El sol ya estaba iluminando la mañana en Londres. Peter despertó en una cama que no conocía. Luego tuvo recuerdos borrosos sobre haber llegado a una gran construcción de piedra donde una mujer le abrió la puerta, lo alzó y lo llevó a dormir allí. Sonrió por saber al fin en dónde se encontraba.
Se quitó las frazadas de encima de su cuerpo y se sentó en la cama. Miró hacia abajo y vio el piso a una gran distancia. Se dio cuenta de que la cucheta donde había dormido era muy alta. Esto no lo alarmó, sino lo contrario. Le gustaban las alturas.
Supuso que si era una cucheta, entonces debajo de su cama habría otra cama. Y en ella dormiría otro niño. No había otra forma de saberlo que averiguarlo por sí mismo. Se sujetó muy bien de una de las maderas de la cama e inclinó su cuerpo hasta dejar su cabeza, su cuello y su pecho colgando hacia abajo; se sentía como un murciélago. Como se encontraba al revés, su gorrito de lana cayó al suelo obedeciendo a la ley de gravedad.
— ¡Mi gorrito! — Exclamó Peter haciendo un puchero.
Luego notó que algo se removía en la cama de abajo y recordó el motivo por el que estaba colgado cabeza al piso. Efectivamente, allí había un niño que comenzaba a despertarse. Peter vio un montón de cabellos negros como la noche que se enredaban igual que las ramas de los árboles en un bosque y formaban grandes rizos. Luego, el pequeño que ya había despertado, con su mano corrió las hebras enruladas de su rostro y le mostró a Peter un par de ojos del color azul más azul que el castañito había visto en su vida.
— Qué bonitos ojos. — Habló Peter, que ya había olvidado la preocupación por su gorrito.
— ¿Quién eres tú? — Preguntó el de rizos azabache, mirando al niño que colgaba desde arriba de su cama. Estaba un poco espantado, ya que además de que sabía que nadie dormía allí, tampoco había visto a ese pequeño en su vida.
— Me llamo Peter. — Habló simpático. — ¿Y tú cómo?
— James.
De pronto, Peter volvió a subir a su cama y James lo perdió de vista por unos momentos. Continuaba mirando hacia arriba, cuando el pequeño vestido de verde bajó las escaleritas de la cucheta y acabó sentado en la cama de abajo, junto al pelinegro. Sus ojitos verdes relucían brillosos y le dedicaba una sonrisa igual al otro niño, que también intentaba sonreír. Aunque a James le parecía que Peter era un poquito extraño.
— ¿Cuándo te trajeron al orfanato? — Preguntó James quitándose la camiseta del pijama y tomando una camisa que estaba a los pies de la cama para luego colocársela.
— No me trajeron. Yo vine solo. — Contestó Peter, extrañando a James con su respuesta. — Fue anoche. ¿Y tú cuando?
— Hace años. — Contó James. — Yo no lo recuerdo porque era un bebé. Aunque a veces pienso que recuerdo la cara de mi madre, pero tal vez sea una imaginación. — Acabó su relato a la vez que prendió el último botón de su camisa. — ¿Tú tienes madre?
— No. — Respondió Peter.
James no quiso preguntar más sobre ella, porque temía a la respuesta. Tomó el gorrito verde del suelo y lo colocó en la cabecita de Peter.
— ¿Cuántos años tienes? — Preguntó luego el pelinegro.
— No lo sé. — Contestó el pequeño. — ¿Y tú?
— Seis. Pronto cumpliré siete. Bueno, o tal vez siete y algunos meses. Es que aquí, en el orfanato, festejamos la fecha en que llegamos como si fuera nuestro cumpleaños, porque la mayoría de nosotros no sabemos cuándo nacimos exactamente. Raquel, la señora que me recibió cuando llegué, dijo que parecía tener casi un año. Y ese día era un diecinueve de julio. Entonces, el diecinueve de julio del año siguiente, festejaron mi cumpleaños número dos. Y en julio de este año, cumpliré siete. — Narró con una sonrisa, mientras Peter oía atentamente. — ¿Tú sabes cuándo es tu cumpleaños?
— No.— Contestó con sinceridad el más pequeño.
— Te ves como de cuatro o cinco. Ayer fue ocho de marzo. Quizá el siguiente ocho de marzo festejen tu cumpleaños número cinco o seis. — Comentó intentando anticipar algunas cosas al recién llegado.
Las hojas eran arrancadas una a una del almanaque del orfanato y aquello que todos creyeron que pasaría no sucedió nunca: Nadie vino en busca de Peter, ni siquiera se supo que había un niño perdido en la ciudad. Tampoco supieron más datos de él. Era como si hubiera nacido aquel día en que llegó al lugar. Todos se habían encariñado mucho con el pequeño niño, que se desarrollaba y desenvolvía a la perfección con los otros chicos. Aunque solía ser siempre el más inocente, vivaracho, saltarín y principalmente infantil. Siempre jugaba con niños más pequeños que él, porque los de su edad o más grandes se aburrían con sus juegos. El único que no se separaba ni un minuto de Peter y lo seguía en todas sus ocurrencias, a pesar de ser unos dos o tres años mayor que él, era James.
Las señoras que trabajaban en el orfanato se sorprendieron de lo pronto que Peter y James establecieron una relación tan fuerte como aquella. Estaban juntos todo el tiempo. Comían juntos. Solían dormir juntos. Aparte de que estaban en la misma cucheta, a veces los encontraban en la misma cama. Y no se extrañaban tanto por Peter, porque era muy sociable con todo el mundo, sino que les parecía raro que James fuera tan apegado a él, ya que el pelinegro era más reservado y un poquito antisocial con el resto de la gente. Pero con él, todo era distinto. Porque el pequeño de esmeraldas en los ojos y hebras de oro en su cabello, tenía algo. Algo que ni James sabía lo que era, pero que le encantaba. Y hacía que su pequeño corazoncito bombeara con tantas fuerzas que parecía que en cualquier momento iba a estallar, y que iba a salpicar todo su alrededor con purpurina. Porque lo único que veía James alrededor de Peter era magia, y como la magia no se puede ver, él veía pequeños brillitos de colores que lo embriagaban.
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Peter Pan [Gay/Yaoi]
Fanfiction[TERMINADA] Todos los niños crecen, excepto uno. Peter Pan es un niño común y corriente que vive en un orfanato junto a otros niños en sus mismas condiciones. Se llaman a sí mismos Los niños perdidos. Entre ellos hay uno en particular que mantiene u...