Final de Telenovela

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Vuelvo y repito: mas vale que no. La mañana siguiente a la publicación del reportaje, El Audaz me saludó seriesísimo. Ya en la tarde, café mediante, me había adelantado parte de su arrechera:


-Tú sí te acostaste con ese tipo...



Y fue como me vi en medio de un diálogo donde El Audaz trataba sin éxito de disimular sus celos y me preguntaba y me preguntaba bajitico que quién había sido ese tipo, que qué se había hecho, que era mejor saber a qué atenerse, como si ser el único Otro le produjera una mayor satisfacción erótica. Además me repitió que me olvidara del asunto ese del "compañero reemplazo", que él no era reemplazo de nadie.



Ahí fue cuando reconocí que las mujeres nos ponemos básicas y respondemos de manera más predecible. Y como si estuviera defendiendo mi virginidad salí a jurarle que nunca había tenido nada con otro, ni de broma, "cómo crees, cómo te atreves, ni que yo fuera una loca". Pero nada, El Audaz solo se tranquilizaría si le daba nombre y apellido, hechos, datos, sitios, no fuera a ser que el tipo anduviera cerca y él haciendo el papel de pendejos, uno más en lo que suponía era mi larga lista de amantes clandestinos. "Ni que yo estuviera tan buena", traté de calmarlo con un chiste, pero me respondió con su mirada negrísima, escrutándome de arriba abajo como quien dice estás podrida de buena y por eso te has acostado con media ciudad. Sin pronunciar palabra, hizo como en las películas: puso los billetes en la mesa y arrancó, mudo y furioso.



Y mudo y furioso anduvo como un mes, un largo larguísimo mes que se me fue en puro llorar, en odiar los fines de semana, en calle sin aviso a mis amigas para sufrir en libertad y teorizar con ellas durante horas, para finalizar preguntándonos a cuenta de qué la humanidad se había organizado de esta manera tan aburrida y no de otra que nos impidiera ver al esposo en pijamas frente a la computadora o vivir lo que he llamado el "amanecer violento": eso de despertarse los domingos a hacer arepa para el desayuno.



Mitad bravísima conmigo -porque para qué salí de zafrisca a publicar el cuento del escritor-, y mi otra mitad indignada pero contra El Audaz porque a cuenta de qué se iba a poner tan bravo (¡qué ridiculez!) si ni siquiera mi esposo me había reclamado nada, me preguntaba qué derecho tenía él de ponerse en eso... Aunque una buena parte de mí -tomado del cien por ciento de ese otro que somos cuando andamos en esos trotes- gozaba de lo más feliz con su ataque de celos, porque se le ponía la cara rojita, me evadía en los pasillos, ni me hablaba cuando nos íbamos en grupo a tomar café y alguno de mis amigos lo invitaba con aquel cariño.



Que a estas alturas estábamos seguros de que media redacción se había dado cuenta de toda la historia, porque ocurre que en las redacciones de los periódicos se vive como en un territorio liberado habitado por gente que se divorcia a cada rato, se cuentan sus rollos a gritos, algunos se visten malísimo (y a nadie le importa) y todos se han enamorado alguna vez de alguien de la redacción, y por lo mismo todos se hacen los locos con la misma rigurosidad con la que todos siempre quieren tomar café. Es una raza acostumbrada a comer frío en el escritorio o abandonar la familia por una noticia y conviene que se apareen entre sí porque cualquiera que no pertenezca a su tribu puede correr el riesgo de convertirse en un invitado incómodo a quien le exigiremos siempre nuestra ración cotidiana de hechos extraordinarios.



"Yo no puedo seguir sufriendo así", volví a escribir en mi cuaderno de tarea antiansiolítica que me había mandado Delia. "¿Será que se lo confieso a Leopoldo? ¿Y si me manda al carajo? Eso sí que no lo soportaría... yo lo amo, llevamos media vida juntos, recuerdos de viajes, hasta sus cartas de amor guardo en una cajita. Además, tan amable que ha sido, pobrecito. Tan inocente, que hasta me ve llegar un pelo tarde y ni siquiera me atosiga con necedades... Una que otra vez, cuando hacemos el amor, después de que tararea "Tú mi delirio" se atreve a hacerme una pregunta post orgamo: "¿Y tú no te aburres conmigo?" que ni muerta le he querido responder...

Lo último que me faltaba (Confesiones de una esposa infiel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora