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Madrid, 8 Diciembre 2015

En dos semanas la felicidad de Keyla se había vuelto aplacada por el estrés.

Al contrario que el castaño, había sido incapaz de aprobar el global de física, por lo que ahora se enfrentaba a la recuperación de todo el trimestre.

Llevaba días enfrascada en las fórmulas y aún no había conseguido saberse más de medio tema.

La Keyla de 6 años solía distraerla, sacarla de quicio y hacerla dudar de si misma. Se dedicaba a sacar todos sus trapos sucios, a evitar que se concentrara. Se sentía perdida, estresada y desesperada. Tenía los nervios a flor de piel, cualquier cosa sospechosa la hacía saltar y se había vuelto más arisca de lo normal desde que contestaba a su yo para apartarla de ella.

Owen, que había aprobado todo el trimestre, tras ver a Keyla esas semanas tan perdida, siempre encerrada intentando estudiar y sin conseguir nada decidió distraerla un poco, pero a su vez conseguir que avance en los estudios.

Se acercó por su espalda y la abrazó, hundiendo la nariz en su pelo intentando retener ese aroma.

- Te propongo un juego.

- ¿ Qué clase de juego? - pregunta curiosa.

- Ya lo veras. - Sentencia dándole un beso en los labios cuando ella levanta la cabeza.

- Está bien. Veamos de que trata.

Ambos se pusieron de pie y se dirigieron a la pizarra que había colocado el moreno en la cocina.

- ¿Qué hacemos en la cocina?

- Eres una impaciente. - Sentencia soltándole la mano y cogiendo una caja negra de puntos azules. - Esta es la recompensa.

- ¿Qué es?

- Gana y lo sabras.

- Está bien.

Las reglas del juego eran sencillas, el primero en resolver una serie de problemas de forma correcta gana. Un problema por cada punto del tema, una forma útil de estudiar, una especie de reto.

Dos minutos después ya habían comenzado a escribir a la velocidad a la que se toman apuntes de medicina, ambos centrados en el papel, intentando que el mundo exterior no existiera.

Al moreno se le escurrían las gafas por la nariz cada vez que agachaba la cabeza para escribir y la rubia intenta ignorar a la niña que la acecha, intentando averiguar la mejor forma de desquiciar a la chica.

- Lo estás haciendo mal. - Canturreó poniendo nerviosa a Key.

- Por favor ahora no - susurró mientras intentaba volver su atención al problema.

Su versión joven no le hizo caso alguno y en la siguiente hora trato de desviar su atención unas cuantas veces más, pero sin mucho éxito. Eso si, sus hirientes comentarios iban, poco a poco, afectando a la autoestima de la chica, la cual sentía y pensaba que sus palabras no eran solo crueles, sino que también eran ciertas.

- No eres lo suficientemente inteligente como para ganarle a él, lo sabes ¿no?

- ¡Callate de una vez!

- ¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú?

- Por favor- susurró casi suplicando.

- Eres una llorica.

Y acto seguido desapareció, dejando a Keyla en suspense ante su próxima aparición, la desesperaba tanto no saber cuando iba a intentar hundirla que se ahogaba ella sola.

Keyla no ganó a Owen en el concuarso de física pero, por lo menos, consiguió avanzar a l go de temario. La brillante caja negra de puntos azules entró en su campo de visión, sacandola de sus pensamientos. La cogió entre sus manos con cuidado y miro interrogante al chico.

- Tu premio.

- Pero no he ganado.

- Es más un regalo que un premio. Abrelo.

Con inquietud levantó la tapa de la caja, dentro se encontró con un pequeño gatito de pelaje gris como la plata y ojos azules como el cielo, tumbado en el fondo de la caja.

Le acaricia el suave pelaje y ante el contacto el gatito acerca la cabeza a su mano. Ambos se quedan mirándose, como si desde ese instante existiera una pequeña conexión entre ellos.

- ¿Te gusta?- preguntó Owen al no ver reacción por parte de la chica.

- Es tan pequeñito y tan bonito...- comentó mientras cogía al animalito.- Me encanta, gracias.

Se acercaron y se unieron en un largo beso, mientras este continuaba y se sucedía de mas besos el gatito trepó por el brazo de Owen y desde su hombro le puso la pata en la cara, interrumpiendo el beso.

- Creo que te esta defendiendo- sentenció el chico mientras se quitaba al gato de encima y este intentaba arañarle.

Keyla le cogió en brazos y el pequeño se acurrucó como en estos.

- Eso es porque tienes cara de delincuente. - sentenció ella sacandole la lengua.

- ¡Oye! Yo no tengo cara de delincuente.

- Un poquito si ¿a que sí gatito?- el chico puso los ojos en blanco, dandose por vencido.

- ¿Qué nombre le vas a poner?

- No lo se.

- Quizas algo feroz como: garras, colmillos...

- ¡Peluso!

- ¿Peluso?

- Sí, porque es gris como una pelusa.

- ¿Vas a llamarle pelusa? Los niños van a hacerle bulling en el colegio.

- Es un gato. No va a ir al colegio.

- Si tenemos hijos desde luego que tu no escoges los nombres.

- ¿Qué? Si son mis hijos yo tendre que decir como se llaman ¿no?

- Has llamado a una bestia feroz Pelusa.

- Para empezar es Peluso y no es un bestia feroz.- Sentencia mientras deja de jugar con él.

- Para ti no lo es, pero mira lo que pasa si yo me acerco, - dice intentando acariciarle, pero el gato no se deja e intenta arañar su mano- es una bestia de matar.

- Exagerado.

- He sido sustituido por un gato.

- Sigues exagerando.

Coge a Peluso y sostiene una pata entre sus dedos.

- Hola Owen- saluda con voz chillona Keyla mientras agita la pata del gato.

El nombrado pone los ojos en blanco y le sigue el juego.

- Hola Peluso. ¿Amigos?- pregunta tendiendole la mano a lo que el gato le ta con la pata.- Me lo tomaré como un sí.

- Por fuerza os tenéis que llevar bien.

Y entre risas y pezuñazos Keyla consiguió olvidarse por un momento de sus problemas, incluida su yo pequeña.

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⏰ Última actualización: Sep 19, 2016 ⏰

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