La Ballena de Hojalata

La ballena de hojalata

Había aparecido como por arte de magia, de esa dimensión donde las elipses se volvían pequeños mundos, donde la chatarra de la imaginación humana iba a caer, en ese mundo interior de los ensueños, de los mejores hechizos de luna llena, luna creciente en las últimas tres apariciones. Donde ella se encontraba había restos de una muy antigua ciudadela, junto a inmensos abismos con puentes colgantes que comunicaban los abismos de más de seiscientos metros de profundidad, con solo mirar hacia abajo el vértigo se apoderaba de uno, y los puentes oscilaban con los fuertes vientos en lo alto, por ellos se podía hasta transportar un gran carro con animales de tiro, y a unos cincuenta metros las casas blancas de la ciudadela se extendían al borde de la montaña.

Se materializo con cuerpo de hojalata, era muy grande, tan grande que ocupo casi toda la plaza de la pequeña ciudadela, donde alguna vez había vivido un mago, uno de esos magos capaces de crear tantas ilusiones y concepciones, que más de un ser en este mundo, desearía vivir con los ojos de este mundo, aun con ojos de amor, ser parte de estas historias.

Por algún motivo no moría en ese lugar tan lejano a su mar de fluido, a sus aguas, donde conocía todo tipo de peces, cangrejos, moluscos, mamíferos acuáticos como ella, pero aquí no era igual, en este lugar era de lata, aunque podía resoplar y mover sus aletas y gran cola y hacer todos los ruidos que una ballena podía hacer, no se hallaba en su medio natural, no había océanos, ni mares con sargazos, o plantón, o kriles, no había penínsulas, o costas de arena, ni fiordos, o acantilados donde las olas de los océanos rompían, tampoco grandes corales o islas llenas de palmeras, en este caso eran abismos inmensos unidos por puentes largos que pendían sobre un cordón montañoso que enfrentaba dos grandes montañas, tampoco la luna era igual, era extraño, muy extraño, dos inmensas lunas se alzaron al caer las luz de la tarde y las sombras recorrieron la pequeña ciudadela, con sus oscuras figuras escalonadas, angulares, cuadráticas, planas, la luz se marchaba en un cielo gris plata, con tonos azules, purpuras, anaranjados, con listones de nubes blancas en el horizonte circular en un crepúsculo tan bello y de un mundo distinto, que sus ojos se maravillaron de belleza, al ver desde ese lugar más allá de lo que siempre había podido ver.

Gris no sabía que dentro de él un dragón con alas escamosas de tonos plateados en verdes y anaranjados se encontraba dormido.

Y miles de luciérnagas llenas de luz se marchaban con las luces del alba, cuando el sol se alzó en el cielo esplendoroso.

Las miles de aves, las enormes Laguis con sus triángulos en sus enormes pechos de plumas, dominaban las alturas en los abismos, de esas montañas, en tanto bandadas de dragones volaban migrando a través de océanos y mares hacia las montañas donde colocarían las camadas de huevos, en las oscuras grutas de los desfiladeros, despeñaderos y abismos, en ese mundo lleno de montañas.

Griselda despertó con esas ganas que siempre había tenido, quiso moverse y no pasó nada, unas mariposas y una ninfa que resultó ser un Ada, la encontraron allí, silbando melodías al viento quien perdía sus ecos en las cumbres, en la ciudadela que se volvía oscura, donde los fantasmas de viejos guerreros hallaron la puerta hacia otros mundos.

Por allí había llegado y ella no lo sabía todavía, las pequeñas ninfas de los cambios se acercaron en vuelo nocturno, llevada por la luz que su cuerpo de lata refractaba, si parecía que el sol había posado sus destellos de última hora sobre la plaza de la ciudadela, los restos de las casas viejas, las calles de adoquines, las paredes blancas, y las edificaciones escalonadas junto a la montaña, resplandecían luz aun cuando el sol ya casi se perdía en el horizonte, en esos desfiladeros, en esos abismos que se volvían con la presencia de la ballena de lata, un punto entre la distancia que no se podía dejar de pasar por alto, era como si una estrella hubiese caído del cielo.