Capítulo 3

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ADRIANA:

María y yo subimos las escaleras hasta nuestro salón.

-Probablemente debas decirle a Nicolás lo que sientes... o lo haré yo- dijo con una sonrisa de suficiencia en sus labios llenos de brillo labial.

-Oh, cállate- levantó una ceja y soltó una carcajada, que sonaba descomunal para una persona tan pequeña, y me propinó un empujón en el instante en que la del brazo roto y otra chica pasaron a nuestro lado. Ambas me dirigieron una mirada asesina y siguieron con su camino.

Fulminé a la escuincla con la mirada y la empujé con el doble de fuerza. Reí al verla tropezar.

-Por cierto, dudo que te atrevas, o que según el caso el logre oír lo que dices allá abajo- ella empezó a protestar pero puse mi mano alrededor de mi oído y fingí no poder oírla.

-¿Con que no?- dijo dándome un empujón con todas sus fuerzas. Logré tomarla de la corbata, pero de nada sirvió. Ambas estábamos en el suelo, en el umbral de un salón que claramente no era el nuestro. María tenía todo mi cabello pegado a su labial y yo su codo en mis costillas.

Entonces traté de obviar las risas de todos mientras empujaba a María a un lado y trataba de incorporarme. Vi dos pares de piernas acercarse y mientras levantaba la vista hacia ellos deseé haberme caído de las gradas.

Con rostros compasivos, como quien ve a un niño pequeño haciendo un berrinche, estaba Camilo.

Y Nicolás.

Una serie de groserías pasaron por mi cabeza y sin darme cuenta tomé la mano que María me ofrecía y me levanté sin quitarle los ojos a Nick. Carajo, cada terminación nerviosa de mi cuerpo enviaba señales de alerta. ¿En serio acababa de caer en frente de Nicolás?

Quizá si me giraba, y corría a toda velocidad él no se daría cuenta.

-¿Están bien?- Oh.Mi.Dios. Esa voz era prácticamente música para mis atontados oídos. ¿Acaso empezaría a derretirme?

-Estoy perfectamente bien- dije en tono defensivo. Demonios. ¡No, no,no! No había querido que sonara así.

Él levantó ambas manos como en señal de rendición, tenía una sonrisa burlona en los labios. Ambos dieron media vuelta y se perdieron de vista dentro del salón.

Tomé a María de la mano y la arrastré hasta nuestro salón.

VERA:

Como siempre, fui la última persona en entrar al salón, nadie estaba en sus asientos.

Cada quién parecía pertenecer a algún grupo, a excepción de mi claramente.

Yo tenía la capacidad de expresión oral de una piedra. Y nadie parecía querer hablar con la chica callada. No había lugar para mí en ningún grupo y eso me mataba.

El primer día habla sido el peor de todos. Yo había llegado con los ánimos por todos los aires, imaginándome cuántos nuevos amigos haría. Ya había armado toda una una historia en mi cabeza. Ese día se suponía iba a ser fantástico. Pero lo único que obtuve fue un "Hola Vera" con palabras arrastradas por parte de las personas con las que pasaría el resto del año.

Fue como un golpe en la bolas, claro, si las tuviera.

Nada mejoró, ni al día siguiente, ni la siguiente semana, ni el mes siguiente. Todo había permanecido igual para cada persona en el salón, salvo que había una persona más respirando ese aire.

Pero me había acostumbrado, ese rechazo silencioso había dolido definitivamente, pero me sentía mejor. Nadie me pedía comida ni las tareas, ni criticaba mi manera de hablar, ni fruncía las cejas ante la mínima mención de el trasero de Nicolás.

No era tan malo estar sola.

Miré a mi alrededor mientras iba hacia mi puesto. Risas y gritos llenaban el salón. No me habría sentido tan aturdida si fuese parte de ellos, pero claro que no lo era, así que saqué mis audífonos y en un abrir y cerrar de ojos no había nada más que gente moviendo sus labios sin emitir sonido alguno y Lana del Rey inundando cada rincón de mi mente.

Así estaba mucho mejor, de esa manera evitaba sentir que estaba por enloquecer, así reprimía mis ganas de gritar a todos que se callaran y se fueran a la mierda.

El maestro llegó y como de costumbre llenó el pizarrón con algunos problemas. Se sentó pesadamente en su asiento al frente de la clase, miró a todos con ojos severos y procedió a enfrascarse en un libro tan gordo que no me sorprendió que dos semanas después aún no había acabado, no sin antes aclararse la garganta atrayendo la atención de todos.

Al señor Ruiz no le importaba mucho lo que hiciéramos los viernes, él daba sus clases de los lunes y martes, y ese día debíamos demostrar que si habíamos aprendido algo. Podías escoger entre trabajar o hacer lo que se te viniera en gana, es decir entre un diez o un cero que no se borraría never.

Si, esas habían sido sus palabras la primera clase, incluido el never.

Y aunque realmente lo odiaba los lunes y martes, era mi profesor favorito los viernes. Las matemáticas se me daban muy bien así que terminaba mi trabajo, lo entregaba y volvía a lo mío.

Así es, mi vida apestaba.

Amor y otras coincidenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora