Un día un cuervo hambriento decide capturar con sus patas una serpiente para devorarla. La serpiente dormía, pero una vez despierta, al verse intimidada, muerde al cuervo, inyectando su mortal veneno. El ave se lamenta por haber caído en tal desgracia y reflexiona: "Antes de querer poseer algún bien, primero hay que valorar si su costo vale la pena".
Fábula del cuervo y la serpiente
Miré el retablo escondido al fondo de la imponente construcción. Las amarillentas luces de artificio, desgastadas por la humedad en la que se criaron, manchaban el paisaje en vez de iluminarlo. Esforcé la viste y conseguí divisar una figura irregular, enigmática, robustecida entre el marmolado umbral que la cuidaba. Me resultó llamativo el hecho de que no estuvieran sus manos sumidas en una postura de dialogo celestial. Esta vez, contra toda norma, sostenía, ni más ni menos, que un libro. Me pregunté por la razón de aquel enorme detalle y resolví, en primera instancia, que no debería siquiera pensar en cosas por las cuales me podrían castigar. Pero, a pesar de ello e incluso horas después de abandonar el recinto, la terca curiosidad resultó incansable.- ¿Encontraste lo que buscabas?
- No. Me entretuve mirando otras cosas. ¿Sabías que antes había figuras distintas a las que conocemos?
- ¿Figuras?
- Me refiero a estatuas. Dentro hay una con un libro en las manos. Me recordó un tanto al Perseo de Cellini por esa representación del bien figurada ya no en la mano del héroe griego sosteniendo la cabeza del monstruo, sino en la de un santo, de apariencia semejante a la nuestra, alzando la sabiduría.
- Oí de un culto que ocupaba imágenes parecidas. Lo llamaban la resistencia del último sabio. Mi madre habló sobre eso. Pero ya debe haber sido descubierto. A los interceptores no se les va una.
- Quizá esta fue una de sus ubicaciones.
- Yo no entiendo el afán de leer. Con lo que nos hacen leer en el claustro ya es suficiente. No me dan ni ganas de llegar a casa y volver a hacerlo.
- Hubo un tiempo, Iván, en donde las cosas eran distintas a como las conoces.
Iván era diez años más joven que yo. Había crecido junto a la formación que se entregaba después del golpe y vagos recuerdos tenía de su pasado escolar. De eso también se encargaron los nuevos gobernantes. De que olvidáramos todos los rastros de pasado que pudiésemos reconstruir.
En la escuela, que ahora llamaban claustro, los niños aprendían a no aprender nada. Sus pequeñas mentes eran rellenadas con disciplina y conducta. Les inventaban un mundo donde deberían luego comportarse. Quizá ese era el significado de las máscaras. La careta dispuesta para el trabajo sobre un gran y normado teatro. Aunque pensándolo bien, antes también hacíamos lo mismo. Como si hubiésemos preparado el escenario para la puesta en marcha de algo peor.
Pero el chico no era un soldado. En paralelo recibía la educación alternativa que su madre y yo podíamos transmitir. Además, su espíritu correcto lo obligaba a ser fiel, primero, con sus cercanos.
A veces Iván mencionaba un estante lleno de libros con encuadernado antiguo que tenían en su anterior casa. No retuvo los títulos, pero si las historias que cada noche su madre, cansada y antes de dormirse a su lado, le leía a pestañazos. Gustaba leerle fábulas. Esos pequeños relatos que nos ayudaban a recordar las máximas morales de la época.
- Como cuando mi madre me leía.
- Eso y más. Algún día, quizá, puedas volver a hacerlo por tu cuenta.
Siempre me acompañaba en mis andanzas. Su madre, por otra parte, no gustaba que Iván se reuniera conmigo. De todos modos el chico se escabullía entre sus brazos carcelarios e iniciaba la caminata hacía lugares de los que siempre había oído, aunque nunca del modo como yo se los relataba. Ella siempre lo observaba desde lejos y cuando al fin llegaba a mi lado, ella me miraba, nos miraba, como advirtiendo algo maligno entre sus dientes. Éramos amigos desde hace tanto tiempo, que no desconfiaba de que fuera a confesar mis aires de rebeldía. De todos modos, ser un rebelde solitario era insignificante, decía ella, pues, tal cual ese día en el palacio de gobierno, nos había quedado claro que el número lo era todo. Lo que no consideraba esa tesis, era que el número sin la convicción necesaria para mantenerlo unido, volvía a ser sólo un número.
Ese día, salimos de madrugada. Iván sólo sabía que yo andaba en busca de algo. El algo sobre el que averiguaba, no le resultaba importante. Quizá imaginaba que pretendía algún tesoro o cosas que intercambiar por monedas en el mercado. Para su desilusión, no era así.
Llegamos dos horas más tarde a las puertas de un santuario abandonado. Había oído días antes que en ese lugar quedó un número importante de textos sepultados bajo los escombros que cayeron luego de los enfrentamientos entre los enmascarados y el gentío opositor. El rumor decía que el cura de esa iglesia, había muerto protegiendo una biblioteca de libros "sagrados". Quería, entonces, despejar la duda.
La historia del sacerdote me parecía excepcional. Nació en el seno de una familia con abundante economía, pero a los diez años quedó huérfano, siendo adoptado por su tío materno quien trabajaba como catedrático para la iglesia. De ahí su formación como párroco. Estudió gran parte de todo lo que podía estudiar: matemática, astronomía, medicina, filosofía, literatura y derecho. Su espíritu curioso no paraba de proponerse nuevas metas académicas. Eso, hasta que llegó el día de partir. Debió imaginar esos escombros como si la inquisición sepultara sus descubrimientos. Por eso los protegió tanto, incluso con la vida.
Le pedí a Iván que usara ese uniforme descolorido de la escuela. De ese modo, caminando a su lado, pasaría como su padre y podría argumentar, ante alguna detención rutinaria, que nos dirigíamos al claustro 32, lugar donde los jovenes eran entrenados para las evaluaciones militares. El chico tenía un físico apropiado para que esos soldados con capucha se terminaran por convencer. Además, la dirección era la misma. El terreno en ruinas era empleado por los aspirantes en pruebas de tiro.
Llegamos sin mayores inconvenientes. Los guardias nos advirtieron que los disparos de entrenamiento comenzarían en una hora más. Nuestro horario de retirada debía ser anterior. Teníamos que cumplir con ello. No quería que Iván terminara mal herido producto de mis imprudencias. Mal que mal, él y su madre, eran de las pocas personas en quien podía depositar mi confianza y gratitud.
- Espérame fuera y grita cuando las pruebas estén por iniciarse.
Ya casi ni había puerta. El tiempo había envejecido la estructura a niveles en los que llegaba a parecer más un mausoleo que un templo de virtudes. Entré con paciencia por un espacio que abundaba en musgo y algunas florecillas verdes colgantes. Eso me advirtió que, de encontrar los textos, quizá estarían humedecidos, destruidos. El agua suele ser el peor tratamiento para la conservación del papel.
Mientras más pasos daba, más humedad aparecía. Era como un nuevo entorno. La naturaleza dominando los débiles espacios por donde transitó el hombre.
De lejos divisé el elevado lugar donde se ejecutaban las oraciones. Si la historia era cierta, ahí debía estar el bien que buscaba. Al llegar, no encontré más que escombros y basura. Fragmentos de la iglesia que ya ni se reconocían. Cansado, me recosté en la escalerilla de concreto que conducía al altar.
- ¡Martín! ¡Martín! Estamos en la hora. – escuché desde fuera. Era la voz de Iván que me invocaba a salir pronto de las viejas instalaciones.
Me puse de pie, pero, al hacerlo, mi mirada se concentró en unas hendeduras que, producto del extremo deterioro del lugar, se habían dilatado dejando ver un poco más. Era visible un pedazo curtido de algo que parecía un pergamino en el fondo. Lástima que no hubiese más tiempo para seguir escudriñando.
- ¡Martín! Ya no puedes aguardar más ahí dentro.
Apresurado, seguí la voz que me exclamaba. Fue en este expeditivo trayecto donde encontré la efigie ubicada en el sagrario del bastimento. Un augurio extraño me decía, que no sería la última vez que la vería.
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HASTA QUE LAS HOJAS NO ARDAN
Ficción GeneralEl mundo es siempre un lugar desconocido y los margenes con los que la libertad esconde aquello para lo que no somos libres, lo hace aún más oscuro. Un día especial, en una ciudad cualquiera, se da inicio al proceso en donde aquella oscuridad sale a...