---------------------------CAPITULO 51--------------------------
Durzo avanzó a rastras por una de las enormes vigas que sostenían el techo del gran salón del Castillo de Cenaria, embozado en sombras. En su oficio había mucha variedad, eso siempre le había gustado. Aunque nunca había querido hacer el trabajo de una sirvienta.
Sin embargo, de algún modo había acabado pasando un trapo húmedo por la madera, recogiendo el polvo con meticulosidad mientras avanzaba poco a poco tras limpiar cada centímetro. Por increíble que fuera, nadie se había molestado recientemente en quitar el polvo a unas vigas que estaban a quince metros de altura. Y Durzo odiaba ensuciarse.
Aun así, por cuidadoso que fuera, no podía evitar que se levantaran pequeñas cantidades de polvo de vez en cuando, que se dispersaban como nubes cargadas de nieve y caían hacia el salón, delatando su por lo demás invisible avance.
Los nobles de abajo, por suerte, no estaban precisamente mirando hacia el techo. Los festejos se hallaban en su apogeo. Los sucesos de la noche anterior habían atraído a todo el mundo al castillo. Las voces flotaban hasta las vigas en un sordo fragor mientras hombres y mujeres celebraban el solsticio y chismorreaban sobre lo que haría el rey. Por supuesto, el tema más candente era qué hacía Logan en la mesa real. Todos sabían que lo habían arrestado y nadie le quitaba ojo de encima. ¿Por qué estaba allí?
Por su parte, Logan estaba sentado como un condenado a muerte... que era exactamente lo que Durzo sospechaba que era. Conociendo a Aleine, el rey habría invitado a Logan para humillarlo en público delante de todos los grandes del reino. Quizá anunciaría la pena de muerte para Logan. Quizá ejecutaría la sentencia en la misma mesa.
Durzo volvió a moverse y desprendió una gran costra de polvo centenario. Observó, impotente, mientras caía en espiral hacia una de las mesas laterales. Parte se deshizo en el aire, pero el resto aterrizó en el brazo de una noble que gesticulaba.
La dama se sacudió el brazo y prosiguió con su anécdota sin interrumpirse.
Durzo apretó los dientes y siguió limpiando polvo y avanzando por la viga ascendente poco a poco. Estaba perdiendo facultades. Claro que siempre se había recriminado que estaba perdiendo facultades. Eso lo mantenía atento. A lo mejor esa vez, sin embargo, era verdad. Sucedían demasiadas cosas. Era todo demasiado personal.
Llegó a una encrucijada en la que coincidían varias vigas para aguantar el techo. Era imposible continuar por la que había recorrido; tendría que rodear el bloque que formaba la confluencia o pasar por debajo. Quienquiera que hubiese diseñado la estructura, no había tenido en cuenta la comodidad de los espías.
Durzo se ajustó unos garfios de escalada a las dos muñecas y encajó los dedos en la juntura de dos vigas que se unían en ángulo. Era doloroso, pero un ejecutor aprendía a vencer el dolor. Aguantándose de las manos, dejó que sus pies abandonaran la viga y quedó colgando en el vacío. Se preguntó qué pensaría la noble gorda de debajo si de repente caía una sombra del techo a su plato. Estaba suspendido de las puntas de los dedos, y se sirvió de su propio peso para encajarlos todavía más en el doloroso resquicio. Después soltó la mano derecha y se balanceó para agarrarse al otro lado del punto donde confluían todas las vigas.
Si lo logró fue gracias a su envergadura. Coló tres dedos en el ángulo del otro lado. Al desplazar su peso, el polvo acumulado en aquella juntura bastó para que se le escurrieran los dedos.
Blint dobló la mano hacia abajo cuando perdió el agarre. Cayó unos ocho centímetros y entonces el garfio de la muñeca se hundió en la grieta que sus dedos acababan de dejar. El gancho aguantó. Blint soltó la mano izquierda y balanceó el cuerpo una vez más. En esta ocasión caería directamente encima de la mujer, en vez de en su comida. Con ayuda del garfio de hierro, que se le clavaba en la muñeca, se izó lo suficiente para agarrarse con los dedos. Con otro balanceo, liberó el garfio y se cogió al borde de la viga con la otra mano.
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EL ANGEL DE LA NOCHE 1 : EL CAMINO DE LAS SOMBRAS (BRENTWEEKS)
ActionA sus 11 años, Azoth ha aprendido a juzgar a la gente a primera vista; en realidad, le va la vida en ello, pues forma parte de una de las bandas de huérfanos que roban y malviven en las peligrosas calles de la metrópoli de Cenaria. Bandas en las que...