Invasores de Cielo

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Una enorme caverna en la pared del despeñadero hacía las veces de muelle de aterrizaje para tres grandes naves. Estaban hechas de madera oscura y recordaban vagamente a viejos barcos pirata, aunque eran más anchas y planas, con un par de modestos mástiles y sin velas. Cada una tenía tres botes salvavidas, uno a cada lado y otro en la popa.

Jace llevó a Cole a una nave llamada Domingo, donde había varios hombres reunidos. La luz de la mañana entraba por el lado abierto de la caverna. Afuera, en el cielo azul, Cole vio numerosos castillos flotando.

—¡Cuántos castillos! —dijo Cole.

—Después de un día tranquilo suele haber muchos —respondió Jace—. Eso es una buena noticia. Competimos con otras dos compañías, los Peinanubes y los Piratas del Aire. En un día tan animado como hoy, probablemente no tengamos mucha competencia.

En la pasarela de la Domingo, un hombre de mediana edad con el cabello castaño y desaliñado le dio la bienvenida:

—Tú eres Cole, el nuevo explorador —dijo, tendiéndole una mano.

—Sí —respondió él, estrechándosela.

—Soy el capitán Post. Espada saltarina, buena elección —observó, al tiempo que le entregaba un cordón del que colgaba un pequeño contenedor cilíndrico.

—¿Qué es esto? —preguntó el chico al tiempo que lo cogía.

—Una cápsula de veneno —dijo el capitán—. ¿No te lo han explicado?

—No.

El capitán señaló al cielo con un dedo.

—No sabemos siquiera si aterrizarás. Podría ser que cayeras al vacío, hasta morir de hambre. La cápsula es una cortesía de la compañía.

Cole examinó el contenedor más de cerca.

—La parte superior se desenrosca de la inferior —le explicó Jace—. Está cerrada herméticamente. El veneno apesta, lo que elimina cualquier posibilidad de usarlo como arma.
Aquí confían en los esclavos más que en la mayoría de los lugares, pero no tanto como para armarnos para un posible asesinato.

—Cuélgatelo —dijo el capitán—. Todos llevamos uno.

Cole combatió la sensación de miedo que le daba colgarse el cordón al cuello. Odiaba la idea de llevar encima algo pensado para poner fin a su vida.

—Por aquí —dijo el capitán, que llevó a Cole hasta un depósito abollado junto a la pasarela. Seleccionó una mochila de tamaño mediano de entre un montón—. Si fallas, este paracaídas es tu mejor amigo. Dale un tirón seco a la cuerda, e intentaremos situar una nave por debajo. La nave no puede descender mucho, pero, si tiras del cordón enseguida, tienes posibilidades de salvarte.

—Bueno es saberlo —replicó Cole, colocándose la mochila.

Jace le ayudó a ajustar las tiras sobre la chaqueta de ante.

—Jace te enseñará el oficio. Escúchale bien. Es un superviviente —dijo el capitán, que acto seguido se alejó y se puso a dar órdenes a un grupo de hombres.

—Algunos exploradores no usan el paracaídas —comentó Jace—. No quieren el peso suplementario, porque les hace ir más lentos.

—¿Tú lo usas?

—Siempre. El riesgo de caída es real.

—¿Cuántas misiones has realizado?

—La próxima será la número treinta.

—Ya te queda menos de la mitad.

Jace le dio un empujón.

—¿Es que quieres echarme el gafe? Nunca hay que hablar de las que te quedan. Solo de las que has hecho ya.

—Lo siento —dijo Cole, a contrapié—. No lo sabía.

CINCO REINOS Invasores del Cielo 1  - Brandon Mull -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora