CAPÍTULO SIETE

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NARRADORA.

Jueves de encuentro familiar.

Aileen cerró sus manos en dos puños, respirando hondo para intentar calmarse. No sabía por qué estaba tan nerviosa pero yo sí lo sabía. ¡Estaba esperando como reaccionaría su madre! De la chica que ella conoció quedaba solo el recuerdo.

Sin más, se acercó hacía la cafetería donde le esperaba su madre, con su pequeña maleta rosada de viajero al lado. Aileen le había dicho que se encontraran en una de las cafeterías que ella regulaba en la zona ricachona del país. Era perfecto por la vista y por lo poco concurrido, lo último que deseaba era resurgir de las sombras para las revistas chismosas.

—¡Ail pero que gorda estás! —Chilló su madre en forma de saludo, abrazándole con fuerza, sin ganas de soltarle.

Al principio Aileen se esperaba algo más “¡hija, cuánto tiempo!” que un insulto por haber adquirido masa muscular. Cuando por fin se separaron del fuerte abrazo, Aileen le sonrió.

—Me alegro de verte. —Dijo sinceramente. Puede que ya no se relacionara con nadie de su familia pero volver a ver a su madre le hacía sentir bien. Por un momento, cuando estuvo con los puños cerrados, se sintió muy nerviosa. Pero ahora que Marianne le veía con la misma expresión de cariño –mezclada con un poco de asombro y añoranza–, pudo relajarse y estar más liviana.

—¡Y yo a ti! ¡Mírate, como has cambiado! —Tomó uno de los mechones sueltos del moño de su hija—. Ya casi ni te reconozco.

Aileen ignoró eso y se sentó frente a su madre, disponiéndose a escuchar todo.

***

Mientras Aileen se encontraba reunida con su madre, Giselle estaba comiéndose un tarro de helado. Jacobo (el nieto del dueño de la cafetería) les dejó el día libre porque habían estado trabajando muy duro para esas fechas.

Aprovechando eso, el plan perfecto de Giselle era ver toda la cuarta temporada de Arrow junto a su helado.

Suspiró observando su tarro de helado pensativa, intercambiando la mirada entre el y la ventana donde se veía que el sol ya había bajado, posicionándose en su lugar una joven luna. Aileen se estaba tardando desde la tarde que había salido y desgraciadamente, ella se aburría sola en casa.

Como si el espíritu encantador de Aileen le hubiese poseído, Giselle se levantó del sofá energéticamente, dejando el computador tirado por cualquier parte. Entró a su cuarto con su pote de helado aún en mano, eso era lo último que dejaría tirado en cualquier lado.

Observó toda la ropa de su armario: camisas flojas, blusas de viejita, pantalones, sandalias y más pantalones con zapatos deportivos.

Hizo una mueca de disgusto, no tenía nada que le pudiera servir para la estúpida idea que se le cruzó por la cabeza. Sin pedir permiso, fue a paso apresurado hacía la habitación de Aileen. Abrió las puertas de su armario y se encontró con un cambio extremo: pantalones de jean, vaqueros, camisas altas, suéteres, shorts de todo tipo de tonos, camisas básicas, vestidos cortos, ajustados, largos, ropa ejecutiva y todo tipo de zapatos: tacones, tenis deportivas, sandalias y más. Sin contar los abrigos, capuchas, guantes y gorras que tenía perfectamente organizada.

—¿En esto malgasta su dinero? —Preguntó Giselle para sí misma, ignorando por completo que nosotros le estamos observando.

Tomó un vestido negro que le había visto puesto tan sólo una vez, se cambió soltando su helado de Oreo por obligación. Al salir se miró en el espejo de Aileen, donde en la mesa de éste tenía maquillaje a montón.

—No puedo creerme que enserio lo estoy haciendo. —Le dijo a su reflejo con una risita nerviosa. El vestido negro se ceñía al cuerpo y la verdad le asentaba bien, su cintura de avispa y grandes caderas no se veían tan mal en él. Además le daban más elegancia a sus piernas.

Buscó unos zapatos que combinaran con el vestido. Las ventajas de tener una amiga tan alta era que ambas podían ser unas bestias patonas y compartirse los zapatos de talla 40. Tomó unos tacones dorados, se los colocó y al dar el primer pasó tropezó, casi cayéndose de boca.

—Vale, esto no debemos contárselo a Aileen. —Dijo sosteniéndose de la cama con un mohín gracioso y al mismo tiempo nervioso. ¿Enserio saldría por ahí en busca de su propia aventura?

Practicó varias veces andar con esos zapatos, ¡no pensaba quitárselos porque sus pies se veían demasiado elegantes!

Cuando supo que ya no se caería caminando, tomó uno de los bolsos rosados que Aileen tenía en un colgador y guardó su teléfono en él, junto con algo de dinero, sin vacilar.

Recordó una vez más lo que había escrito en su blog: si quería una aventura, ella misma debía buscarla. Y hoy, luego de tanto tiempo, intentaría volver a divertirse.

***

Aileen terminó de beberse su segundo vaso de café. Habían pasado tantas cosas en esos tres años que se sentía completamente fuera de zona, como si esa ya no fuera su familia:

· Egat había conseguido una novia (en plan serio) y al parecer, sus padres aún no le conocían que ni su nombre sabían.

· Sus padres apenas ella se fue adoptaron una niña de trece años: Effie Boissieu. Ahora Effie (su nueva hermana) tenía dieciséis años y ella ni siquiera le conocía por fotos.

· Marianne estrenó su nueva empresa llamada Femenina, era el nombre de la nueva marca de ropa de su madre, marca exitosa que ahora patrocinaba los mejores desfiles.

¡Y esas cosas no salían en las revistas!

—Bueno, ya te he contado lo más nuevo de la familia. ¿Tú qué me cuentas, Ail? —Preguntó sonriéndole.

Aileen ya no pudo volver a sonreír. La noticia que más duro le había dado era enterarse de que tenía otra hermana, la nueva favorita de la casa, la que ahora ocupaba el puesto que ella ocupó en el corazón de sus padres. La nueva hijita a la que, en cualquier error que cometiera le mandarían lejos de casa.

"Verás mamá, te cuento que durante todo este tiempo he trabajado en una cafetería y de martes a jueves en un bar sirviendo copas. Lo que me gano lo gasto en mi armario y cosas personales, pago mi parte de la casa y de vez en cuando me dedicó a romper corazones."

—No tengo mucho que contar, la verdad. —Contestó intentado curvar los labios.

—Bueno... ¿Entonces podrías decirme para que nos hemos reunido? —Rió Marianne elegantemente y sin rodeos—. No te contactabas con la familia desde hace tres años y ahora me hablas pero no me cuentas nada de tu vida.

—Ya que sacas el tema... Sí te reuní por algo. —Hizo una mueca, era el momento de ir al grano—. Me enteré de que pap... Raymond —dijo el nombre de su padre, sintiéndose incapaz de decirle papá—, donará la Editorial a una fundación y como yo aún tengo el apellido de la familia... Me gustaría que me entregaran la Editorial en vez de donarla.

—Lo que me estás pidiendo... ¿Quieres recibir tu parte de herencia?

—Exacto. —Confirmó lo que su madre decía.

Sintiendo de nuevo esa punzada de celos y dolor al recordar que ya habían llenado los vacíos que pudo dejar en la casa pensó: como al parecer  ya no formo parte de esta familia, apenas reciba mi herencia me alejaré por completo de ellos, de raíz.

UNA GRAN MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora