▼ Capítulo uno ▲

603 44 56
                                    


Me encontraba desesperado, muy nervioso y algo irritado. Eran ya pasadas las seis de la tarde y yo seguía esperando en mi habitación. No es como si fuera un espacio desagradable, de hecho, eran los dormitorios más deseados en toda la Gran Casa. Únicamente los estudiantes de último año teníamos derecho a habitar aquellos cuartos enormes, con todos los lujos posibles, situados en el quinto piso del internado. Acentos en oro enmarcaban las puertas, cada una con nuestros nombres.

Me levanté bruscamente de mi mecedora. Estaba harto de esperarla ahí. Me estiré paseando por mi habitación y me acerqué a la ventana. Una sombra me inquietó. Había algo colgado allí, pero no podía verlo. A pesar de mis intentos, no me quedó otro remedio que abrir la ventana de guillotina y asomarme. Y allí estaba. El tonto murciélago de Dominik, colgado de cabeza con una nota en la boca. Tomé la nota y espanté al horrible animal de allí. Los murciélagos eran útiles para enviar mensajes, pero nadie puede negar que son feos a rabiar. Hacen un ruido espantoso y encima son medio tontos.

Era un recordatorio para la reunión de esta noche. Un mensaje en clave, misterioso y extraño. No entendí qué necesidad había de complicarlo tanto con metáforas raras y frases poéticas. Un simple «Nos vemos esta noche a las dos frente al cementerio» bastaba. Adjunto a ello había una inmensa lista de cosas que no debíamos olvidar. Estaba firmada por Lucio. Repasé vagamente la lista. Ya sabía todo lo que debía llevar, pero me ayudaría a mantenerme ocupado. Fui buscando con mis ojos todas las cosas que se mencionaban. Algunas estaban escondidas, pero sabía que estaba allí.

Escuché unos pasos en el pasillo. Un taconeo incesante. Se acercaban cada vez más hasta mi puerta. El ruido enfurecía a cada segundo. Estuve casi seguro de que tocaría en cualquier momento. De pronto cesó y el taconeo fue reemplazado por tres golpes insistentes en la puerta. Pensé lo peor. Yo sabía bien a quién pertenecía ese andar decidido y enojado. Conocía quien estaba detrás de la puerta. Era Alicia, la directora de la Gran Casa. Una despiadada mujer, muy amargada y cascarrabias.

—¿Jeremy McAllister? Abre la puerta —ordenó su voz malhumorada.

Seguramente ya había descubierto el plan. Esa mujer tenía un problema con los varones del internado. Ninguno para ella era bueno, todos éramos delincuentes juveniles. Las chicas tenían mucha más libertad, a nosotros nos tenía vigilados siempre que podía. Y si estaba allí para sacar información acerca de la reunión secreta, aunque yo no estuviese dispuesto a dársela, éramos hombres muertos. Nos miraría el alma si era necesario con tal de averiguar qué tramábamos.

—Señor McAllister, sé que está ahí. ¡Abra la puerta antes de que la derrumbe!

Doblé la nota y la eché en el bolsillo trasero de mi pantalón. Tomé mi camisa y comencé a abotonármela. Ella siguió golpeando la puerta y llamando mi nombre con histeria. ¡¿No podía esperar un miserable minuto?!

—¡Estoy desnudo, Alicia! ¡Por todos los cielos! ¿Quieres verme el...?

—¡Avance! —interrumpió ella antes de que yo pudiera culminar—. ¡Y soy la señora Neidhart para usted!

Sin haber terminado bien de colocarme la camisa, me vi obligado a abrirle la puerta. Ella entró como un torbellino, sin dirigirme la mirada. Se paró en el medio de la habitación y giró el cuello prácticamente como una lechuza. ¡Puto miedo! Juraría que empezó a convulsionar.

—¿Dónde está? —dijo ella casi gruñendo.

—¿Dónde está qué?

—¡Tú sabes dónde está! ¡Dime dónde está!

—¿Pero qué coño buscas, Alicia? ¿Se te perdió la caja de dientes?

Yo... Yo creo que eso fue un error. Sus ojos se volvieron grandes —más aun—. Su mirada se posó en mí de forma intimidante. Me miraba como si estuviera totalmente loca. Se acercó a mí, me agarró por la camisa y me tiró contra la pared con una fuerza sobrenatural. Llegó hasta donde estaba yo y se puso de cuclillas frente a mí.

El conjuro de Los CincoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora