12; Niñera

417 31 7
                                    

-¡Mira, Andrea! -grita el pequeño.

Me encantan los niños, pero Dios, en estos momentos lo único que quiero es dormir.

-Sí, Adri, muy bonito -farfullo, mirando por un momento el dibujo que acaba de hacer con ceras de colores.

Entonces su expresión se torna preocupada y frunce el ceño.

-¿Estás malita? -pregunta clavando sus grandes ojos color miel en los míos.

-Sí, muy malita. Por eso no puedes gritar, si no me pondré peor.

Me mira y asiente comprensivamente, y vuelve a ponerse manos a la obra con sus dibujos, asomando ligeramente la lengua con aire de concentración mientras pinta.

Y os preguntaréis: ¿dónde está mi hermano? Bien, su ex lo ha llamado poniéndole alguna excusa para volver a verlo y... bueno, es Óscar, y le gusta una mujer más que a un tonto un lápiz, aunque le he tenido que repetir veinte veces que me encontraba bien, ya que no le hacía mucha gracia la idea de dejarme a solas con Adri, el pequeño terremoto. Por suerte, el niño me adora.

Entonces caigo en que hoy es un día lectivo.

-Oye, Adri, ¿por qué no has ido hoy al cole? 

-No sé -dice sin prestarme mucha atención. 

Cojo el móvil y llamo a Óscar.

-¿Andrea? ¿Ha pasado algo? -habla muy rápido.

-No. Es solo... ¿Por qué no está Adrián en el colegio?

-Su madre lleva mala cuatro días, y se le pasó pagar la excursión a la granja escuela que tenían hoy -todo cobra sentido.

-Ah, vale. Por cierto, ¿cuándo viene mamá?

-Pues, se supone que... Helena, para -se escuchan unas risas-. Se supone que para comer estará allí.

Dios, los he pillado manos en la masa seguro. Mis mejillas se tiñen de rojo solo de pensarlo.

-De acuerdo, adiós -me despido y cuelgo rápidamente.

Ay... Dios mío.

-Andrea, ¿me das una chuche? -viene hacia mí con cara de cachorrillo.

Miro el reloj: las dos en punto.

-Es que vamos a comer ya, Adri. Son las dos.

-Pero yo quiero una chuchería... ¡Por fi, por fi! -comienza a llorar.

-Mira, vamos a hacer un trato -me incorporo en el sofá, sentándome, y un pinchazo recorre mi cabeza-. Vamos a esperar a que venga María -digo refiriéndome a mi madre- y cuando comamos te doy todas las chuches que quieras.

Me mira como sopesando lo que le acabo de decir.

-Vale... -dice pasándose el puño por los ojos, y le esbozo una sonrisa.

Media hora más tarde aparece mi madre por la puerta. 

-¡Hola, María! -el niño corre hacia ella y se cuelga en sus piernas.

-¡Hola, Adrián! ¿Tienes hambre? -le dice pasándole una mano por los rizos.

-¡Sí! -exclama y me mira, riéndose.

Le devuelvo la sonrisa y me levanto para dirigirme a la cocina con ellos.

-¿Y tu hermano? -me pregunta mi madre mientras le echa tomate a unos macarrones y los mete en el microondas.

-Está... hmmm... Un compañero de la universidad lo ha llamado para terminar un trabajo que tienen que entregar mañana -lo encubro.

Si mi madre se enterara de que sigue quedando con Helena... Nunca le gustó esa chica, decía que era demasiado fresca. A mí, sin embargo, me cae bastante bien. Me apunto mentalmente decirle a Óscar que me debe una.

-Qué raro, no me ha comentado nada.

-Ya... es que, por lo visto, se les ha borrado el trabajo y ha salido casi corriendo -vuelvo a mentir.

-Ah, bueno.

Su expresión no muestra emoción ninguna. El tema del divorcio la tiene frita. Nos pone los macarrones a mí y a Adri y ella se sienta en silencio, sin comer. Me abstengo de decirle nada, ya que no quiero crear ninguna situación incómoda con el pequeño delante.

-¡Ya está! -dice Adri con los morros llenos de tomate cuando termina.

Le quito el plato y recojo el mío también, ya que no tengo mucha más hambre.

-Voy a echarme un rato, Andrea. Si viene Rosa, dale saludos de mi parte y dile que se mejore -a continuación, se marcha a su dormitorio.

Adri me mira a esperas de que cumpla con lo dicho.

-Lo prometido es deuda, enano -digo abriendo un cajón que guarda un montón de patatas y chucherías de todos los colores.

El niño coge una cosa de cada y se sienta a la mesa a comérselo. Bueno, al menos así está entretenido.

A las cuatro, suena el timbre, y dejo al niño en el sofá viendo la tele mientras voy a abrir. El padre de Adri me saluda cálidamente.

-Oh, hola. Adrián está viendo la tele, puedes pasar.

-No te preocupes, Andrea. ¿Cómo llevas la herida? -dice señalando mi frente.

-Pues... no muy mal -río.

Menos mal que, después de varios días, los moretones de la cara son menos visibles, aunque han adquirido un color amarillento. Creo que casi todo el vecindario se ha enterado de mi "accidente doméstico".

-¿Y Rosa está mejor?

-Ahí va, es solo un resfriado, pero la ha pillado con las defensas un poco bajas -explica.

Asiento.

-Un momento, voy a por Adri.

Ando hasta el salón y, cuando le digo que ha venido su padre, se levanta y va corriendo hacia él.

-Muchas gracias por cuidar de este terremoto -me sonríe.

-Nada, se ha portado muy bien.

Se van y me quedo sola. Y me empiezo a sentir sola, también. Es lo que tiene cuando has estado todo el día con gente y de pronto no tienes a nadie. 

Llevo toda la tarde en mi cama, y ya son las once, pero entonces un mensaje de Whatsapp hace que mi teléfono vibre. Lo desbloqueo y veo que es Nathan de quien se trata. Esbozo una sonrisa al instante.

Nathan The Best: Mañana, a las 5:30 en el parque. Te recogemos allí.

Yo: Que no voy a ir! Qué pesados.

Nathan The Best: Enróllate, Andrea! 

Yo: No quiero que nadie me vea con esta cara, ¿tan difícil es de entender?

Nathan The Best: Está bien, pero si ganan, vendrás a casa de Javi a celebrarlo.

Yo: No.

Nathan The Best: Sí. Buenas noches, cabezona.

Y me bloquea. ¡Me bloquea para que no pueda decirle nada más! Esto es lo más grande, pero no puedo evitar soltar una carcajada. Menos mal que tengo a los chicos...

Me curo la herida de la frente y me aplico pomada en el corte del labio, ya casi imperceptible. Justo antes de meterme en la cama de nuevo, escucho un portazo que indica que mi hermano ha llegado. Me asomo y lo encuentro subiendo las escaleras camino a su habitación.

-¡Me debes una, hermanito!


Ella es uno másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora