---------------------------CAPITULO 1---------------------------
Azoth estaba agachado en el callejón y el lodo frío se le metía entre los dedos de los pies. Tenía la vista puesta en el estrecho hueco que había entre la pared y el suelo, e intentaba armarse de valor. Aún faltaban horas para que amaneciera y la taberna estaba vacía. En casi todos los tugurios de la ciudad el suelo era de tierra, pero esa parte de las Madrigueras estaba construida sobre terreno pantanoso y, como ni siquiera un borracho quiere beber con fango hasta los tobillos, habían elevado unos centímetros la taberna sobre unos pilares de madera y habían entarimado el suelo con cañas grandes de bambú.
A veces se colaban monedas por las rendijas entre las cañas, y aquel espacio entre el bambú y la tierra era tan estrecho que pocos podían arrastrarse por él para recogerlas. Los mayores de la hermandad eran demasiado corpulentos y los pequeños tenían demasiado miedo para adentrarse en aquella oscuridad asfixiante, compartida con arañas, cucarachas, ratas y el perverso gato semisalvaje del dueño. Lo peor era que las cañas de bambú se combaban y presionaban contra la espalda cuando los parroquianos caminaban encima. Durante un año había sido el lugar favorito de Azoth, pero ya no era tan pequeño como antes. La última vez se había quedado atascado, y pasó varias horas aterrado hasta que una lluvia providencial reblandeció la tierra lo suficiente para que pudiera salir escarbando.
Esa noche había barro, no llegarían más clientes y Azoth había visto irse al gato. En principio no deberían surgir problemas. Además, debía pagar la cuota do la hermandad a Rata el día siguiente, y no tenía los cuatro cobres, ni siquiera uno, así que no había otra elección. Rata no era comprensivo ni consciente de su propia fuerza. Sus palizas habían matado a más de un pequeño.
Apartó el barro a los lados y se tumbó boca abajo. La tierra mojada le empapó la túnica, fina y mugrienta, al instante. Tendría que trabajar rápido. Estaba en los huesos y, si se resfriaba, ya podía ir despidiéndose de este mundo.
Empezó a arrastrarse a toda prisa por la oscuridad en busca del brillo delator del metal. La taberna aún tenía un par de lámparas encendidas, y la luz se filtraba por las rendijas del suelo de bambú, dibujando extraños rectángulos sobre el lodo y el agua estancada. La niebla espesa del pantano ascendía por los haces de luz y volvía a caer. Las telarañas se rompían al pegarse a la cara de Azoth. De repente notó un cosquilleo en la nuca.
Se quedó inmóvil. Nada, imaginaciones suyas. Exhaló despacio. Avistó un destello, y cogió su primera moneda de cobre. Reptó hasta la viga de pino mal desbastada bajo la cual se había quedado atrapado la vez anterior y escarbó debajo hasta que el agujero se llenó de agua. Aun así, quedaba tan poco espacio que tuvo que ladear la cabeza. Contuvo el aliento, hundió la cara en el agua fangosa y comenzó a reptar.
Logró pasar la cabeza y los hombros por debajo de la viga, pero entonces un tocón de rama mal pulido se le enganchó en la túnica, rasgó la tela y se le clavó en la espalda. Estuvo a punto de gritar, pero se alegró al instante de no haberlo hecho. Por un resquicio más ancho entre las cañas de bambú, divisó a un hombre que bebía sentado a la barra. En las Madrigueras tenías que aprender a juzgar a primera vista. Aunque se tuviesen unas manos tan ligeras como las de Azoth, cuando se robaba a diario era inevitable que tarde o temprano te pillaran. Todos los mercaderes zurraban a los ratas de las hermandades cuando intentaban robarles; era la única forma de conservar algo de género que vender. El truco era escoger a los comerciantes que se limitaban a darte unas bofetadas para que no probases suerte con su puesto la próxima vez; otros propinaban tales palizas que ya no había próxima vez. Azoth creyó ver algo bondadoso, triste y solitario en aquel personaje desgarbado. Debía de tener unos treinta años, llevaba una barba rubia desaliñada y una espada enorme al cinto.
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EL ANGEL DE LA NOCHE 1 : EL CAMINO DE LAS SOMBRAS (BRENTWEEKS)
ActionA sus 11 años, Azoth ha aprendido a juzgar a la gente a primera vista; en realidad, le va la vida en ello, pues forma parte de una de las bandas de huérfanos que roban y malviven en las peligrosas calles de la metrópoli de Cenaria. Bandas en las que...