Javier.

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Se despertó agitado y sudoroso, todo por culpa de otra pesadilla. Hacía más de una semana que Javier las sufría sin cesar y, para colmo siempre sobre lo mismo.
Tenía suerte de que esa mañana despertó sin saber el porque, gracias a que se le olvido a los segundos de abrir los ojos.

Cogió el móvil de su mesita de noche, mientras se incorporaba en la cama, y miró la hora. Pasaban de las doce de la mañana. Otro día que no asistía a clases.
Aunque Javier nunca había sido de los que faltaban así porque sí, hacía un mes que casi no iba a clases, o mejor dicho, que casi ni se levantaba de la cama. Todo por la misma razón. Su madre.

Rosa, la madre Javier, había sido ejemplar en todos sus años de madre, y de matrimonio, cosa que para Javi se rompió en dos minutos.

Todavía tenía en su cabeza todas y cada una de las palabras que su madre había dicho aquel 3 de abril y como había arruinado su vida en solo una frase: "Me he enamorado de otra persona y me marcho". Boom. Solo esa estupida frase consiguió arruinar su vida: su familia, sus notas, su forma de pensar... todo.

Se levanto, con gran trabajo, y fue al cuarto de baño. Ni siquiera se paro a mirarse en el espejo, así que fue directo a la ducha. Tras unos minutos bajo esta, salió para vestirse. Pantalones negros, camiseta negra y botas negras. No, él no estaba de luto, o algo parecido. Para Javier el color negro era lo que reinaba en su armario y, aunque se pudiera dudar, ya vestía de negro mucho antes de "La huída".

"La huida" era el nombre que le había puesto su mejor amigo, Carlos, al momento en el que su madre lo dejo. Porque, para otra cosa puede que no, pero para ser un gran amigo y estar ahí siempre, Carlos es el mejor.

Con el móvil en el bolsillo trasero, bajo las escaleras para encontrase con la planta baja desierta. Su padre hacía tiempo que se habría ido a trabajar y seguro que faltaba tiempo para que volviera. Néstor se había aficionado a ir a beber a un bar al salir del trabajo y Javi no lo culpaba. Había que desahogar las penas en algún sitio y él, hacía lo mismo.

Desde que Rosa se había ido, las costumbres de Javi habían cambiado. Antes, solo fumaba en fiestas y ahora una caja de cigarrillos descansaba sobre la isla de La Cocina. Se acuerda perfectamente donde la compró y que pasó luego.

Estaba harto de estar encerrado en ese fastidioso piso, solo y sin ganas de hablar con alguien. Había salido a dar una vuelta por las calles y sin darse cuenta había acabado bastante lejos.

Paró en un estanco, para comprar una cajetilla porque, que demonios, el ya tenía diecinueve años y que más le daba lo que opinara su padre, total lo único malo que podía hacerle era cortar el grifo.

Había seguido paseando por las calles de unos bloques de edificios hasta que se topó con un parque. Pensó en acercarse y estuvo a punto de hacerlo, hasta que reconoció la figura que estaba dentro de este.

Su madre. Estaba allí, jugando con una niña pequeña y sonriendo como si no acabara de romper su familia. Fue tal la rabia que le entro a Javi que pensó en ir y decirle todo lo que en su día no se había atrevido, ya que ella con la capucha y el cigarro en la boca no lo había reconocido. Luego vió como La Niña salía del parque y abrazaba a alguien y tras esta, su madre lo besaba.

No pudo hacer nada, tampoco es que quisiera ir hasta allí a romperle la nariz al tipo delante de su hija. Solo se dio la vuelta y de marcho caminando rápido, a saber donde.

Tampoco es que le doliera que su padre llegara a las tantas de la madrugada, todo lo contrario.

Le daba libertad para hacer lo que quisiera y, dios, claro que lo había hecho. Había bebido hasta caer por las escaleras. Fumado hasta que le doliera la garganta y sí, también había usado a muchas chicas esos días.

Pero ahora no pensaba en que podría tener una gran novia, porque para él todas eran lo mismo: unas traidoras.

El timbre de la puerta sonó, y el pensó que sería algún vecino entrometido y no se movió de su sitio, tirado en el sofá. Volvió a sonar varias veces, insistente. Se levantó para abrir, más por cabreo que por otra cosa.

-Joder- dijo Carlos entrando en su casa como si nada.- Ya creía que no me abrías... o que estabas dormido como siempre.

Miró la hora en el reloj del salón.

-¿Qué haces aquí,Carlos?

-¿Qué pasa?¿ya no puedo venir a verte?- Carlos bordeó la barra que formaba La Cocina estilo americana y abrió la nevera. Estaba tan acostumbrado a esa casa que incluso sabía en qué estante estaban las cervezas sin mirar.

-No, no lo digo por eso.- volvió al sofá, pero esta vez sentado.- Aún son las doce, si no recuerdo mal, tendrías que estar en clases.

Javier y Carlos habían elegido la misma universidad y también la misma carrera porque eran como dos gotas de agua. Si lo pensaban mucho llegaban a creerse almas gemelas pero, claro está, ninguno lo reconocería por miedo a dañar su hombría.

-¿Y perderme la gran fiesta que tienes aquí montada?- ironizó, abriendo los brazos en un gesto para abarcar toda la sala.-No es por joder, pero con la mala pinta que tienes, me necesitas aquí.

-No lo creo.- dijo terco. Oh, sí, una de sus mejores cualidades, ser el mayor cabezón del mundo. Javi ya rechazó la primera vez ayuda de Carlos, pero este no soportaba verlo en ese estado.

-Mírate tío.- le dijo- Incluso tienes barba, algo que tú odias.

Inconscientemente, Javi se llevó una mano a la mandíbula para comprobar si su amigo tenía razón. Por supuesto que sí. Llevaba mucho tiempo sin afeitarse y ni siquiera se había dado cuenta de que su vello facial había ido en aumento. No quería ni mirar como tenía las cejas.

-Puede que este un poco descuidado...- se quedó pensativo, sin saber cómo iba a continuar.- No necesito ayuda.

-Ya. La mía no, la de un experto. Ni siquiera tienes idea de que vas a decir. Has tocado fondo.

Javi lo pensó durante un momento y se sorprendió al darse cuenta de que Carlos tenía razón.

-¿y qué piensas hacer? - dijo apoyándose en sus rodillas.-¿Vestirte de hada madrina, sacar una varita y hacer el bibidi bodibi bup? Sólo conseguirás que me parta de la risa.

-Ni de coña me vuelvo a poner un tutú.- los dos recordaron como en los carnavales pasados habían echo el tonto, vestidos por ahí con tutus y tetas falsas. Ese mismo día se prometieron no volver a hacer caso de una idea de borrachos.
-Te voy a sacar de aquí.- se puso en pie, decidido y tiro la cerveza en la basura.- y te vas a arreglar.

-No me hace falta.- dijo con pesadez.

-¿tú te has visto?- lo levantó del sofá a la fuerza y lo llevo frente el espejo enterizo que había en la entrada.

Incluso el se sorprendió con su imagen. Parecía más mayor, con la barba, y un poco demacrado por el pelo largo y sus cejas.

-Te llevaré al barbero.-continuó Carlos.- Y de tapas. Y a comprar ropa. No sé. A hacer algo que no sea lamentarse.

Javi esbozó una sonrisa ladeada.

-Quiero ver cómo lo intentas.

-Entonces coge dinero, llaves y tú móvil. ¡Vamos rápido! No tengo todo el día. -Aunque no podía creerlo, su plan por fin había funcionado y conseguía sacas a Javi de casa para algo que no fuera fiesta, alcohol o sexo. -Mírate por última vez en ese espejo.- volvió a girarlo para mirarse otra vez en el espejo. Cada vez que lo hacía se gustaba menos. -Dile adiós al Javi deprimido, cuando vuelvas vas a estar muy diferente.- Dijo mientras cerraba la puerta de casa y se preparaban para coger el ascensor.

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⏰ Última actualización: Jan 01, 2017 ⏰

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