Capítulo 1

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Por fin era la hora del almuerzo. Me moría de hambre porque gracias a la dichosa dieta que me obligaba a hacer mi madre pasaba grandes jornadas sin comer.

Marlene, mi mejor amiga desde preescolar, y yo nos dirigimos hacia el gran comedor donde cada vez había más gente y el murmullo se elevaba por momentos.

Como todos los días, no nos colocamos en la cola de espera para coger el almuerzo, sino que directamente nos acercábamos al primero de la gran cola y esperábamos a que nos cediera su turno. Nadie rechistaba y es que eso se convirtió en una costumbre desde que llegamos aquí.

Primero pidió Marlene. Como siempre, escogió cuatro trozos de lechuga, una botella de agua y una manzana roja. Y es que ella comía lo justo, practicaba infinitas actividades físicas o inclusive vomitaba. Yo intentaba que dejara de hacerlo pero ella siempre alegaba que para tener un cuerpo bonito, había que sufrir.

Cuando llegó mi turno, observé las tres opciones que podíamos elegir para comer. En la primera bandeja había innumerables sándwiches de queso fundido y jamón york, la segunda albergaba suculentas hamburguesas con patatas fritas y por último, en la tercera había una simple ensalada. Mis ojos no dejaron de observar las hamburguesas que me llamaban a gritos y mi estómago rugió con fuerza por falta de comida en mi estómago.

-No estarás pensando en comer esa fuente de carbohidratos y grasa, ¿verdad? –Dijo Marlene señalando las hamburguesas poniendo una mueca de asco.

-No loca. –Me intenté excusar con una sonrisa irónica. –Por favor, quiero ensalada, pero solo lechuga. –Le aclaré a la mujer que servía que le iba a poner salsa de yogurt a la lechuga.

Con las bandejas de comida en nuestras manos nos sentamos en la mesa de siempre. En la que las animadoras, o como todo el mundo decía “la mesa de las guarras con cabeza hueca”.

-…y yo le dije: ¡Ni se te ocurra volver a llamarme, feo! –Escuché decir a Karla mientras las otras reían fuertemente.

Dejé mi bandeja en la mesa y tomé asiento en el extremo izquierdo de la mesa, asiento que se le otorgaba a la capitana de las animadoras.

Todas quedaron en silencio y me observaron con grandes sonrisas, totalmente falsas.

-Oh Lana, ¿ese lazo es nuevo? –Preguntó Kim con ojos centelleantes. Era nueva en el equipo de animadoras y estaba emocionada por formar parte de la élite del instituto, de los populares. Yo me llevé mi mano hacia el dicho lazo y asentí. --¡Es divino! ¿De dónde es? Muero por tener uno igual.

Yo fui a decirle que me lo compré en la nueva tienda del centro comercial pero Marlene se me adelantó. –Kim, ¿estás tonta? Sabes que está prohibido llevar la misma ropa que Lena. Regla número uno en el código de las animadoras. Novata… --Susurró Marlene en mi oreja. La pobre Kim se sonrojó y bajó su mirada hacia sus piernas, con la cabeza gacha.

-Lo-lo siento. –Cogió sus cosas y salió corriendo, avergonzada por tal situación mientras mi mejor amiga sonreía satisfecha, pinchando un trozo de lechuga.

Seguí comiendo mientras una tras otra me lañaban cumplidos y palabras de admiración Lo agradecía con todo mi corazón pero siempre llegaba un momento en que me cansaba tanto “pelotismo” y que me trataran como una Diosa. Era como ellas, de carne y hueso.

Cuando los cumplidos cesaron, noté como unas grandes y cálidas manos cubrieron mis ojos dejándome totalmente ciega.

-¿Quién soy? –Escuché como la voz de Paul chocaba contra mi oreja mientras me besaba en el lóbulo.

Las chicas soltaron unos largos “oh” y también pude escuchar algunos silbidos por parte de algún que otro espectador.

-Mhmmm… déjame pensar. –Depositó otro beso en la comisura de mis labios. –Oh, eres Paul.

-Quién iba a ser si no. –Destapó mis ojos, cogió una silla y se sentó a mi lado. –Nena, hoy tengo un partido y no estaría de más que me fueras a visitar.

Me limité a sonreír y asentí energéticamente mi cabeza.

Paul y yo llevábamos tonteando desde principios de curso, o mejor dicho, desde que me nombraron capitana, y nuestra relación era un poco extraña. No éramos ni novios ni amigos.

Él siempre quería más, buscaba cualquier momento para besarme y se intentaba sobrepasar y llevar los besos a otro nivel. Nivel al que yo no quería llegar. No creáis que no me atraía pero siempre pensé que él me veía como un premio y no como una chica con la que tener una relación sentimental.

Mientras perdía el tiempo hablando con alguna de mis compañeras, desvié mi mirada hacia la derecha donde de repente se escucharon gritos de burla y bolas de papel fueron lanzadas hacia un chico que caminaba cabizbajo.

Sabía quién era ese chico. Era Lucke y teníamos las mismas clases. No se hacía de notar y no hablaba ni tampoco se juntaba con nadie. Las clases las pasaba solo, apuntando cosas en una libreta, y en la hora del almuerzo, se sentaba en la mesa más desplazada de todas y se quedaba allí mirando a la ventana, sin hacer nada.

No tenía ni idea que por qué la gente se burlaba constantemente de él y, sinceramente, me daba un poco de pena. Nadie deber ser tratado así nunca.

Cuando pasó por nuestra mesa, noté como Marlene y Paul se dedicaron sonrisas cómplices. Paul desplazó sigilosamente su pierna que daba al pasillo y la extendió.

La bandeja de Lucke se cayó al suelo junto con él. La comida fue directa hacia su pelo y este quedó manchado igual como parte de su camisa de “Linterna Verde”.

El comedor rompió a carcajadas, gritos de burla e insultos extremadamente ofensivos fueron dirigidos para el chico que se encontraba tumbado en el suelo. Todos rieron, excepto yo, que no pude evitar levantarme de mi asiento y ayudarle.

-Te has pasado. –Le dije a Paul, su moreno rostro se tornó de un color rojizo a causa de la gran carcajada. Hizo oídos sordos a mis palabras mientras seguía riendo.

Me dirigí hacia donde se encontraba Lucke, que el pobre quedó en shock sin saber qué hacer o como actuar. Me arrodillé y le extendí mi mano para que se pudiera levantar, sin importarme el hecho de que pudiera mancharme. Él dudó ante mi acto.

-Venga, tienes que salir de aquí si no quieres acabar más humillado de lo que estás. –Insistí con mi mano, él vaciló antes de asentir y cogió mi mano para coger impulso.

-Gracias. –Susurró mirándome a los ojos. Tenía unos ojos realmente bonitos pero los cubrían unas gafas de pasta.

Cuando se puso de pié resbaló pero no cayó ya que le cogí con más fuerza, intentando evitar otra fatal caída.

Apoyó su mano en mi hombro y caminamos hacia el lavabo, que estaba prácticamente al lado del comedor.

Shhhhh... es un secreto!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora