Marcado

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Cole sabía que tenía que escapar, pero, por un momento, la impresión de haber sido descubierto le paralizó. Su única posibilidad era correr. Estaban en una llanura oscura, de noche. Si corría lo bastante rápido y conseguía alejarse lo suficiente, quizá los secuestradores lo perdieran de vista.

Cuando el pelirrojo se lanzó bajo el carro, Cole salió rodando hacia el lado contrario. Se puso en pie de un salto y echó a correr. Pasó junto a otros carros y saltó por encima de un cuerpo dormido envuelto en una manta raída.

—¡Intruso! —gritó el pelirrojo, dando la voz de alarma—. ¡Todos en pie! ¡Intruso! ¡Que no escape!

Los gritos alimentaron el pánico de Cole. Por todo el campamento aparecieron hombres que se quitaban la manta de encima y se ponían en pie. Corriendo hacia campo abierto, Cole vio a dos hombres corriendo en paralelo hacia él, algo adelantados, siguiendo trayectorias convergentes. Ambos eran más rápidos que él. Si seguía corriendo recto lo pillarían, así que dio media vuelta de pronto, esperando atravesar el campamento y así confundirlos.

El cambio de dirección solo le sirvió par encontrarse de frente al pelirrojo, y a muchos otros. A falta de una opción mejor, giró hacia el carro más cercano, se agarró a los barrotes y trepó. Los dedos del pelirrojo le rozaron los talones, pero no consiguió agarrarlo.

Agazapado sobre el techo de madera del carro, no veía a sus perseguidores, pero los oía acercándose en todas direcciones. Cole nunca había sido un gran atleta, pero se le daba bien trepar. Las alturas nunca le habían supuesto un problema. Había otro carro aparcado no muy lejos de allí. Cogió carrerilla y aterrizó en el techo, aunque a punto estuvo de no llegar.

—¡Se mueve! —gritó una voz ronca. Cole recorrió el techo del carro y saltó al techo del siguiente, en el que cayó tendido, con una mejilla contra la astillada madera. Poniéndose en pie, observó que había llegado al final de la fila. A menos que diera media vuelta, no había ningún carro más al alcance.

—¡Sigue moviéndose! —anunció una voz—. ¡Está en este!

Si se quedaba allí, lo pillarían. Cole corrió y saltó todo lo lejos que pudo. En el momento en que impactaba con el suelo, vio a varios hombres yendo a por él desde un lado. Cole intentó aterrizar corriendo, pero cayó hacia delante, dándose de bruces en tierra, en un golpetazo que le dejó los huesos doloridos. Aun así, con la adrenalina a niveles máximos por el pánico, consiguió ponerse en pie justo a tiempo para esquivar un cuerpo enorme que le caía encima desde atrás.

De pronto se quedó sin aire, al quedar aplastado bajo la masa de un hombre corpulento que olía a cuero y a sudor. Cole se revolvió, pero unas manos callosas lo agarraron con fuerza.

La boca se le llenó de polvo y sintió el contacto de unas hierbas espinosas contra la sien. Llegaron otros hombres, que se situaron alrededor. 

Los hombres empezaron a hablar entre ellos en voz baja. Se acercaba una luz, acompañada de pasos. Estirando el cuello, Cole vio a Ansel, con un farol en la mano. Llevaba su sombrero de ala ancha, una larga camisa de dormir, pantalones con tirantes y un par de botas cubiertas de polvo. En la otra mano llevaba una hoz. Cole cerró los ojos, cada vez más asustado.

—Le he encontrado bajo un carro — informó el pelirrojo—. Debe de haberse colado en el campamento.

Ansel se agachó y apoyó el farol en el suelo. Con aquella luz tan intensa delante, Cole casi no le veía la cara.

—Es hora de cantar, Espantapájaros. ¿Te has colado en el campamento? ¿Y de dónde venías?

—Pasaba por aquí —dijo Cole, probando suerte.

CINCO REINOS Invasores del Cielo 1  - Brandon Mull -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora