Sept.

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    — Audrey, ¿estás aquí?

Definitivamente es voz no era de Alexei porque mientras la del chico Crawford era ronca, varonil, y seductora. La voz que interrumpía mi tragedia era suave, calmada, y sonaba como un chico, no como un hombre exactamente. 

Y yo conocía al dueño de esa tierna voz.

    — Santiago, estoy por aquí— respondí en un susurro. 

    — Gracias a dios que te encuentro. El chico con el arete, ese que te molesta, fue a buscarme a clases, me dijo lo que te había pasado. Afortunadamente llevo siendo tu amigo durante más tiempo que las visitas de Andrés. 

Reí un poco por las estupideces de Santiago, porque aunque piensen que eso fue para hacerme reír, lo decía muy en serio. Ese tipo de cosas era el 'ser cursi' para él. 

    — Vengo preparado—   continuó— ya deberías saber que siempre cargo con un par de toallas femeninas para ti...o para Sam, pero esa perra loca me da miedo normalmente, no pensaría en acercarme a ella menos cuando esta en sus días— fingió un escalofrió. 

Luego de eso noté como me pasaba por debajo de la puerta del cubículo, un pequeño sobre en el que venía la toalla. Ese sobre era bastante discreto, EN PUTO COLOR ROSA FOSFORESCENTE. Razón por la que las chicas teníamos que traerlo bastante escondidos en la mochila. 

  — Ah, por cierto. Alexander dijo que le regresaras su camisa después de lavarla. No es por avivar la llama de tu ira, pero dijo que por favor la lavaras bien pues no quería rastros de tus sucia sangre. Sus palabras, no mías. 

  — Es Alexei—  contesté apenada. 

¿Quien demonios se creía para decir esas cosas? Ok. A mi también me daría un poco de asco, pero nunca mandaría a que dijeran eso.  

Sentía que mi estomago ardía de coraje. No le daría el gusto de perderme por el, por sus palabras. Pero me pagaría muy caro esta humillación. 

Después de arreglar un poco el desastre que mi naturaleza femenina había causado. Salí del cubículo para encontrarme con Santiago sentado en la barra de los lavamanos. 

  — Te reporté enferma en coordinación. Déjame llevarte a casa. 

  — ¿No tendrás ningún problema con los maestros? 

— ¿Que va?  Ya sabes que soy el consentido de todos aquí por el puesto de mi mamá. — sonrió como si aquello fuera realmente gracioso.

— Sí, mamá que por cierto me odia por algún extraño motivo.  

  — Anda, déjame llevarte a casa por esta vez — exclamó a la vez que se acercaba a mi y tomaba mis manos dándoles un ligero apretón.



Después de bajarme del coche de Santiago y despedirme de el agitando mi mano. Procedí a buscar las llaves de la casa, pensé que las había olvidado después de buscar 3 veces en mi mochila. Pero me di cuenta que en realidad las tenia en otro bolsillo. 

Metí la llave indicada en la cerradura pero al querer girarla se atoró. Jalé del llavero de perrito en el que estaban enganchadas las llaves pero estas no se movían. 

  — ¡¿Qué más quieres de mi dios?! — grité como loca frente a la puerta de mi casa. 

Frente a la puerta de mi casa que de pronto se abrió con un chirrido, señal clara de que le faltaba aceite. Y de que al parecer había alguien en casa.

Ahí estaba una señora  de aproximadamente 60 años, el poco cabello castaño que tenia le llegaba por los hombros, y ademas estaba ondulado  y recogido perfectamente. Era baja, me llegaba a la altura del hombro - y con mi 1.65 metros no creo que ella pasara del 1.50- era un poco regordeta y sus ojos me estaban observando atentamente. Esa señora también era conocida como la abuela Bellerose.



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⏰ Última actualización: Sep 19, 2016 ⏰

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