Capítulo X

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—Quiero un mejor amigo como Raphael.— Declaró con voz decidida Ambar a la hora de comida. Levanté la mirada y le vi incrédula, sin embargo me limité a enarcar la ceja izquierda, la mirada de Lizzie se dirigió a mi inmediatamente, Regina solamente rió negando suavemente con la cabeza.

—¿Específicamente como Raphael?— Dije con voz condescendiente. Ella asintió con la cabeza y se quedó en silencio por un par de segundos.

—Bueno, quisiera a Raphael.— Sonrió desafiante y sus ojos castaños perforaron los míos, como retándome a contestar. Sentí un peso muerto en el cuello del estómago y mi mirada se comenzaba a nublar lentamente. No. Ambar podía tener a Regina, Caleb, Jordan, incluso a Lizzie, pero Raphael no. Oh no... si Raphael se iba de mi lado para irse con ella mi corazón no lo soportaría, sería mi fin física y emocionalmente.

Todas nos quedamos en silencio por un par de minutos y la mirada de Ambar no se despegaba de mi rostro, no podía seguir ahí.

—Tengo que... tengo que ir al baño.— Mascullé en voz baja y me levanté de mi asiento, abrazándome a mi misma porque sino sentía que sería capaz de caerme a pedazos, como cuando tiras una torre de legos. Ambar me sonrió fríamente y me encaminé tan rápido como pude a la puerta, huyendo del ambiente tóxico que se respiraba.

Las lágrimas ya se asomaban por mis ojos y mi corazón palpitaba cada vez más rápidamente. Al llegar al baño agradecí silenciosamente que no había nadie y me encerré en un cubículo. Cerré los ojos con fuerza intentando calmarme a mi misma, recordandome como se respiraba normalmente.

Ese comentario de Ambar fue completamente intencional. La última semana había sido un infierno, aunque creo que estar en el infierno hubiese sido menos doloroso. Hacía una semana Raphael me había traído una rebanada de pastel a casa y, naturalmente, les conté a mis amigas, Regina se alegró por mi, Lizzie se limitó a sonreír cortésmente y Ambar sonrió con frialdad; al día siguiente después del suceso, Ambar se dedicó a hablar con Raphael a cada momento libre del pelinegro haciendo que mi amigo y yo hablaramos solamente por mensaje por las tardes.

Era horrible fingir que no me importaba, y espantosamente doloroso pretender que estaba completamente de acuerdo con que mi "mejor amiga" fuese amiga también de mi "mejor amigo."

—¿Layla? ¿Castaña?— Llamó Regina angustiada en la puerta. Contuve el aire por un segundo. Mi cara estaba mojada por las lágrimas y mi voz estaba enterrada en algún lugar de mi garganta. Me enjugué rápidamente las lágrimas y carraspeé.

—¿Si, Gina?— Mi voz sonaba débil y gangosa.

—Ábreme corazón, estoy sola.— Me pidió y casi pude jurar con solo escuchar su voz que sus ojos estaban tristes. Lo pensé por un segundo y abrí la puerta, Gina me miraba con la cabeza ladeada y los ojos tristes como yo había supuesto, al verme su boca se abrió en una perfecta "o" y se acercó con rapidez a envolverme en sus brazos y lógicamente me fue más complicado contener el llanto. La pequeña mano de Regina acariciaba mi cabello y yo me aferraba con fuerza a mi amiga.—¿Por qué te levantaste de la mesa, Layla?— Susurró contra mi cabello, respiré hondo y me separé para verla, se veía genuinamente consternada, el nudo en mi garganta me impedía hablar por lo que tragué saliva e inspiré hondo nuevamente.

—Estoy enamorada, Gina.— Dije en voz tan baja que dudé sobre si lo había dicho realmente o si solo lo había pensado, bajé la cabeza para evitar la mirada de mi amiga, ella no contestó nada y podía sentir su mirada expectante. —De Raphael.— Dije con un hilillo de voz y escondí mi rostro entre mis manos, las manos delicadas de Gina envolvieron las mías y las quitó de mi cara para después tomarme por la barbilla obligándome a mirarla a los ojos, pensé que estaría enojada o quizás sorprendida, pero para mi consternación solo me miraba con ternura.

—No se necesitan dos dedos de frente para saber eso, linda.— Eso logró hacerme sentir aún más miserable, dentro de lo posible.

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Quisiera poder decir que me enamoré porqué él me demostró que me quería como algo más que una amiga, quisiera poder decir que él fue quien inició todo.

Pero no puedo porque no es verdad.

Antes de que él llegara, pensaba que tenía todo resuelto, pensaba que quería a Caleb, pensaba que mis amigas estarían conmigo toda la vida.

Él llegó a demostrarme que no todo puede ser perfecto, que no todo debe ser perfecto.

Quisiera poder odiarle por llegar a arruinarme la vida, pero al mismo tiempo me salvó de la monotonía en la que estaba sumergida, en esa realidad alterna en la cual nada puede salir mal porque todo es un sistema en el que, si nadie dice lo que piensa en voz alta todo estará bien.

Todos al referirnos a una medicina, pensamos que cura, pensamos que lo arregla todo y hasta cierto punto eso es lo que hace, pero hay medicinas que resultan adictivas y las necesitas seguir tomando aunque ya te hayas aliviado, frecuentemente olvidamos que las medicinas son droga.

Raphael fue mi medicina, mi droga y cuando menos pensé era adicta a él. El detalle es, que nadie sabía que había desarrollado una adicción a lo único que le daba sentido a mi aburrida existencia.

La culpa me consumía diariamente, estaba más nerviosa que de costumbre, había desarrollado el tic nervioso de cubrirme las muñecas con lo que fuese, no porque había algo que esconder, sino porque me sentía expuesta si las personas veían mis venas; mi apetito decresió porque me sentía mareada todo el tiempo. Todo me irritaba, todo me entristecía, era como una bomba que se cargaba en una hora y podía explotar hasta 3 veces por día.

Estaba mal, muy mal.

Efectos secundarios, supongo.

No hablaba con nadie más que con Raphael, Gina, en ocasiones con Caleb.

Todos sabían que no estaba bien, pero tenían miedo preguntar por miedo a mi reacción.

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Febrero

—¡Falta una semana para tu cumpleaños, idiota!— Le dije a Raphael con una media sonrisa mientras que pasaba las yemas de mis dedos por su negra cabellera. Su cabeza estaba en mis piernas y estábamos en el suelo, en nuestra esquina. Habíamos sido la primera pareja en terminar el experimento de física y nos habíamos retirado a hablar.

Sonrió débilmente.— No celebro mi cumpleaños.— Dijo algo apenado sin mirarme, miré su rostro con la cabeza ladeada.

—¿Cómo es que no celebras tu cumpleaños?— Pregunté curiosa, con la nariz ligeramente arrugada. Él se limitó a encojerse de hombros y sonreír un poco incómodo, seguí acariciando su cabello.

—No lo sé, solo no me gusta hacerlo, no lo veo como algo importante.— Alzó la mirada por fin para fijarla en mi rostro, su sonrisa se volvió divertida.— Si te viera con esa cara y no te conociera, diría que estás pensando.— Soltó una breve risa y yo deshice la mueca en mi cara y le enseñé la lengua de manera infantil.

—¿Por qué no celebras tu cumpleaños?— Inquirí poniendome seria nuevamente y sus ojos me miraron con incredulidad.

—¿Qué acaso no lo vas a dejar ir?— Arqueó una ceja expectante. Negué con la cabeza y pasé mi lengua por mis labios, mojándolos.

—No, no lo haré. Te haré un regalo de cumpleaños quieras o no, y ese día sere vuestra humilde servidora.— Declaré con la la voz más seria que pude y una sonrisa se dibujó en sus labios y soltó una carcajada.

Carajo, jamás había escuchado un sonido que me gustase más. Escucharlo reír producía en mi el mismo sentimiento que se siente al escuchar por primera vez tu canción favorita; el sentir como todo se mueve dentro de ti, como un calorcillo te recorre hasta las puntas de los dedos de los pies.

El hecho de saber que yo había producido esa risa, me hacía sentir viva, hacia que por un solo segundo no me odiase a mi misma.

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