Entre fotos nos perdemos, y yo más

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Poco más de dos meses hablando mediante Snapchat mandándonos fotos a diario de todo lo que hacemos. Desde los buenos días para él a las dos o tres de la tarde hasta mis buenas noches a las seis de la tarde para él. Seguimos hablando como el primer día, no conseguimos -aunque no buscamos- cansarnos el uno del otro. De hecho, cada vez estoy más convencido de que nos caemos mejor, nos tenemos más cariño y, en resumen, nos queremos más. De esto te das cuenta cuando lo que a él le parece una imperfección sobre sí mismo, a ti te parece que es una de las mejores fotos que te puede pasar: esa foto recién levantado, en la que se nota cómo y cuánto has dormido esa noche, en la que aún puedes ver unas cuantas legañas que no ha tenido tiempo para quitarse. No puede faltar el pelo. Ese pelo me vuelve loco. Por los lados levemente más cortos que el flequillo que lo tiene de forma que le tapa un poco la frente. Cuando se despierta, su pelo se encuentra levemente despeinado, pero de una forma excelente. Adoro sus fotos recién levantado.

Sin darnos cuenta, ya llevamos cinco meses hablando, y están siendo unos meses muy duros. Austin me gusta mucho y cada día que pasa hablar con él es cada vez mejor, aunque ya no haya mucho que contar salvo nuestro día a día. Como seres humanos normales que somos, en estos cinco meses nos ha dado tiempo a ambos de caer en algún que otro bajoncillo. Siempre lo hemos compartido con el otro -yo con él más que él conmigo a decir verdad-, y siempre nos hemos mostrado comprensivos, nos decimos de corazón que uno estará siempre para lo que necesite el otro. En cualquier momento, siempre y cuando el otro esté despierto, evidentemente. El problema radica en que a veces el motivo de tu tristeza viene de una persona que te gusta, os queréis mucho y queréis compartir mucho más de lo que ya hacéis, pero en cambio no podéis daros un abrazo cada vez que lo necesitéis, no podéis compartir unas caricias acurrucados en el sofá uno acostado sobre el otro viendo vuestra película favorita, ni siquiera un paseo por el parque cogidos de la mano en el que habláis de cada detalle del que os acordáis o que veis, o simplemente disfrutando la compañía del otro. No podéis disfrutar de la parte física de la persona.
Es una situación nada cómoda y alegre, pero lo soporto bien, simplemente me centro en pasarlo lo mejor que pueda con él, compartir todo lo pueda y olvidarme de la distancia que nos impide disfrutar plenamente el uno del otro... Como ya he dicho lo soporto bien, aunque cuanto más tiempo pasa más difícil se me hace, cada vez nuestra relación es más profunda y especial.

Por mucho que me intente auto convencer, no lo estoy pasando nada bien y está llegando a un punto muy extraño: lo echo de menos. Echo de menos sus caricias, sus abrazos, sus besos en la mejilla, los paseos en el parque y las tardes de películas. Lo echo mucho de menos, como si en algún momento hubieran llegado a suceder; creo que deseo tanto que estemos juntos en un mismo lugar que me he creído en algún momento que los había llegado a tener. He llegado a creer que he tenido todo eso, pero no lo noto, no siento en mis recuerdos que haya llegado a tener algo de eso, porque, de hecho, no ha llegado a ocurrir, y tardará en ocurrir, si es que llega a ocurrir.

