Karissa- Lunnaris

10 3 0
                                    




Karissa se estremeció, e involuntariamente se llevó la mano al vientre. Rectificó, sin embargo, y retiró sus dedos antes de que llegaran a tocar su piel.

Hundió el rostro entre las palmas. No sabía qué iba a hacer.

El familiar crujido de la puerta la hizo reaccionar, y se encontró frente a frente con su madre.

- ¿Qué te pasa, cariño? ¿Por qué me has llamado?

Se le hizo un nudo en la garganta, y se lanzó a los brazos de la mujer sin pensarlo. Ésta se quedó algo impactada por el repentino ataque de cariño de su hija, pero respondió al abrazo con toda la ternura que le fue posible.

- Cuéntame, cielo. ¿Qué te pasa?

Los ojos llenos de lágrimas de Karissa se desviaron hacia la ventana, y su madre la notó incómoda, temerosa, insegura.

- ¿Cielo? ¿Estás bien?

Pero su hija seguía sollozando, sin pronunciar ni una sola palabra. Laura chasqueó la lengua, preocupada, y dejó que ella llorara, en silencio.

- Sea lo que sea, si no estás preparada para contármelo, lo entiendo.

La mirada de Karissa se alzó hacia ella, esperanzada.

- Sólo tienes diecisiete años, hija. Es normal que estés confundida. Si estás bien, yo también. ¿Vale?

La chica asintió.

- Por cierto, el otro día, en el cumpleaños, vi a Brian. Me pareció un tanto... silencioso, pero simpático, al fin y al cabo.

Karissa sonrió, tras las lágrimas.

- Sí, bueno... es un poco singular.

- ¿Te trata bien, hija?

Ella titubeó un instante, y Laura lo percibió claramente, pero no hizo comentarios al respecto.

- Sí.

Su madre sonrió.

- Eso está bien. Bueno, me marcho. Papá y yo vamos a ayudar a Nassya con el sofá. Ya sabes... -hizo un aspaviento con las manos- esa chica está por las nubes.

Karissa rió al oír a su madre hablar así de su hermana. Cierto, Nassya era un poco... atolondrada, pero muy responsable e inteligente. Sabía que, en cierto modo, estaba bromeando, y que era ella la que jamás alcanzaría la talla de su hermana.

- Bueno, adiós. Ten cuidado, y no le abras a nadie. Ten el móvil a mano, por si necesito que vengas. Ah, y come algo. Aunque sea un Colacao. Es que hoy has almorzado muy poco. Anda, si incluso hay yogures de esos que tanto te gustan.

Karissa sonrió al ver cómo su madre se preocupaba por ella. Desde luego, no la merecía.

- Vale, mamá.

- Y ve a dar un paseo. Estás muy paliducha, y hace buen tiempo. No está el día como para quedarse en casa, hija. Bueno, me voy, que papá me está esperando en el coche.

- Adiós.

Días después, Karissa seguía sin verse capaz de contarle su pequeño secreto a su madre. Y mucho menos, a su padre. Sobre todo, cuando Laura la mirada con ese brillo de compasión en el fondo de su ojos.

Hasta que, un sábado, se armó de valor y se reunió con ella en su habitación. Allí, sentada en la cama y con su madre en la alfombra, con las piernas cruzadas, con la mirada de una madre entregada viva en sus ojos... deseó que perdurara para siempre. Pero, por desgracia, sabía que no iba a ser así.

- Mamá, voy a contarte una cosa. Quiero que me entiendas y no te enfades, porque no depende de mí. Bueno, sí que depende de mí, pero quiero que sepas que estoy profundamente arrepentida. Y... -añadió, con un brillo de profunda tristeza latiendo en sus ojos- quiero que sepas también que lo siento. Muchísimo. Que no te merezco como madre, y que jamás me perdonaré haberte decepcionado de esta manera.

Laura la observaba, con la preocupación pintada en sus grandes ojos castaños.

- ¿Por qué, cielo? ¿Qué ocurre?

Karissa inspiró hondo.

- Mamá, estoy embarazada.

Ella se alejó mucho de su hija, aterrorizada.

- ¿Cómo?

La chica se sintió, de pronto, inhibida y violenta.

- Que voy a tener un hijo, mamá.

Laura la miró de nuevo, pero esta vez su mirada era profunda, inexpresiva e insondable.

- Vete.

- ¿Qué?

- Que te vayas de aquí. Tienes quince minutos para recoger tus cosas. Te marchas de casa.

- ¿Pero...? ¿Pero qué dices?

Pero su madre no se giró para responderle.

Quince minutos después, la chica estaba en la puerta de la casa, con una mochila colgada en la espalda y una bolsa en la mano.

- Mamá, yo... lo siento.

- No Karissa. No mereces llamarme así.

Ella la miró, y sintió una honda tristeza la llenaba por dentro cuando comprobó que no la había llamado cariño, cielo ni hija. La había llamado por su nombre. Como si fuera una extraña cualquiera. Y comprendió, entonces, que realmente lo era.

Así que se marchó de su casa, sin mirar atrás.

Vidas Cruzadas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora