D I A N N E

Perpetuo

Desperté. Me levanté de golpe al darme cuenta que no veía nada, todo estaba oscuro. Comencé a buscar alguna señal, contacto, mensaje, luz e incluso llegué a pensar en un holograma. Nada. Recurrí a mi brazo, no encontré nada, busqué alguna puerta y cuando me rendí escuché una voz detrás. No, no era una voz, sino un llanto. Los robots no lloran ¿cierto?, por lo tanto debía ser el humano, aún que me pareciera raro que un hombre así estuviese llorando. No me volteé, solo golpeé, pero solo sentí aire. No golpeé a nada. Busqué abajo con mucho cuidado y sentí algo gelatinoso y que paró de llorar. Comencé a intentar de calmarle y fue prendiéndose una luz de su interior. Si, una luz.
Unos ojos morados, grandes, mirando en mi dirección desde abajo. Era uno de los "intentos" de robots. Desde que estoy aquí me han enseñado que estos eran malos y no servían.

–¿H-hola?– Saluda la pequeña cosa viscosa que por cierto es azul. No le veo ningún error, nada más el tartamudeo.
–Hola, pequeño– Respondo con una voz suave, no sabía de dónde la había sacado, pero era tierno. –¿Por qué lloras?– Pregunté por curiosidad. No se me permitía ser curiosa, pero no estoy en la oficina.
–Porque no sir-sirvo y-y no me-e han d-dejado ayud-dar– Dijo con notable tristeza y tartamudeo. Su luz fue oscureciéndose. Me alarmé y busqué algo para que vuelva a prender su luz.
–No, no pequeño. Si sirves, solo debes mostrar lo que puedes hacer a...– No sabía a quién, pero me respondió de inmediato.
–E-ethan–
–... A Ethan–.
"Una respiración. Tartamudeos y gritos. Luz apagada. No más gelatina azul. Adiós, pequeño".