Hoy toca salir con mis amigas, que estoy con un bajón que no tengo ganas de soportar en casa -no tengo ganas de soportarlo en general, pero está siendo un poco complicado-. Solemos quedar todos en un centro comercial pequeño en el centro de nuestra pequeña ciudad, en la costa sur-oeste del país, llamado El Plaza. De ahí vamos siempre sin un rumbo fijo deambulando por la ciudad. Eso sí, cada vez que quedamos tenemos una ruta que solemos recorrer, vamos a una tienda de chuches a comprar granizados de diferentes sabores, el hombre que regenta la tienda nos ha regalado ya en varias ocasiones monedas de chocolate por comprarle muchas veces; luego nos recorremos la Calle Real, una gran calle que divide a la ciudad entera en dos mitades -la zona de los esteros y el resto, puesto que hay demasiadas cosas como para clasificarlas en un solo grupo-. Como siempre hablamos de temas varios y vanales que extendemos durante horas, contando salseos varios, fanguirleando con cualquier chico o chica atractivo que veamos, comprando comida, sentándonos en cualquier banco que encontremos medio alejado de lugares muy transitados -como en frente de nuestro colegio- para seguir charlando sobre cualquier tontería. Pero hoy es especial, no es que vayamos a hacer algo increíble y fuera de lo habitual, sino porque vamos a ir al gran centro comercial y de ocio que se encuentra a las afueras de la ciudad -aunque al ser tan pequeña está muy bien conectado-, muy cerca del polígono industrial. Cada vez que vamos a Bahía Sur hacemos lo mismo: lo recorremos de una punta a otra sin entrar en ninguna tienda, a no ser que a alguien le dé por comprar comida, y siempre acabamos parados hablando en lo que se conoce como El Paseo. Es un lugar muy bonito puesto que allí se puede ver el atardecer sobre las nueve de la tarde y ves cómo el sol va descendiendo y escondiéndose tras la ciudad vecina. Qué bonito. Qué pena que casi nunca lo veamos, ya sea porque a nadie le interesa, a nadie le hace ilusión sacar alguna que otra foto o simplemente que llegamos tarde para verlo. Hoy es de esos días que ni siquiera vamos, sino que hemos decidido ir a comer algo.
-¿Burger King o McDonalds? -pregunta una amiga.
-Yo siempre tengo en mente mi pedido en el Burger, pero hoy no tengo dinero (nunca tengo dinero encima). Qué pena que no sigan vendiendo las patatas gajo en el Burger.
-Eeeh... Rafa, amor, las patatas gajo siempre han estado en el McDonalds, nunca en el Burger -dice Angélica.
Se me iluminan los ojos. Llevo demasiados años -sí, años- sin tomar esas patatas con salsa barbacoa. Mis amigas me miran al ver mis ojos y mi boca chorreando saliva y en seguida comprenden mis deseos, por lo que vamos corriendo hacia el McDonalds. Una gran amiga me va a invitar, así que solo me quiero pedir un vaso gigante de Fanta y las patatas gajo más grandes que tengan. A cambio, Angélica -o Angie, la que me invita y me cuenta todo el salseo que le ocurre en su vida- me ha pedido que le compre también una caja de nueve nuggets, Coca-cola y patatas, y que lo pague con el dinero de su cartera de El Joker. Otra amiga se ha medio aprovechado -digo medio porque estaba cansada- y me ha pedido que le pida una Coca-cola. Tras hacer tres personas el pedido en una máquina muy moderna y táctil, esperamos dos en la cola hasta que fuese nuestro turno de recoger la comida.
-¡Número 51! -grita la mujer encargada de hacer el recuento del pedido-.
-Vamos, María, somos nosotros -le meto prisa.
María es de estas amigas friquis como nosotros -no es que seamos unos nerds, pero estamos, en conjunto, muy enterados de muchas cosas en relación al mundo del anime, el manga, los videojuegos... y ella es un poco así- , pero también guarda un punto de su pijería, viste muy arreglada para salir a la calle y de vez en cuando sale con otro grupo de amigas a tomar algo. Se hace querer mucho y es muy peteña, como dice ella -significa principalmente adorable, pero con una leve connotación de "objeto o persona pequeño"-. Hace poco tuvo un desengaño amoroso con su pareja y, aunque muestre y diga que está bien, en el fondo está un poco rota, aunque la conversación que han tenido hoy él y su ahora ex novio la ha dejado más relajada. "Está to' chala'o" fueron sus palabras cuando nos contó todo. O al menos así he querido resumirlo yo.
Cogemos la bandeja con todos los pedidos y nos vamos a la mesa a disfrutar de semejante manjar de los dioses.
Llevo toda la tarde y noche acordándome de Austin, últimamente está más ocupado de lo normal. No puedo evitar echarlo de menos, llevamos tres días que prácticamente no hablamos. Lo echo mucho de menos. Hemos perdido la cuenta de strike en snapchat, lo que significa que llevamos más de 24 horas sin al menos un intercambio de foto por privado. Genial, hace tres días hablando muy poco y llevo un día entero sin verlo. Cada vez lo extraño más. Me decido a hablarle.
   -¿Por qué llevas días tan ocupado que ni siquiera podemos hablar? Te echo mucho de menos... Si hay algo que quieras contarme o de lo que necesitemos hablar, quiero que sepas, aunque ya lo sabes, que estoy aquí contigo para lo que quieras, puedes confiar en mí y contar conmigo para lo que quieras y necesites.

Me paso el resto de la noche pensando en él y qué podría estar pasando, por mi cabeza aparecen demasiadas ideas y cada una me gusta menos que la anterior. No dejo de mirar el móvil cada diez minutos esperando la respuesta. Menos mal que me acabo de quedar sin batería, sino acabaría estallando con tantos pensamientos, ya que ahora estoy obligado a prestar casi el cien por cien de mis sentidos en mi grupo y la ciudad. Aunque mi cerebro no deja de traerme de vuelta a Austin cada cuarto de hora.
Cada vez vamos quedando menos en el grupo, el toque de queda de cada uno se va acercando. La primera es Angie que se recoje a las 23:30 -algún día hablaremos con su madre para que la deje hasta las doce, como al resto-, luego Marina -la de la Coca-cola- se queda en su casa porque le pilla de camino. Ahora quedamos María, Marga y yo, que vivimos a tres minutos andando, de hecho María y Marga son vecinas. Marga quiere irse ya a su casa ya que está cansada; a María aún le queda media hora y yo, bueno podemos decir que mientras vaya avisando mi toque de queda es sobre las dos de la mañana, así que aviso a mi padre de que subo más tarde y aprovecho para descargar todo este agobio que tengo encima. Obviamente avisé antes a María, por si a ella no le importaba.

Nos sentamos en un parque que se encuentra entre nuestras casas y aquí es donde nos despedimos de Marga. La noche está tranquila, hace mucho viento desde hace una semana y es un poco molesto, pero al menos en la calle no hace calor. La plaza está medio vacía pero se puede escuchar el poco ruido que hay en esta ciudad, teniendo en cuenta que son las doce de la noche, claro. Nos sentamos encima del banco, encima del respaldo, como unos buenos anti-sistemas. Ella sabe a qué hemos venido y está esperando a que yo le empiece a contar. Una experiencia que me hizo caer en depresión me hizo sentirme débil y no saber si me conviene o no contar con la gente que confío para contarle lo que me pasa, incluso mi hermana. He de decir que esa experiencia ya la superé y ya me voy abriendo más, pero aún así nunca sé cómo contar mis problemas. Así que me tomo dos minutos para pensarlo.

Diario de un enamoramientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora