Inclino mi vaso hacia arriba y el poco alcohol que quedaba en él se esparce por mi boca y cae por mi garganta como si se trata de agua, pero, aun así, mis ojos se cierran con fuerza, intentando buscar un poco más de claridad. El humo de cigarrillo y marihuana está esparcido por toda la sala mientras los cuerpos de mis amigos más cercanos se mueven de una forma ridícula al compás de una vieja canción de los años 90.
Todo es ruido a mí alrededor, las luces fluorescentes y la música que escapa por los parlantes me hacen sentir como si realmente yo no estuviera aquí. Mi cabeza gira y muchas veces la sonrisa titubea en mis labios, dejándome influenciar por la atmósfera sudorosa y alcoholizada.
Estoy consciente (irónicamente) que luego de esta fiesta mis vecinos se presentarán muy temprano en la mañana para quejarse que no han podido pegar un ojo por mi culpa. Muchos de ellos me insultarán y me dirán que me largue de aquí, pero yo no los tomaré en cuenta porque la resaca que me molestará me hará hacer oídos sordos.
Pero, también estará el idiota que me cuestione cómo es posible que Drew —mi hijo de seis años— pueda dormir con todo el ruido que yo mismo ocasiono. Y aunque yo tenga ganas de lanzar toda mi mierda contra ellos, tendré que curvar mis labios en una sonrisa y saludarlos, deseándoles buenos días, sólo porque Drew estará a mi lado.
—Hola, Nick...
Bajo la cabeza y parpadeo varias veces para aclarar mi visión. Nicole está frente a mí enrollando su ridículo pelo rosa en uno de sus dedos. Ella me agrada, en serio que lo hace, pero hay algo que no me gusta del todo. A veces, somos compañeros de cama y nos divertimos mucho, pero la insaciable necesidad de ella por formalizar una relación me provoca ganas de salir huyendo.
—Hola... —mi lengua se arrastra dentro de mi boca seca. Intento ir por una cerveza más, pero sus manos en mi pecho me detienen—. ¿Qué te pasa?
—No te has acercado a mí en toda la noche —murmura contra mi oído. Cuando captura el lóbulo de mi oreja entre sus dientes, suelto una risa parecida a un graznido—, y yo te extraño mucho.
—Acabas de llegar. —le recuerdo. Puedo estar borracho, pero no soy idiota.
—¿Te gusta mi vestido? —ignora mi acusación y se aleja un poco de mí para que yo pueda mirarla— Es lindo, ¿verdad?
—Es tan... —intento localizar el vestido, pero está tan ajustado que apenas logro encontrarlo— apretado.
—Sí —reconoce riendo y se vuelve a acercar a mí—. Inclusive, he tenido que dejar las bragas en casa.
Su secreto hace que me atore con mi propia saliva. La alejo un poco de mí porque ya estoy aburrido de las zorras como ella.
—Qué bien por ti. Sólo espero que no te de diarrea. Sería muy desagradable para todos encontrarse con tu mierda esparcida por el suelo.
—¡Eres un asqueroso!
Estoy a punto de mofarme de ella, pero su palma impacta con tal fuerza en mi mejilla que el ruido opaca levemente la música. Las personas que nos rodean miran entretenidos el corto ataque de furia que Nicole ha sufrido y todos ríen al verla caminar entre las personas, torciéndose los pies por culpa de los tacones tan altos que usaba.
—¿Diarrea? ¿En serio?
Tristan, mi mejor amigo aparece y me abraza por los hombros, sosteniendo dos cervezas en su mano. Me tiende una y yo le doy un largo trago, sintiendo como la garganta al fin se me humedece otra vez.
—Quería deshacerme de ella y sólo le dije lo primero que se me vino a la mente.
—Y lo hiciste, hermano —él ríe, apretándome contra él. El movimiento es tan repentino que la botella de cerveza resbala de mis labios y el líquido cae por mi mentón.
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Él es mi hijo
Novela JuvenilNicolai Anderson es padre de un niño de seis años y aunque él sabe que sus prioridades deberían ser otras, le es imposible no meterse en problemas la mayor parte del tiempo. Sus vecinos no lo soportan, tiene un empleo donde gana un poco más que el s...