4

59 4 1
                                        

El rey enemigo se acercaba a la muralla, acompañado por su más fiel guerrero. Cada paso advertía al guerrero de que el momento llegaba, no lo podía evitar, él lo sabía.
El rey enemigo soltó las palabras que marcarían un final. Retaba al guardián a una lucha a muerte contra su mejor guerrero. Sin dudarlo el guardián aceptó, no había otra forma. Bajo de la muralla y antes de abrirse las puertas se dirigió a su rey. Por esta gente, por todo esto, daré mi vida con tal de mantener la llama que brilla y hace esta ciudad la mía... estas fueron sus palabras a su rey. Le confiaba su lealtad y su vida por quizás una última vez.
Sólo un beso bastó para despedirse de su amada, no hacía falta más, sólo un beso, y si con ese beso sello su fin, le daba igual, pues ese beso era para el la razón de su vida. Tras separarse los labios, una mirada de tristeza, ella lo entendía, si ese era el final, solo le bastaba recordar las palabras que el guerrero le dijo una vez: recuerdame, pero déjame marchar, y que a nuestra felicidad, jamás la venza el dolor.
Llegó el momento, las puertas se abrían y el guardián las atravesó sin dudarlo. Ahora se encontraba cara a cara frente a la muerte o quizás a lo que podría ser la vida de nuevo. Miradas penetrantes que mostraban furia se reflejaban en los ojos de los combatientes. Sólo era él o su enemigo, y ambos lo sabían bien.
Las espadas comenzaron a chocar, los dos guerreros atacaban con ferocidad, se protegían para guardar sus vidas. De repente una de las espadas cortó a uno de los guerreros. Un golpe en el escudo, otro en la coraza, otro contra el mismo suelo. Y de nuevo, otro corte, esta vez al guardián. Los dos sangraban debido a las heridas, estaban cansados, pero no se rendirían. Las espadas cortaban el aire en dos, y de repente otra herida, en la pierna del guardián, quien cayó al suelo. A este no le dio tiempo a reaccionar, el enemigo apartó la espada de su mano y tiro el escudo que le protegía a un lado... nada había que hacer, el sabía que iba a ocurrir, no lo dudaba. La espada del enemigo atravesó el pecho del enemigo, dejando al guardián en el suelo, esperando la oscuridad de la muerte... todo acabó.
El guerrero enemigo vio que que había conseguido la victoria, y aunque el guardián seguía vivo, el lo dejó así, sabía que era noble y fiel, pero lo reclamó como su premio. Ató los pies del guardián al carro que le llevó hasta allí, y lo llevó arrastrando por el suelo hacia su rey. Todo había acabado, no había nada más que hacer, todo llegó a su fin...

El Guardián de TroyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora