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Brooke

Dicen las malas lenguas, que uno no se da cuenta de cuanto extraña a una persona hasta que la pierde.

Algo parecido me pasó a mí.

No había notado lo mucho que extrañaba a mi familia hasta que llegué a Italia y los vi a todos tan cambiados.

¿Está mal sentirme así de bien cuando mi abuelo está luchando por sobrevivir?

Es irónico lo bien que se siente, incluso estando sentada en este incomodo sillón de hospital y con muchos vasos de café desechables a mi alrededor, estar de vuelta.

Me siento en casa.

Sé que mi "casa" está al otro lado del océano, y que técnicamente no es una casa en sí, es un departamento que comparto junto a dos chicas.

Pero este es mi hogar.

Reflexiono mientras veo la pared de color verde menta en frente mío.

Mi mente viaja al día en que conocí a Daisy.

Era invierno y yo  me encontraba en un café cerca de a la universidad. Estaba desesperada por encontrar una habitación para dormir ya que la beca que me había ganado, no incluía estadía.

Hacía bastante frío...

Antes

—Lo siento por haberla molestado, gracias de todas formas— repito por centésima vez hacia el télefono.

—Descuida cariño, te deseo mucha suerte— dice la señora con su voz chillona al otro lado del télefono.

Por lo menos esta fue simpática y no gruñona como el señor que me atendió antes.

Cuando cuelgo el celular, me quito los lentes de lectura y me paso una mano por los ojos frustrada. Suspiro rendida y tacho con rabia otro nombre en la lista en mi agenda.

Un café aparece enfrente de mí.

Alzo la mirada y veo a una chica rubia con unos inmensos ojos azules mirándome curiosa.

—¿Novio o Periodo?— me pregunta apoyándose en la barra con tono curioso.

Frunzo el ceño confundida.

—¿Disculpa?— digo mirándola.

—¡Oh comprendo, problemas con tu familia!— dice asintiendo con la cabeza— disculpa, sé que tengo que usar lentes.

Miro la placa que se encuentra en su pecho y luego vuelvo a observar esos inmensos ojos que me miran tratando de leerme.

—¿Daisy verdad?— ella asiente repetitivamente de nuevo.

Me estira su mano y sonrío cuando me doy cuenta que tiene la muñeca llena de brazaletes.

La tomo y la sacudo.

—Brooke Tarianni— digo sonriéndole.

Ella baja la mirada y observa la pequeña agenda abierta en frente de mi. Sin pedirme permiso la voltea y la mira interesada.

—Soy estúpida— susurra negando con la cabeza. Pero se ríe después.

¿Acaso esta chica está loca?

—¡Andas buscando hogar!— grita alzando las manos al cielo, ganándose una mirada de enojo por una pareja de ancianos que compartían una hamburguesa.

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