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Madrid, 2 Noviembre 2015

Hay quienes marcan en el calendario las fechas importantes. Las que hacen los momentos especiales, que pueden cambiar nuestra suerte.

Luego está la gente que no ve la importancia de las fechas, que cree que el día es especial por lo que hace uno, no porque se celebre el aniversario de lo que hizo otro.

Owen era más de la segunda opinión. No le gustaban las fechas importantes pero esta era la única que le garantizaba ver a su padre. Se había levantado esperanzado esa mañana y habría podido pasarle un tren por encima pero nada le habría quitado la sonrisa.

Después de comer Keyla apareció por la puerta. Le había abrazado hasta que se volvió morado, le había hecho recobrar el color tirándole de las orejas y había desafinado el "cumpleaños feliz".

Los dos se habían compinchado para cocinar algo comestible para la "fiesta de pijamas" que iban a celebrar, o así la llamaba Key.

- Te he traído algo - anuncia levantando una bolsa adornada con cintas.

El moreno cogió la bolsa y sacó un objeto envuelto en papel de periódico. Miró a la rubia confundido.

- ¿Qué cojones...?

- Ábrelo - declara riendo mientras él retira varias capas hasta encontrar su bolsa de caramelos favoritos. - ¡Gracias Key! - ahora es él el que la priva del aire.

- No hay de que. Ahora, ¿qué tal si me dejas respirar y nos ponemos a cocinar?

- Sí, vamos.

Los dos se dirigieron a la cocina. Primero prepararon los ingredientes para hacer una tortilla de patatas. No paraban de hacer tonterías con la comida, pero sin duda la peor idea fue hacer malabares con los huevos. Por suerte del desastre que podría haber ocurrido solo uno cayó al suelo, pero Key se río a más no poder al ver la cara del chico.

- Solo te podía pasar a ti - habló entre risas.

Como un niño pequeño le sacó la lengua y continuaron cocinando. Hicieron una empanada desastrosa en la que la masa era muy gorda y pequeña, de modo que la recortaron y decidieron hacer empanadillas.

Por último hicieron la masa del pastel, aunque la verdad es que la estaba haciendo Keyla sola y para llamar la atención de Owen cogió un pellizco de harina e hizo que nevara sobre él.

- ¿Qué haces enana? - se sacude el 'pelo mientras se levanta.

- ¿Yo? Nada, pasar el rato - admite riendo.

- Te vas a enterar.

- Ni se te ocurra - sentencia mientras se aleja de Owen que ha metido un dedo en la masa, - como me manches no te vuelvo a hablar.

- Eres incapaz de cumplir eso - y con esto se acerca hasta ella.

La rubia en un momento de lucidez intenta salir corriendo pero no lo consigue y acaba con la cara pringada de masa.

- Te vas a enterar - y rápidamente coge la mantequilla y le unta un pegote - si vamos a hacer una guerra de comida hagámosla bien.

Ambos salen corriendo, la rubia con el azúcar en las manos se esconde detrás de la puerta y el moreno consigue agarrar la harina desde abajo de la mesa.

Y así comienza una guerra épica entre la harina y e azúcar. De esta forma los dos olvidan sus preocupaciones, sus problemas. En ese momento volvían a ser niños que hacían guerras con el pan y el yogurt en el comedor. Se sentían libres de preocupaciones, del estrés, de sus problemas. Eran su versión más inocente.

La chica que coleccionaba imperdibles Donde viven las historias. Descúbrelo ahora