Segundo viaje

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El arquitecto Tony Conte no necesita que le abran pista para hablar de su hijo. Acelera y no frena. Hay un goce evidente en ese deporte. No sabe por dónde empezar, por dónde terminar, simplemente se desboca. Habla desordenadamente. Pierde el hilo con facilidad y está consciente de sus desvaríos, así que constantemente pide asistencia a su interlocutor para que lo centre.

"Mi hijo era un tipo inteligente. Era una belleza. Franca y yo nos divorciamos cuando él tenía doce, pero siempre supo, le recalcamos hasta el cansancio, que quienes se habían separado éramos nosotros dos. Ahora vas a tener dos casas, le decía. Se trató de que esa decisión lo afectara lo menos posible. Franca es una gran mujer, de verdad que sí. ¿Una cosa curiosa? Mi esposa actual está embarazada. Cuando el médico hizo el cálculo de fecha para el nacimiento, me di cuenta de que se concibió cuatro días antes de la muerte de Yani. La verdad no estoy emocionado con su llegada. Nunca va a ser lo mismo".

La relación de Tony con su hijo era muy horizontal. Conversaban de todo. A pesar de la confianza, el señor Conte puso un dispositivo en el carro de Yani para poder rastrearlo satelitalmente: "A veces lo llamaba y le preguntaba ¿dónde estás? Y me decía mentiras. En muchas ocasiones tuve que morir callado para que no descubriera que le había puesto el GPS. Sin embargo, era obediente. Lo mejor del caso es que él siempre buscaba la manera de negociar y llegar a un acuerdo donde los dos ganáramos".

De pronto hace pausas largas, se queda con la mirada fija, perdida. Da la impresión de que despega, y después de unos segundos regresa. Entonces lo hace de golpe: "Yani siempre estaba pendiente de mí y yo de él".

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El 6 de septiembre se leería en algunos diarios del país que un joven de veintiún años había muerto de seis puñaladas en la urbanización La Bonita, con el siguiente mensaje: la causa del asesinato había sido una lucha entre tribus urbanas, góticos...

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El 6 de septiembre se leería en algunos diarios del país que un joven de veintiún años había muerto de seis puñaladas en la urbanización La Bonita, con el siguiente mensaje: la causa del asesinato había sido una lucha entre tribus urbanas, góticos versus reguetoneros. Eso no fue lo que ocurrió.

Algo que ninguno de los presentes ese día puede aún descifrar desató la violencia. El odio. La locura. La historia de esa noche comenzó como cualquier reunión ordinaria en una redoma de Caracas, un viernes en la noche. Yani y sus amigos llegaron primero, luego otros carros con jóvenes que ellos no conocían. Compartieron el espacio, pero sin relacionarse. Cada grupo estaba por su lado: tomando, hablando, escuchando música. De pronto el ambiente casual cambió.

Uno, dos, tres, cuatro, hasta veinte puñaladas repartieron esa noche los que llegaron después, entre las tres y media y las cuatro de la mañana del cinco de septiembre de 2009, hace seis años ya de aquello. Nadie sabe cuántos (o no lo dicen) fueron los autores de esas cuchilladas. Sólo que fueron capaces de usar un cuchillo de cacería y penetrar una y otra vez cuerpos jóvenes que huían, que estaban de espalda.

Seis personas del grupo de Giovanni quedaron heridas, tres de ellas de gravedad. Tres pulmones perforados, una nariz rebanada, un espina dorsal a un centímetro de ser lacerada, ojos ensangrentados y una vida perdida. Esa, la que se fue, la que no pudo más, fue la vida de Yani.

El Asesinato De Yani (Historia Real) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora