La Tormenta

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"...Pasamos al reporte del clima. Una tormenta de nieve se aproxima hacia la capital en las próximas horas. Alertamos a todos los televidentes que permanezcan en sus casas o de ser necesario conduzcan con la máxima precaución debido a la baja visibilidad. En otras noticias, el dólar cotizó..."

Apagué el televisor y me incorpore del sillón estirando mis brazos. Otro día aburrido había concluido con éxito. No es que me quejara, en realidad mi vida había sido un desastre los últimos meses.

Mi padre me había hechado de casa luego de descubrir que me salteaba las clases de la universidad la cual estaba rigurosamente pagando. No tenía opción, me había sentido acorralada, como un animal enjaulado luego de que me inscribiera en la carrera de abogacía.

Si había algo que mi familia carecía, era el poder de la comunicación y mucho más comprender el concepto de "libre elección". Eran por así decirlo, anticuados en cuanto a sus ideas.

Siendo su única hija, pretendían que eligiera como profesión algo de lo que pudieran esta orgullosos y seguramente alardear como "mi hija la doctora" "mi hija la ingeniera" "mi hija la abogada".

Cuando mis padres se enteraron que había decidido inscribirme en la universidad de artes para especializarme en el área musical, sus reacciones fueron como un abanico de colores.

Mi madre no paró de sollozar durante una hora lamentándose por el futuro que me esperaría. Mencionó palabras como "pobreza" "hambre" "humillación" y otras tantas que decidí ignorar por el bien de mi salud emocional.

Mi padre se había reído en un principio como si todo hubiese sido una broma de mal gusto. Luego de un rato, al ver a mi madre llorar y ver que no me unía a su risa, sus ojos se endurecieron mientras pronunciaba una única palabra. "No". Sabía que no tenía caso discutir con él; lo que el decía se hacía, por lo que corrí hacia mi habitación y pegué un portazo.

Un mes después cuando las universidad llamó para informar que no había asistido a ninguna de sus clases, mi padre abrió la puerta y apuntó con un dedo hacia ella indicándo que me fuera, lo cual no me tomó por sorpresa. En el fondo sabía que allí encontraría la libertad que tanto ansiaba.

Cuatro meses habían pasado desde que me había ido de ese lugar el cual ya no lo sentía como un hogar. Había encontrado un trabajo en un supermercado que quedaba a unas pocas cuadras del apartamento que estaba alquilando. La paga no era mala, era lo justo y necesario para abastecer mis necesidades, pagar la renta y darme algún que otro lujo.

Con el dinero que tenía ahorrado, más unos pocos dólares más que había ganado, me fue posible comprar un auto usado por un valor accesible.

La pintura blanca se estaba descascarando, tenía que pegarle a una de las luces delanteras para que encendiera y a veces le costaba arrancar, en definitiva "una chatarra con cuatro ruedas". Pero mientras me sirviera para llegar a donde quisiera todo eso era lo de menos.

Mi estómago gruñó sacándome de mi ensoñación. Me levanté pesadamente del sillón, aún estaba somnolienta. Caminé descalza hacia la heladera y la abrí recordando como mi madre me reprochaba cada vez que hacia eso. "Te dará una descarga eléctrica y morirás" eran las palabras que usaba siempre. A lo que era común que respondiera con "Al menos moriré observando algo que amo...la comida".
A decir verdad, extrañaba un poco ese conversaciones tontas, no nos habíamos vuelto a comunicar, ni tampoco había vuelto a poner un pie en esa casa.

Mi estómago volvió a gruñir reclamando atención. Posé una mano sobre él intentando callarlo.

-Ya se, ya se- Observé con anhelo la heladera vacía y maldije por no haberlo previsto antes de que anocheciera.

El móvil sonó haciendo que pegara un respigo y golpeara mi cabeza contra el estante de la heladera. Masajeé la zona del golpe mientras corría buscándolo por toda la habitación.

Lo localicé debajo de una bolsa de patatas. Siendo honesta, la limpieza nunca había sido lo mío. No es como si recibiera visitas a menudo tampoco.

Deslice la pantalla colocándolo sobre mi oído. Antes de que pudiera siquiera hablar o mirar el número de la persona que estaba llamando.
-¿Alguien ordenó comida china?- dijo una voz masculina que reconocí como JungKook, mi amigo de la infancia.

-¡Me leíste la mente!- Exclamé mientras mis labios se curvaban en una sonrisa.

-¿Qué te parece en mi casa en una hora?- Propuso animado.

-Eres mi héroe- Agradecí poder cenar con él. Ambos vivíamos solos por lo que dos por tres nos juntabamos para pasar el rato.

Me alegraba de que JungKook fuera una de esas personas las cuales respetaba mi espacio. Comprendía perfecto cuando quería estar sola o cuando necesitaba compañía. Del mismo modo, hacía lo mismo por él. Esa era una de las claves de nuestra amistad, y ni que hablar de la confianza que teníamos. Nos contábamos absolutamente todo.

Aún con el móvil pegado en mi oído, caminé hacia la ventana y moví la cortina hacia un costado para observar el exterior. El vidrio se encontraba empañado por lo que pase la palma de mi mano limpiandolo. La nieve caía con fuerza mientras el viento aullaba con furia.

-Intentaré estar en una hora aunque no prometo ser puntual. La tormenta se volvió más intensa- Un leve tono de preocupación teñía mi voz.

-Conduce con cuidado- Respondió JungKook volviendose repentinamente serio. -Cuídate-

-Lo haré- Y con esas dos palabras terminamos la conversación. Miré el reloj que descansaba sobre mi muñeca, las 21.30. Deposité el móvil sobre la mesa y me dirigí al baño.

Me di una ducha rápida, no tenía tiempo de lavarme el cabello por lo que lo até lo mejor que pude en una coleta. Me infundé lo más abrigado que tenía, unos jeans, dos buzos de lana, una campera y para finalizar enrosqué una bufanda alrededor del cuello. Todo listo.

Tome las llaves, corroboré la hora en mi móvil una vez más antes de guardarlo en la cartera, 22.15. Estaba un poco justa de tiempo.

Mi Acosador (Taehyung y Tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora