Pan de mediodía

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Uno de mis tacos se dobló en el camino a casa, sola bajo el amanecer que se acercaba, las cinco y quince según mi teléfono.

Soy una idiota, "no creo en el amor, no existe", ¡ah! pero cuando alguien dice que te quiere, tus dieciocho años de escepticismo mueren. Sí, Steph, eres una estúpida idiota.

Hubiera pedido las llaves de la casa a Clara, pero no importa, hasta ahora no sabía que era buena entrando por la ventana. Si, soy genial.

Desperté a las siete, gracias a mi maravilloso despertador que olvidé desactivar por la noche. Recorrí los pasillos de una casa ajena, con los pies descalzos y con una camisa que robé a mi papá al empacar. Veo cómo me queda al entrar a la habitación de los padres ausentes de Clara y salgo de puntillas con miedo de que alguien me descubra, pa-te-ti-co.

En la sala había un estéreo y yo un USB. Lástima que cuando subí al cuarto volví a quedarme dormida hasta las nueve, dos horas perdidas. Hice lo habitual; barrer, lustrar, fregar los platos, lavar los trastes, todo con acompañamiento musical. A las once tomé un vaso de leche y comí los cereales de Diego, me sentí ruda al hacerlo e imaginando la cara que pondría cuando se enterara.

Estaba sola, aburrida y cansada de la vida. Tomé un libro del estante y me senté en el sofá más cómodo. Un ruido me estremeció, justo cuando estaba a punto de sentarme. Sonó como si una puerta se cerrara fuertemente. Cambié de opinión a lo anterior y esta vez subí el volumen todo lo que pude y comencé a hacer mis pasitos chistosos, esos de mover la cadera de un lado a otro y las manos hacia arriba, claro que eso dependía de la canción que pasaba. Llegó Laura sad cuando sonó "Number one party anthem" de Artic Monkeys, y cuando llegó "Snap out of it" hice todo un desmadre.

Saltaba de izquierda a derecha, algunos pasos de disco, el paso del marcianito, movía mi cabello con el aire, giraba y caía mareada. Recordé que dejé huevo friendo en la sartén, le quité la parte quemada y me la comí. Seguí con mi baile a lo loco.

—Bailas bien, bien mal para mi gusto —las mejillas me quemaban en cuanto reconocí esa gruesa y seca voz

Pero, ¿qué hora era? Justo cuando el ambiente de "Dancing Shoes" me envolvía.

—¿Qué haces aquí? —dije lo primero que se me ocurrió

—Vivo aquí —buena respuesta, Diego, muy buena respuesta.

Una punzada de incomodidad por recordarlo, besando a una rubia desoxigenada.

—Esta bien, si Clara pregunta por mí, dile que fui —no tengo ningún lugar a donde ir— a comprar el pan —dije finalmente

—Oh, claro. Si es lo más normal salir a "comprar el pan" al mediodía —se fue por las escaleras y me fui por el pan


Perdida en AustraliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora