Capítulo IV

210 9 0
                                    

No tenía palabras. No podía sentir mi boca, y mi corazón palpitaba tan fuerte en mi pecho que me costaba respirar, sabía que estaba con las mejillas rojas al igual que Caleb, y eso hacia al chico aún más adorable.

—Te... te quiero Caleb.— atiné a decirle, el sonrió nervioso y se acercó a envolverme en un abrazo torpemente, y en ese momento recordé porque era que dudaba tantas veces de mi relación con Caleb, por la falta de "química" como se dice mundanamente, porque no sentía ese "click" en todo el cuerpo al sentir su mirada o sentir un roce de manos, y necesitaba eso ya que se dice que eso mantiene "viva" una relación.

—Yo a ti te amo, mi chica en llamas.— Y a eso si no supe como responder.

--

—¿Layla? ¡Layla! ¡Baja esa música! ¿quieres?— Me gritó mi madre desde la cocina, yo solamente bajé dos rayitas a mi estéreo mientras que sonaba American Idiot por Green Day. Habían pasado dos días desde que Caleb me había dicho "te amo" y él al darse cuenta de que quizás no fue lo más inteligente que decir, se apresuró a agregar que no tenía que decirlo en seguida y después de unos minutos algo incómodos decidió que era hora de irse. Desde ese día había intentado callar mis pensamientos con música fuerte, le había pedido a Raphael que me hiciera un playlist con las canciones más distractoras y anuladoras de pensamientos que conociera, y como resultado me dio un playlist con más de 8 horas de música.
Mi madre al percatarse de que había bajado mínimamente el volumen hizo acto de presencia en mi habitación. Mi madre es una señora alta y de complexión delgada, con el cabello corto hasta la barbilla y teñido de rojo, toda su vida ha sido una ejecutiva, y las únicas veces que he logrado verla vestida con "ropa normal" han sido en uno que otro fin de semana. Estaba parada en mi puerta con ambos brazos cruzados bajo el pecho, con la mirada llena de reproche. —¡Por amor al cielo, Layla! ¿Qué parte de baja esa "música"— hizo comillas en el aire con sus dedos y yo rodé los ojos.— no entendiste? Trabajo más de ocho horas, cinco días a la semana...— ¿Honestamente? No estaba de humor para aguantar los sermones de mi madre que eran los mismos siempre, así que me limité a mirarla y fingí que le prestaba atención, asentía y hacia sonidos cuando era necesario pero estaba perdida en mis pensamientos. Las voces de Caleb, Evelyn, Ambar, Raphael... estaban en mi cabeza y hablaban al mismo tiempo, hablando cada vez más fuerte intentando hacerse oír, y por encima de ellas estaba mi consciencia, gritándome que algo estaba haciendo mal, estaba reclamando y juzgándome, y al momento que quería concentrarme en las palabras de mi madre que lo único que me decían era «No haces nada en la casa» «No sé que tantos problemas podrías tener, eres una niña» «Tu única responsabilidad es la escuela» «No te pedimos nada»
La cabeza comenzaba a punzarme, y sentía que iba a explotar.

Welcome to a new kind of tension

Raphael. Caleb. Evelyn. Ambar.

All across the alienation.

«Evelyn tiene algo que me encanta...»«Te amo...»«Raphael me ha dicho que soy hermosa...»«¿Y se supone que no debo de hacerlo porque tú lo dices?»

Where everything isn't meant to be okay.

—Layla, lo único que hacemos tu padre y yo es darte lo que pides, y estar ahí para ti aunque trabajemos...—

For that's enough to argue.

Y en ese momento exploté.

—¡Ya! ¡Basta! Por favor...— Sollocé y me heché a llorar. Mi madre se quedó helada en su lugar y no supo que hacer. Por lo menos eso había conseguido callar las voces en mi cabeza aunque fuese un momento.

--

Elizabeth se encontraba explicando un problema de matemáticas a Ambar y Regina por milésima vez mientras que yo estaba recargada con la cabeza en la mesa de cafetería, y pese a mi posición podía escucharlas. Elizabeth gozaba de la paciencia que a mi me faltaba, y podía explicar algo por diez veces y no se molestaba ni frustraba, quizá por eso éramos tan buenas amigas. Levanté la cabeza y la recargué en mi brazo y observé a Elizabeth por unos momentos. Su cabello rubio caía en cascada hasta el principio de su cadera, me encantaba su cabello porque me recordaba a Rapunzel de cierta manera. Sus ojos eran pequeños y negros como la noche, lo cual creaba un contraste bastante curioso con su cabello. Regina al percatarse de que había levantado la mirada, me miró con la cabeza ladeada.

—Estás muy callada Layla, ¿pasa algo?— Las miradas de mis amigas se posaron sobre mi, pero negué con la cabeza. No me sentía con ganas de decirles a mis amigas que mi cabeza era un lío últimamente, que no podía concentrarme últimamente porque había un constante siseo de voces dentro de mi cabeza... aunque siendo sincera no me apetecía comentarle a nadie,  en realidad.

—¿Por qué todos asumen que algo me pasa?— Dije mas secamente de lo que pretendía, mis amigas solamente me observaron y decidieron ignorar lo que había dicho para proseguir con lo que estaban haciendo. Yo me levanté de la mesa y me fui a buscar a la única persona con la que me apetecía a hablar.
Salí de cafetería con la cabeza baja, necesitaba encontrar a Raphael lo antes posible pero no podía dejar que Caleb me viera. Divisé a su amigo, Scott y me acerqué a él.

—Hey, Scott.— Me acerqué a él mientras que él se volví a mi, me dedicó una sonrisa de lado. Scott era... guapo, en cierto sentido. Pálido como un muerto, cabello negro como la noche y ojos castaños claros.

—¿Buscas a Raphael?— Me preguntó divertido a forma de saludo, yo le sonreí tímidamente y asentí con la cabeza, él me apuntó a una esquina al final del pasillo en el que estábamos.— Está con Evelyn, no creo que sea conveniente interrumpirlos.— Su sonrisa se ensanchó levemente, aunque la expresión en mi cara decayó todavía más, al percatarse de eso me miró con la cabeza ligeramente ladeada.— ¿Pasa algo?— Me preguntó confundido y le dediqué una falsa sonrisa mientras que negaba con la cabeza, él me seguía viendo extrañado.— ¿Segura?— Carraspeé y mantuve mi sonrisa.

—Claro.— Aunque claramente mi corazón estaba hecho mierda, y sentía los ojos llenos de lágrimas. Me di media vuelta y me encaminé a la dirección contraria cuidando no encontrarme con Caleb. Me fui al único lugar en el que sabía que nadie me molestaría. Había un pasillo que estaba en medio de las rejas que evitaban que nos salieramos y un salón. No era lo suficientemente grande para alguien, o al menos eso aparentaba, pero yo siendo tan curiosa como era descubrí que cabía perfectamente, ese era el lugar al que iba cuando no quería hablar o ver a nadie. Me senté y dejé que el sol invadiera todos mis poros, en un intento vano por sentirme mejor. Quería a Caleb, era dulce, era inteligente, mis padres y amigas lo adoraban, no era feo, era la persona más detallista que conocía, era... perfecto. Caleb era perfecto y seguro y aún así no lo amaba, las lágrimas comenzaban a caer por mis mejillas, no sabía a quien pertenecía mi corazón completamente, estaba casi segura de que no estaba enamorada de Raphael... casi. Negué con la cabeza, no amaba a Caleb pero tampoco a Raphael, apenas lo conocía. Sabía que debía terminar con Caleb, terminaría más herido sino pero tampoco quería hacerlo, Caleb me daba seguridad y hasta cierto punto estabilidad, porque no lo amara como él a mi no quería decir que su pérdida no me causaría dolor. La campana resonó en mis oídos devolviéndome a la realidad. Sequé mis lágrimas, me incorporé sacudiendo mi falda, y saqué un espejo de mi bolsa, retoqué mi labial y sonreí falsamente, tenía una vida perfecta que atender aunque sintiera que me moría por dentro.

--

Justo antes de que la maestra llegara a clase, Raphael me tomó del brazo obligándome a mirarlo, tenía las mejillas enrojecidas y sus ojos brillaban inusualmente.

— Scott me dijo que me buscabas y que te veías triste, ¿Pasa algo, señorita?— Me preguntó sin soltar mi brazo. Le sonreí tan brillante como pude.

—No, Scott exagera.— Hice un gesto con mi brazo disponible restándole importancia al asunto.— ¿Por qué esa sonrisa?— Le pregunté cambiando de tema y deshaciéndome de su agarre con suavidad. Él desvió la mirada y su sonrisa se formó.

—Evelyn.— Claro que lo sabía, era obvio, pero era tan masoquista que quería escucharlo de sus labios, la saliva me sabía amarga. Mi sonrisa flanqueó un momento pero la compuse antes de que él lo notase.

—Me alegro.— Dije secamente pero sonriendo, y me encaminé hacia mi escritorio, dejándolo solo.

MomentsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora