27. Revelaciones (Parte II)

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Alex se quedó enmudecido; aquello sí que era una sorpresa. ¿Él el asesino del padre de Ángela?

A primera instancia nada parecía más improbable. El muchacho sabía con total firmeza que siempre había evitado matar humanos; sus padres le inculcaron eso. La costumbre de alimentarse de animales antes que de seres inocentes estaba anclada en su instinto.

Pero no siempre fue así.

Mientras los ojos azules de la pálida vampiresa lo traspasaban con desprecio recordó que en algún tiempo fue una bestia despiadada dejando atrás su humanidad, hasta que la pena y el remordimiento lo trajeron de regreso a la luz. Jurándose no volver a caer en las garras de las sombras.

— Hace más de siete décadas que no he matado a ningún humano— farfulló por fin en un exasperado murmullo—; lo hice sí, pero fue hace mucho cuando me sentí perdido entre las redes de Katherine. Perdí la cordura pero... pero hace años que volví. Es muy poco probable que fuese yo el que mató a tus padres, no a menos que...

Alexander se detuvo. La última vez que perdió la razón y dio placer a su desenfrenado instinto cazador había sido casi medio siglo atrás; algo que no concordaba con la corta edad de la muchacha de cabellos dorados.

Algo se removió en su cabeza: la comprensión.

Ángela Miller era una vampira. Inmortalmente hermosa y suspendida en el tiempo. Nunca envejecería, ni siquiera de la manera lenta en que los licántropos lo hacían.

— ¿Cuándo... cuándo naciste? — soltó sin analizarlo más.

Ángela quién pareció comprender su duda al instante sonrió burlona, recuperando en segundos sus facciones cínicas y perversas.

— No soy un vejestorio si es lo que estás pensando, bola de pelos— musitó riéndose irritada—. Nací el 08 de Octubre de 1993 en Norteamérica y ya que no sabes matemáticas, eso quiere decir que tengo diecinueve años. Nunca mentí sobre ello.

— Entonces... ¿Cómo...cómo?

— Soy buena para actuar cariño pero no para contar historias, no la mía al menos. Sin embargo...— alardeó la muchacha y con descaro se sentó sobre la pulida superficie del escritorio fracturado, a la vez aplastando con su pie descalzo y blanco el tórax de Alex para provocarle dolor—; creo que puedo contarte un poco. No tengo tiempo para estas boberías. —dijo y se acomodó el largo cabello con una mano, como si en sus doradas hebras vislumbrara algo que el chico no.

>>Nací siendo humana—comenzó—, me temo que por desgracia se debe ser mortal para poder convertirse en un vampiro. En eso nuestra raza difiere de la tuya, pero no te daré clases acerca de mi especie.

>> Viví en Manhattan con mis padres hasta los doce años, cuando mi madre murió a causa de un tumor cancerígeno en el cerebro. Entré en depresión, que conste que tampoco mentí en eso, y tuve que ir con un psiquiátrico por un año entero para poder superar esa pérdida; aquello fue lo peor que me pudo ocurrir siendo humana. Siempre odiaré esa fragilidad mundana de tener que morir.

Alex tirado aun contra el duro suelo de fría madera, herido de bala y con una costilla rota debido a la presión del helado pie de la chica rubia, recordó que en alguna ocasión ella le contó aquello. Aunque en otra forma y situación.

— Después del tratamiento mi padre, quién siempre estaba ocupado en sus burdos negocios por no poder superar la muerte de mi madre, me envió a la ciudad de Chicago a vivir bajo el cuidado de mi único pariente vivo: Metzul Podosky. Sí Alex, el obeso pastor que hasta hace poco sirvió en la iglesia de Saint's Church era mi tío paterno.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora