Capítulo 1

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VERA:
Hay que ser realistas, aunque no me gustaba admitirlo, ese chico estaba para morirse; tenía rizos, una encantadora sonrisa de lado, y (¡demonios!) un mejor trasero que el de cualquier persona que alguna vez hubiese visto en mi vida.
A veces me preguntaba cómo era que había logrado vivir toda una vida sin conocerlo, o si existía vida antes de él. Antes de toda esa belleza.
Porque, siendo sincera, él no me gustaba en lo más mínimo. Sin duda era un encanto a la vista, pero no provocaba ni la más mínima fluctuación en mi ritmo cardíaco.
Y allí estaba él, caminando con su meneo de caderas de siempre. Y allí estaba yo, girando mi cuello lo más que podía permitirme sin fracturármelo.
-Nick, Nick, Nicolás- Canturreé  aprovechando el hecho de que no había nadie a mi alrededor. Nicolás. ¡Por todos los cielos! Hasta su nombre sonaba sexi.
La campana que indicaba el final del receso (y de la diversión) sonó, no pude evitar sobresaltarme.
Llevaba en este colegio ya tres meses y todo se sentía tan nuevo como en el primer día. Incluso yo aún era considerada "la chica nueva". Y pues me sentía así aún.
Sin amigos, sin gente en quien confiar. Sin nadie con quien divagar acerca de la perfección de las proporciones de Nick. En momentos como este me habría conformado incluso con poder quejarme libremente de la comida de la cafetería.
Pero no, al parecer el universo pensaba que todo eso era demasiado pedir.

ADRIANA:
María era lo que me gustaba llamar una "amiga temporal". Ni siquiera nos agradábamos; ella la persona más plana y sin personalidad propia que alguna vez hubiese conocido, si alguien hubiese extraído el alma a un cubo de azúcar y lo hubiesen puesto en ella. Y yo, pues, a María le gustaba describirme como una condenada bruja, aunque a veces también se lucia utilizando términos como estulta energúmena.
Así pues entre nosotras había una especie de acuerdo no hablado; ambas fingíamos ser amigas y ninguna tenía que soportar la horrible realidad de ser una persona solitaria en el colegio.
No éramos felices pero ciertamente era un método eficaz de evitar la muerte social.
Era como si el puesto de mi mejor amiga estuviese maldito, había tenido tantas en tan poco tiempo, pero si no se trataba de una mudanza, era un cambio de colegio o una pelea.
María era la única que había sobrevivido a la maldición, quizá su cabeza hueca tuviese algo que ver.
María, ¡cuánto la odiaba!
La mayor parte del tiempo actuábamos como perras hipócritas. Pero siempre había algún momento bueno, en el que casi llegaba a agradarme, momentos en los que incluso era capaz de engañarme y contarle cosas, como si realmente fuésemos mejores amigas.
Un par de veces le había contado lo mucho que me gustaba ese tal Nicolás, un chico un año mayor a nosotras que casi doblaba a María en altura (algo no muy impresionante dado que ella bien podía ser confundida con un gnomo de jardín). Ese chico de ojos soñadores.
Mis sentimientos hacia él me parecían repulsivos.
Estaba enamorada, y mucho.

Amor y otras coincidenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora