VI

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VI

Cada vez que Mia apostaba una noche o varias de sueño, Diego terminaba involucrado en un serio contratiempo. No tenía que ver con su trabajo, pero sí con sí mismo, lo cual resultaba inaceptable. Tanto que había cogido la costumbre de no sentarse en el sofá por las mañanas a menos que trajera a la oficina una cafetera llena de café, recién hecho y echando humo, sin importar el día que fuera. Siempre por si acaso.

Siempre por si se encontraba conque, en medio de las conversaciones matutinas que compartía con ella, esta de repente se quedase dormida sobre su hombro; y siempre para evitar quedarse nuevamente sin café.

Como hoy, por ejemplo. Había evitado de manera exitosa esta última tragedia. Y todo gracias a esta nueva estrategia, que le solucionaba tres cuartas partes del problema, lo cual no era tontería.

-Sin embargo, hay que ver cómo esta gatita puede dormir tanto y a la vez tan poco -se dijo, mientras contemplaba atentamente el rostro durmiente de su compañera.

Así habían llegado a consistir las mañanas para Diego, si bien resultaba difuso discernir en qué momento todo se tornó de esta forma. En qué momento la rutina se estableció como tal. Había hasta situaciones que se remontaban más atrás, tan atrás que se perdían en el pasado y ahí se quedaban, lejos del presente. En qué ocasión empezaron a competir por ver quién de los dos llegaba primero al bufete, o a conversar entre ellos cada mañana. Incluso de qué trataban las conversaciones que compartían ambos y cómo podían ser tan largas y duraderas. No había ningún punto concreto que definir en aquella línea del tiempo, y eso no lograba otra cosa que preguntarse a uno mismo cuál fue el comienzo de todo. De este tipo de relación.

-Haces que me pregunte cómo eres capaz de dormir conmigo a tu lado, gatita.

-... Porque confío en ti. -Fue la respuesta que recibió, tan inesperada que Diego realizó lo posible por no apartarse bruscamente de su lado. E hizo bien en mantenerse quieto; gracias a ello, comprobó que sus palabras surgieron en pleno estado inconsciente, durante su sueño. Al serle imposible reír a carcajadas, suspiró profundamente y le sonrió.

-Que confías en mí, dices... Me tienes anonadado. No dudo en que puedo resultar muy confiable, pero, ¿seguro que estás bien con confiar en alguien como yo?

Esta vez ella no dijo nada, demostrando lo inmersa que se hallaba dentro del mundo onírico, soñando lo que fuera que soñase, sin proporcionarle ninguna gota de leche que suavizara ese amargo sabor a curiosidad. Pero tampoco se sentía incómodo con él; al contrario, estaba acostumbrado a esa sensación, a no resolver nada. Ninguna de sus dudas.

Estaba acostumbrado a preguntarse por qué el pelo de Mia tenía una textura tan suave sobre su palma y la piel, tan lisa entre sus dedos. Qué eran ellos y cuándo comenzaron a serlo.

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