1. Verde Navidad y un beso sin muérdago

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- ¡James Sirius Potter, regrese aquí inmediatamente!

No sabía cuántas veces a lo largo de su corta existencia había escuchado a la profesora McGonagall gritándole esas seis palabras, siempre en el mismo orden, y siempre con el mismo tono. El muchacho cerró los ojos con gesto de dolor al saber lo que se le venía encima: otro castigo, pero inmediatamente adoptó una pose más relajada y una sonrisa inocente asomó a sus labios antes de girarse para encontrarse con su enfurecida directora.

La mujer llevaba el cabello recogido en un moño alto del que no escapaba un solo pelo, confiriéndole un aspecto del todo estricto. Sus labios se hallaban fruncidos hasta el extremo, llegando a parecer blanquecinos, y sus ojos, verdes y vivos, lo escudriñaban de arriba abajo.

- ¿Qué es lo que estaba haciendo? - Preguntó la mujer con tono directo.

- Nada, profesora. - Aseguró el chico, manteniendo el gesto inocente que tantas veces había ensayado.

- ¿Se está burlando de mí, señor Potter? - Volvió a preguntar Minerva McGonagall, cruzándose de brazos.

De repente a James le pareció mucho más imponente, pero no debía venirse abajo. No podía. Tenía que seguir fingiendo que no había pasado nada si quería salir de allí sin un castigo en la última semana antes de las vacaciones. Sus padres lo habían dejado meridianamente claro: si vuelven a castigarte antes de las vacaciones de Navidad, olvídate de tener escoba nueva.

- Le juro que no he hecho nada, profesora McGonagall. - Dijo de nuevo el chico, pestañeando repetidamente.

La mujer suspiró con impaciencia, fulminándolo con la mirada.

- ¿Podría explicarme entonces qué hacía esto cayéndose de su bolsillo mientras salía a toda prisa del despacho del señor Filch?

Minerva McGonagall extendió un brazo antes de abrir la palma de la mano. ¡Mierda! James notó que el color abandonaba sus mejillas y que se le secaba la boca en cuestión de milésimas de segundo.

- No... No sé qué es eso, profesora. - Balbuceó el chico - No lo había visto nunca.

La mujer entrecerró los ojos y se acercó el envoltorio de color verde brillante a la cara.

- Moco superpegajoso de alta intensidad. - Leyó en voz alta - Disfruta con esta pequeña maravilla que se adhiere a cualquier tipo de superficie y crece sobre ella, cubriéndola de una asquerosa masa viscosa de color verde que haría vomitar a un dementor. - McGonagall terminó de leer lo que ponía en la parte delantera del envoltorio y miró de nuevo al chico - ¿No ha visto esto nunca? Porque lleva el símbolo de la tienda de su tío, George Weasley.

James Sirius Potter había empezado a sudar como si estuviese corriendo una maratón. ¿Cómo podía escapar del atolladero? Sus ojos no se apartaban de los de su profesora, sabía que así parecería que no tenía nada que ocultar.

- No recuerdo haberlo visto. - Insistió James con inocencia.

- ¿De verdad? ¿Cree que si entro ahora mismo al despacho del señor Filch no encontraré ningún... - volvió a leer el envoltorio - moco superpegajoso de alta intensidad?

- No puedo saberlo, no he estado ahí dentro. - Contestó James, encogiéndose de hombros.

Minerva McGonagall le sostuvo la mirada unos segundos, pero finalmente suspiró con derrota y se guardó el envoltorio en el bolsillo.

- Le advierto, señor Potter, de que lleva usted quince castigos en lo que va de trimestre. Esta vez seré benevolente, pero si le pillo haciendo algo sospechoso en lo que queda de semana, tenga por seguro que no me importará aguarle las fiestas.

James Sirius Potter y una slytherin de armas tomarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora