La buena vida

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Por fin, tras haber estado viajando horas y horas había llegado a mi destino. Armando, el taxista, me ayudó con las maletas del maletero.

-Gracias, Armando.- Le agradecí.- Ha sido un gusto conocerle.
-Para servirle, señorita Layla.- Dijo quitándose su gorra y volviendo a ponérsela para más tarde volver a entrar a su taxi y marcharse.

Armando me dejó justo donde había quedado con mi novio, Alan. Me senté en una de mis maletas esperándole y decidí enviarle un mensaje avisándole de mi llegada. Cuando iba a enviárselo, sentí cómo alguien me abrazaba por detrás. Era Alan.

-¡Alan!- Dije feliz dándole un pequeño beso.- Te iba a enviar un Whats, ¿llevas mucho esperando?
-¿Qué importa eso? No quería que mi princesa esperara.- Dijo besándome la mejilla y encargándose de mi maleta.- Tengo el coche por aquí cerca, vamos.

Le seguí hasta llegar a su coche rojo y partimos rumbo hasta la dirección de mi nuevo hogar, donde ya estarían las cajas de la mudanza.

-No me puedo creer que estés aquí, estoy muy contento.- Dijo Alan sujetando mi mano y su otra mano agarrando el volante.
-Yo también estoy muy feliz.- Suspiré mirando por la ventanilla.- Incluso estoy deseando trabajar ya.
-¿Tantas ganas tienes?- Rió.
-¡Sí! Es mi primer trabajo en el que no sirvo patatas fritas.- Bromeé.

Ambos reímos.

-¿Y qué tal la señora Adams?
-¿Mamá? Bueno, digamos que estaba feliz y triste a la vez.- Reí de nuevo.
-Es una buena mujer.
-Sí...
-Seguro está muy orgullosa de tener a una hija como tú, al igual que yo afortunado de tenerte.
-¡Ay, cállate! No seas tan cursi.- Sonreí algo ruborizada.

Cuando por fin ya habíamos llegado al apartamento, corrí a ver todas las habitaciones. Tenía un recibidor seguido de un pasillo, a la derecha estaba la cocina y a la izquierda, el salón ni muy grande ni muy pequeño. También tenía dos habitaciones al final y un baño entre éstas.

-Vaya... Es mucho más bonita de lo que imaginaba.- Dije admirando cada lugar.
-Además, es muy luminosa. Es perfecta para ti.- Añadió Alan.

Le sonreí ligeramente.

-Es hora de que me vaya a trabajar pero si quieres, me quedo contigo a ayudarte a ordenar las cosas.
-No, está bien. Tú vete tranquilo.
-¿Segura?
-Seguuura...
-Bueno, ok. Pero si necesitas algo, ya sabes, llámame.
-Lo sé, lo sé.- Decía mientras le echaba que si no, no se iba el hombre.

Me quedé apoyada en la puerta quedándose todo en silencio, aunque se podían escuchar a los pájaros. No tenía muchas ganas de ponerme a ordenar ahora, así que fui hasta el balcón a contemplar las vistas. Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta y saqué un mechero y una caja de cigarrillos pero... Antes de encender nada me puse a recordar...

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