Doña Mónica me dejó solo en la habitación de Julián después de que leyéramos lo que decía en el cuaderno que encontró. Estoy sentado en la punta de la cama mirando de frente a un espejo grande que muestra el reflejo de todo el cuarto, observo todas las cosas de Julián y recuerdo aquellos días que me la pasé metido en esta habitación. La amistad de Julián y yo era extrañamente increíble; Julián era un amigo de esos que hacen que uno diga que los amigos sí existen. Tengo el cuaderno de poemas en mis manos pero no quiero leer más, por ahora.
Julián escribió esto que acabamos de leer hace dos días, y para ese momento; él ya sabía que se iba a suicidar ayer. Y pensar que ese día nos vimos y hablamos como usualmente lo hacíamos, normalmente. ¡Hasta se atrevió a hacer planes conmigo sobre lo que haríamos hoy! ¡Y ya lo sabía!
Pero ya no puedo juzgarlo más. Ahora se trata, más bien, de entenderlo. ¿Por qué hizo lo que hizo? Sí, yo sé todo lo que escribió de que estaba muerto desde hacía mucho tiempo, pero ahora quiero entender lo que pasaba por su mente; lo que pensaba.
Estar aquí sentado hace que mi cuerpo se llene de impotencia, porque uno quiere que todo esto sea un sueño; que alguien lo despierte de la pesadilla. Pero uno también sabe que todo es real, que la vida es así y que a uno le toca afrontar este tipo de situaciones por más que no quiera. O bueno, uno también puede hacer lo que hizo Julián; pero eso no arregla nada definitivamente. Yo no voy a reprochar más la decisión que él tomó, por más que me duela, pero sí estoy seguro de que lo que hizo no solucionó nada. Al contrario, me atrevería a decir que empeoró todo.
Salgo de la habitación y doña Mónica está en la cocina. No tiene más de 40 años, pero ahora parece de unos 50; está pálida y las ojeras de cansancio llegan hasta casi la mitad de sus mejillas.
—Ya me tengo que ir, doña Mónica —digo para despedirme—. ¿No viene nadie a quedarse con usted? —le pregunto, ya que ella solo vivía con Julián, y ahora que él no está; se quedó sola.
—Más tarde viene Enrique—me responde—. Váyase tranquilo, Felipe. Gracias por venir.Enrique era algo así como el padrastro de Julián, pero él se ponía histérico cada que yo mencionaba que lo era. Lo odiaba. No porque no quisiera que su mamá fuese feliz, porque soy testigo de que lo que más deseaba era que lo fuese; sino más bien porque él sentía que toda la atención se había desviado hacia Enrique, y Julián no toleraba eso. Era muy extraño, porque aunque le incomodaba tener toda la atención encima suyo; también odiaba no tenerla. Más bien prefería tener atención de una forma sutil, pero Enrique lo estaba dejando sin la más mínima gota de interés hacia él.
—Hasta luego, doña Mónica —le digo. Ella solo me responde con una mirada que denota tristeza y me marcho.
¿Qué pensaría Julián si me viese abandonando así a su mamá en un momento tan difícil como este? Otra vez le estoy fallando a mi mejor amigo, pero es que ahora mismo; ni siquiera soy capaz de lidiar con mi propia tristeza... No sé cómo consolarla y tengo que dejarla allí
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Julián se mató
Non-FictionSIN LUZ. «Hoy cuando me levanté ni siquiera recordaba cómo me sentía, porque ya hace bastante tiempo que ni siquiera sé cómo me siento. Nadie lo sabe porque no se nota, pero estoy muerto; figurativamente, por supuesto. Entonces supongo que para...