3

45 4 1
                                    

El guardián vigilaba al enemigo desde su torre. Estaba cubierto de la sangre de sus anteriores víctimas haciéndolo más fiero y letal. Con la mirada perdida, pensaba en ese inevitable momento que debía llegar; era como si quisiera vivirlo cuanto antes para, así, conseguir que acabará lo más temprano posible. El guardián contaba los segundos, minutos y horas para la llegada del destino. Se sentía impaciente, quería que el enemigo atacase cuanto antes, pero se mostraban, a lo lejos, tranquilos y con la mente fría.
El guerrero veía como como tomaban las lanzas, los arcos, las espadas... pero no se acercaban a la muralla.
Llegó otra noche más, el guardián se mantenía en su puesto cubierto por la sangre, ya seca, y con una mirada penetrante que mostraba un alma sin miedo. De repente una caricia en su brazo izquierdo le distrajo de su guardia y apartó la vista del enemigo. Su amada le limpiaba la sangre con caricias y el alma con su sonrisa. Pero el guardián no sonreía, sabía lo que iba a ocurrir y no podía contárselo. Como explicar algo tan difícil, tan inasumible, tan triste... La valentía caracterizaba al guerrero en la batalla, pero se sentía tan cobarde por no poder explicar un hecho... Se podía enfrentar a tres enemigos el solo, sabiendo lo que quizás podía pasar; pero no a la tristeza a la que llevaría a su amada con unas simples frases llenas de palabras con sufrimiento.
Ya se veía el sol salir, un beso daba comienzo al día, quizás un triste beso entre el guardián y su amada. Ella lo protegía con su mirada desde dentro de la muralla, los dos lo sabían, pero la vida no es eterna y en algún momento podía acabar.
El enemigo preparaba algo, no un simple ataque, sino un triste porvenir.

El Guardián de TroyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora