▼ Capítulo tres ▲

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El viejo Carlos hablaba y hablaba. He de confesar que me aburría soberanamente su clase de literatura. Miraba constantemente a los lados para solo descubrir las cuatro sillas vacías de mis compañeros. Todos me preguntaban por ellos y yo solo respondía que no sabía dónde estaban. Para una vez que soy totalmente sincero, nadie me creyó. El día transcurrió como de costumbre. Demasiados problemas ya tenían en su vida los demás como para preocuparse de cuatro estudiantes desaparecidos. Yo no puede concentrarme en ninguna de las clases. Los profesores hablaban mientras mi mente viajaba hasta la noche anterior. Me hacía recordar a Charles, al chico de ojos luminosos, a los árboles aproximándose a mí a toda velocidad.

Cuando salimos al almuerzo, tuve que someterme a un tonto interrogatorio por parte de Megan. La muy zorra se cruzó de brazos frente a mí mientras formaba un escándalo en medio de la fila para comer.

—Vaya, vaya... ¿A quién tenemos aquí? ¡Pero si es Jeremy, el chico que desaparece a todos! —dijo con sarcasmo en su lengua.

Yo me quedé callado y la ignoré, bastante tenía ya con lo que había pasado la noche anterior como para soportarle las estupideces a esa tipa. Ella parece que no entendió mi cara de «píntate de colores a la mierda y déjame en paz» pues siguió fastidiando la existencia.

—¿No hablas? ¿Se te despareció también la lengua, Jeremy? ¿A dónde vamos a parar, cariño? No, no, no... Primero tus amigos y ahora esto... —dijo mientras se acercaba más a mí—. Ah, sí, lo olvidaba. Que también perdiste a tu novia.

—¡Aparta tu fea cara de mi novio si no quieres que te la desaparezca a base de golpes! —gritó Bella mientras saltaba de quién sabe dónde y se enfrentó a Megan.

La morena puso una cara de terror puro. Salió corriendo del comedor seguida de sus dos secuaces. Bella se dirigió hasta mí y me abrazó. Yo correspondí y le di un beso en la frente. A pesar de todo, agradecía que estuviera allí conmigo. Así no me sentiría tan solo. Hicimos la fila y comimos tranquilamente. Luego de la entrada triunfal de la rubia, nadie se atrevió a acusarla con Alicia. Durante el almuerzo pude observar cómo otro grupo de chicas no parara de observarme y comentar entre sí. Yo seguí comiendo tranquilamente hasta acabarme todo. Me debatía internamente entre si valdría la pena abrir el postre o ya estaba suficientemente lleno.

—¿Estás bien? —preguntó Bella.

—Perfectamente.

—¿Seguro?

—Seguro, Bella.

—Es que no...

—¿Qué no qué?

—Que no lo estás. Te conozco, Jeremy. ¿Qué pasa?

—No pasa nada.

—¿Tus amigos desaparecen pero para ti no pasa nada? ¡Vamos, Jeremy! ¡Dime qué rayos pasó!

El conjuro de Los CincoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora