Capítulo 5.-

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Capítulo 5.-

Derek se había sentido intranquilo, pero no lo demostró.

Había notado el extraño comportamiento de Miranda, aunque ella se esforzara por ocultarlo. Pero bueno, ella lo estaba TRATANDO de ocultar, ¿no? Lo que significaba que no quería hablar de eso. Al menos no en esos momentos, así que desistió y le propuso una pequeña caminata por el parque.

El tiempo había pasado volando. De las once de la mañana a la una y media de la tarde en dos segundos. ¿Cómo era posible eso? Siempre que estaba con ella, el tiempo parecía escapar de su alcance.

-¿Quieres comer Miri? Conozco un restaurante nuevo, es argentino y dicen que es muy bueno.

Miranda lo pensó un rato, y después con una sonrisa aceptó.

“Demonios, esa sonrisa…” pensó Derek, apretando un poco los puños para calmar a su corazón, que latía desbocado en su pecho.

Estaban a una cuadra de ese restaurante cuando sintió su celular vibrar. Contestó.

-¿Sí, qué pasa Dinorah?

-Derek, el señor Rumsfeld te quiere en la oficina para que termines de completar unos informes acerca de la reunión de mañana.

Derek maldijo en voz baja.

-¿Tiene que ser ahora?

-Sí, ahora.

-De acuerdo, voy para allá –le respondió, en un suspiro.

Colgó y metió su celular de nuevo en su bolsillo.

-Tengo que ir a trabajar Miri.

Miranda bufó.

-¿Cuándo no?

-Mira, te compensaré la comida con la cena, ¿okay? –le dijo él, volteándola a ver de vez en vez, fijándose en dónde manejaba.

Ella le sonrió.

-No te preocupes.

-Mira, tengo que ir a mi departamento a cambiarme, ¿está bien si te dejo allí? Estoy seguro de que tengo espagueti en el refrigerador…

-De hecho, necesito ir por mi celular a mi departamento, ¿me podrías llevar de regreso? –le pidió.

Él la miró, extrañado, pero al final asintió.

-De acuerdo.

La dejó en su departamento y se despidieron, con la promesa de una cena. Él voló al suyo para cambiarse.

Se puso un traje azul claro con rayas blancas. La corbata hacia juego con el azul del traje y su camisa era blanca. Terminó de ponerse sus zapatos para salir volando a su trabajo.

Cuando llegó, Dinorah, su asistente, le dijo que el señor Rumsfeld lo quería ver.

-Muchas gracias Di.

-No hay de qué.

Derek se dirigió al despacho de su jefe con paso rápido, y una vez que llegó, toco dos veces.

-Adelante –le dijo aquella voz que llevaba años escuchando.

-Señor Rumsfeld, ¿me necesitaba?

-Sí, Derek muchacho. Verás, tengo un asunto muy importante del cual quiero hablarte.

-¿De qué se trata señor? ¿Es alguna junta?

-No, no, el asunto que tengo que tratar contigo es algo más… personal.

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