Capítulo 4

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PAOLA:

Si, si, las clases de matemáticas son lo peor.
Si, si, Milo lucía asombroso en shorts.
Si, si, tener hambre en el colegio era un asco.
A decir verdad había dejado de prestarle atención a Elina hace tiempo, estaba enfrascada en alargar el cuello lo más que podía para saber si Andrés tenía la misma respuesta que yo había sacado.
39.
¡Maldita sea!
Miré a mi hoja.
78.
¿Qué era lo que estaba haciendo mal?
-Oye, ¿sabes que allí tenías que restar y no sumar?- dijo Andrés señalando a un punto en mi hoja.
-¿Qué? Pero... ¡Ah!- había vuelto a cometer el mismo error. Por duodécima vez. Si, si, las clases de matemáticas son lo peor.
Él se limitó a reír y me arrebató la hoja para rehacer todo el problema. Rodé los ojos. Matemáticas era lo único en lo que Andrés era realmente excepcional. Mientras que yo... pues, ni para atrás ni para adelante.
Ya veríamos si conservaba su sonrisita en el examen de biología. No es que yo fuese excepcional en esa materia. Pero al menos era mejor que él.
Llevábamos en esa especie de competencia desde la escuela, aunque ninguno nunca ganaba, ya que ninguno nunca era el mejor de la clase. Elina se nos había unido el año pasado, pero este año parecía estar demasiado estúpida por Camilo para competir. Aunque probablemente nos habría ganado. Este año parecía enfocarse sólo en tres cosas.
Estudiar.
Camilo.
Y Alex Turner.
Estaba realmente chiflada. Su cuarto estaba lleno de posters de las tres cosas. La estructura de la célula, fotos de Milo, fotos de Alex Turner. Yo
ya ni recordaba de qué color eran las paredes. ¿Azul? ¿Rojo? ¿Arcoíris? Era un misterio.

ELINA:

Preferí no hacer caso al hecho de que Paola no escuchaba nada de lo que decía y concentrarme en mi hoja.
2.
Comprobé la respuesta una vez más y dejé el trozo de papel sobre el escritorio de Ruiz. Ni siquiera levantó la vista de su libro cuando me acerqué, pero al voltearme oí el chasquido de lengua que significaba que todo iba bien con los números.
*La magia de la calculadora*
Al volver noté a Andrés riendo de Paola mientras esta miraba su hoja con los ojos desorbitados.
Seguramente continuaban con la competencia anual. Pero era más bien como una maratón de jirafas recién nacidas. Dando trompicones a cada metro.
-¿Me permites?- pregunté a Andrés mientras le quitaba su ejercicio de las manos- Oye, ¿sabes que allí tenías que restar y no sumar?- dije repitiendo lo que le había dicho a Paola unos minutos antes.
Paola carcajeó con satisfacción.
-Para ser tan "bueno con los números", en realidad no lo eres- dijo.
Andrés abrió la boca para protestar, pero yo ya no estaba prestando atención.
Por la ventana pasaron dos siluetas, y una de ellas era inconfundible.
Cosa bella, cosa hermosa, cosa bien hecha.
Me apresuré a la última ventana.
-Hace calor aquí, ¿cierto?, ¡abriré la ventana, no se preocupen!- dije quizá un poco demasiado alto.
Tiré de la ventana para abrirla, sin embargo era complicado hacerlo con un brazo inutilizado. Un par de manos acudieron en mi ayuda. Era la chica nueva, ¿Blanca? ¿Bianca? ¿Vera?¿Lorena? ¿Elina?
¡Al diablo! Yo era pésima con los nombres.
-Em grac...
Pero en ese momento frente a nuestros ojos pasaron Nicolás y Camilo.
Milo abrió mucho los ojos al vernos allí en la ventana, observándolos fijamente.
Al verme. Observándolo.
Lo juro, en ese momento sentí todos y cada unos de los planetas del sistema solar alinearse. Todo a nuestro alrededor desapareció: muros, sillas, personas; todo. Éramos los dos y nada más. Pude oír nuestros latidos retumbar en nuestros pechos. Él parpadeó dos veces. Yo tres. Y me sentí desfallecer. Electricidad fluyendo entre nosotros. Sabía que estábamos destinados a ser. Estaba más que segura. Su perfume llegó hasta el lugar en que yo estaba, a escasos quince centímetros, olía a limón y perfume, a sudor y jabón. Olía a Camilo. Lo que más deseaba en ese momento era acabar con la pared que nos separaba y estrecharlo entre mis brazos. Y él también lo quería, podía verlo en sus ojos. Él abrió ligeramente los labios y presentí que pronunciarían mi nombre.
Entonces en menos de una décima de segundo él había girado la cabeza hacia Nicolás y volvió a sumirse en la conversación que entablaban tan solo diez segundos antes.
Se habían sentido como horas.
Y no, ese no fue el principio del fin ni mucho menos. Fue simplemente el comienzo.

Amor y otras coincidenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora