Capítulo 3.

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Cuando cierro la puerta de entrada en mi casa, suelto un suspiro. De tan sólo ver todo lo que tengo que limpiar me canso sin mover un mísero músculo. Todo a mí alrededor es un desastre y yo soy la única persona que debe hacerse responsable de él. Aunque quisiera decirle a Tristan que me ayude, él no puede ya que esta semana le ha tocado trabajar en la mañana.

Ingreso a mi habitación y me quito la camiseta. Cambio mis pantalones por un short deportivo y calzo mis pies con las viejas zapatillas que uso para jugar fútbol. Voy a la cocina y tomo los primeros implementos de limpieza para luego, regresar a la sala. Comienzo por recoger las botellas de cerveza y los vasos plásticos para lanzarlos a la bolsa de la basura. Junto las colillas de cigarrillo (tanto normales como de marihuana) y las acumulo en un lugar en específico para echarlas con el recogedor dentro de la bolsa también. Muevo los muebles, cambiándolos de lugar y abro las ventanas. Trapeo el piso con un poco de líquido aromático y cuando todo está ordenado en la sala, suelto un suspiro de cansancio.

Limpio la cocina, el baño y ordeno la habitación de Drew antes de sacar las bolsas de basura afuera y dejarlas en el contenedor.

Al entrar a mi cuarto, miro la hora en mi reloj de pared y me doy cuenta que con el tiempo que me queda, alcanzo a ordenar mi cuarto, darme una ducha y tomar desayuno antes de irme al trabajo. Así que, sin ningún tiempo que perder, ordeno mi habitación lo más rápido que puedo, aún sabiendo que en la noche volverá a estar patas arriba y me meto en el baño corriendo para tomar una fría ducha.

*

Mientras bebo mi café, miro las facturas que tengo que pagar a fines de mes. Esto es realmente cómico porque a la hora de cobrar, las empresas son muy puntuales. Uno, como consumidor, paga sus cuentas al día y no pasa ni una semana para que las nuevas facturas lleguen a casa, una vez más.

Dejo todas las hojas sobre el mesón y miro la pantalla de mi móvil que se enciende al recibir una llamada de Tristan.

—¿Qué pasa? —le pregunto una vez he respondido a su llamada.

—¿Cómo estás?

—Bien. ¿Qué hay de ti?

Él suspira. De fondo logro escuchar el resonar de los platos siendo lavados. Él debe estar en la cocina. Tristan trabaja como ayudante del chef en un restaurante mientras yo soy un simple mesero. No me avergüenzo de mi empleo, pero si hubiera terminado la universidad yo habría estado trabajando en otro lugar y habría ganado mucho más que mi salario actual.

—Como la mierda —se queja—. Dormí sólo dos horas y el caos aquí en el restaurante es horrible. Ha venido un chino de mierda que es la persona más horrible que puedes imaginar.

—¿Por qué? —le pregunto, riendo.

—Él ha estado hablando un montón de mierda en chino. Los camareros se han vuelto locos porque nadie le entiende ni un carajo, pero sale el chef a preguntarle qué sucede y él ha hablado un español mejor que el mío. ¿Puedes creerlo? El chino de mierda ha estado jodiendo al personal sólo por diversión.

Comienzo a reír con ganas escuchando los regaños de Tristan en mi contra para que me calme, pero no puedo y el estómago me duele tanto reír. Me imagino a Tristan intentando entender un poco de chino y seguramente su rostro en ese momento debe haber sido un poema.

Me tranquilizo un poco y paso mi mano libre por los ojos para secar las lágrimas que los han humedecido.

—Lo siento —me disculpo, un poco agitado— pero imaginarte que estás intentando hablar en chino es tan jodidamente gracioso.

Él es mi hijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora