hasta mis tobillos.
Aunque apenas me había maquillado, no me sentía cómoda. Simplemente había pintado mis labios de rojo intenso.

-Wow..., quiero decir: estás preciosa. -Me dijo Andrew, mirándome boquiabierto.

- Muchas gracias, tu también.- Contesté riendo.

Andrew me tendió la mano y me ayudó a bajar del carruaje. Nos movimos despacio colina arriba, mirando a todas las parejas. Muchas personas estaban con alumnos de otro colegio y otras simplemente iban como amigos. Fuera como fuese, los terrenos estaban llenos de alumnos que se dirigían hacia el Gran Comedor.
También el vestíbulo estaba abarrotado de estudiantes que se arremolinaban en espera de que dieran las ocho en punto, hora a la que se abrirían las puertas. Los que habían quedado con parejas pertenecientes a diferentes casas las buscaban entre la multitud.

Se abrieron las puertas principales de roble, y todo el mundo se volvió para ver entrar a los alumnos de Durmstrang con el profesor Karkarov. Krum iba al frente del grupo, acompañado por una muchacha preciosa vestida con túnica azul... ¡a la que conocía! ¡Era Hermione! ¡y estaba increíble!

Por encima de las cabezas pude ver que una parte de la explanada que había delante del castillo la habían transformado en una especie de gruta llena de luces de colores. En realidad eran cientos de pequeñas hadas: algunas posadas en los rosales que habían sido conjurados allí, y otras revoloteando sobre unas estatuas que parecían representar a Papá Noel con sus renos.

Habían recubierto los muros del Gran Comedor de escarcha con destellos de plata, y cientos de guirnaldas de muérdago y hiedra cruzaban el techo negro lleno de estrellas. En lugar de las habituales mesas de las casas había un centenar de mesas más pequeñas, alumbradas con farolillos, cada una con capacidad para unas doce personas.

Nos sentamos a cenar junto a otras parejas de Beauxbatons. No sé cuanto tiempo estuvimos hablando hasta que Seamus y Ron nos interrumpiesen.

- ¡Seamus! - grité emocionada.

- Oye Arya, -comenzó Seamus- venía a pedirte un baile, en un rato, si quieres...- se puso tan rojo como mi pelo.

- Faltaría más.

Se iban a dar la vuelta cuando algo se me pasó por la cabeza.

- Oye Ron.

- ¿Si..¿si?- tartamudeó.

- ¿Con quien ha venido George?

- Con una de la chicas de tu colegio, Monique, creo que se llama.

Ardí de ira. Como odiaba a Monique.

- Ah...- hice un intento por disimular mi decepción. Después sonreí a Ron, que llevaba un traje bastante estrambótico.

Ron se volvió hacia Seamus para decirle al oído:

- No me puedo creer que alguien como ella te pidiera ir al baile y que alguien como tu la rechazara.

Acabé el baile con mucho éxito a pesar del cansancio: había bailado hasta que me dolieron los pies con Andrew, además de con Seamus y un par de chicos de Durmstang.

Todo iba bien hasta que nos dirigimos hacia la carroza, de vuelta.
Andrew se desvió hacia los rosales. Estuvimos hablando de todo un poco hasta que el, simplemente, me besó.
No fue como me había imaginado mi primer beso: fuerte, magnético, mágico y cálido.
Bueno, esto último si. Pero no hubo esa chispa, como en los libros en los que la protagonista sube la pierna y todo es perfecto.

Y me di cuenta de que aunque Andrew era un chico genial, no podía quitarme de la cabeza a otro chico.

ARYA MONTGOMERY (Harry Potter) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora