Fiesta de graduación

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Ding-Dong. Ding-dong.


Eran las ocho en punto, ni un minuto más, ni uno menos. Jacobo acababa de aparcar su automóvil al frente de la entrada principal de la casa de Beth y justo en ese preciso instante, aguardaba a que su padre la abriera la puerta para recoger a su cita. Jacobo siempre era puntual, quizá por eso era su pareja esa noche, además porque sabía que no era capaz de quitarle mal.

-¡Beth, querida, Jacobo está aquí! -anunció su madre desde las escaleras, sin saber que aquel comentario tan solo alteraría los nervios de su hija.

Era la primera vez, en sus dieciocho años de existencia y en más de doce años de educación escolar, en que asistiría a un baile, pero no cualquiera, sino el de graduación. ¿Era perdonable que se sintiera nerviosa, cierto? Muchas otras chicas lo estarían también, pero ¿por qué debía sentirse tan mal?

Se acercó dudosa al antiguo espejo de su habitación. Mordió levemente su labio inferior y cerró sus ojos de golpe con la intención de no verse a sí misma por el reflejo del cristal hasta que estuviera mentalmente lista. Estaba nerviosa, demasiado quizá. Pero cómo no estarlo si durante los últimos doce meses de su vida, había invertido su tiempo haciendo dietas, acudiendo al gimnasio, en citas con el dentista, sesiones en salones de belleza y buscando la manera de ser hermosa cuando ante sus ciegos ojos era un terror.

Temblaba del pánico, ese extraño temor que crecía por sus vértebras al tener que aceptar la verdad que ella nunca será bella como lo desea; que no será como esas envidiables mujeres de las revistas y las pasarelas; que nunca será como las escuálidas chicas de su escuela de las que cualquier muchacho caía rendido; que no sería como sus hermanas: el orgullo de la familia. Reinas de belleza, todas primer lugar.

Tenía miedo porque no estaba lista para volver a creer en cuentos baratos que los niños escuchan, con falsas promesas que su ingenuo corazón pudo creer una vez. Tenía miedo, a fin de cuentas, de ser ella misma.

Respiró hondo y al contar hasta tres en voz alta, se dignó a abrir sus ojos. Vio a una alta muchacha, con hermosos cabellos dorados hasta la espalda, ondulados por las puntas y sobre todo, brillantes; preciosos ojos esmeralda y carnosos labios rojos adornando el finísimo vestido de satén turquesa acompañado con tacones de quince centímetros, además de los accesorios de plata. Era una belleza. Todo ese conjunto, toda ella era una belleza.

Merecía ser llamada una diosa si es posible. A penas si podía creer que era ella misma a la que vía por el reflejo. Sonrió e hizo unos movimientos frente al espejo, solo para comprobar de nuevo que sí se tratara de su persona. ¿Cómo era posible que se haya convertido en ella? ¿Desde cuando era hermosa?

Giró su cuerpo con rapidez al escuchar un segundo llamado, esta vez de su padre. Sabía que era el momento, no podía hacerlos esperar por siempre. Así que, tomó sus cosas, despojó a sus miedos y se encaminó al recibidor de visitas.

Su corazón casi volcó al ver a su familia en la entrada, todos tan ansiosos por verla, algunos listos con sus teléfonos celulares para captar fotografías del momento, otros simplemente con rostros de sorpresa por lo que venían sus ojos.

La emoción les duró alrededor de cinco minutos más y cuando por fin pudieron desprenderse de la familia, Beth y Jacobo partieron hacia la fiesta. Iban a robar cientos de miradas, de seguro, sería la mejor noche de sus vidas; pero, por algún motivo, Beth empezó a sentir que no sería así, que de seguro era una mala idea, que de pronto, ya no estaba tan feliz.

Ni el alto volumen de la música o las bebidas con alcohol del minibar le permitieron poner los pies sobre la tierra. Era su momento, ella ya estaba allí. Ya había demostrado lo que siempre quiso su corazón, pero no estaba satisfecha. Se sentía decepcionada y eso hacía que olvidara todo lo que sucedía a su alrededor. Por mucho tiempo ella luchó por ser aceptada y justo ahí, cuando ya lo era, se había dado cuenta de todo el sacrificio que tuvo que hacer para serlo.

Tuvo que dejar de ser quien era para que los demás la tomaran en cuenta. Tuvo que ponerse una máscara para esconder su verdadera identidad porque tenía la necesidad de encontrar el aprecio. Pero en el trayecto olvidó que el único aprecio que importa es el de uno mismo.

-¿Pero por qué la chica más bella de todo el baile no está feliz?- interrumpió Jacobo a sus pensamientos cuando vislumbró la preocupación en su rostro. -Eres el centro de atención, deberías disfrutarlo.

Oh, claro que debía disfrutarlo, si fuera tan solo ella misma. Si en lugar de los lentes de contacto azules, pudiera lucir sus ojos avellana, si tuviera cabellera corta y castaña en vez de imitar a un rubio que no le gustaba cómo le quedaba.

-Es porque no me siento como yo misma. Nunca me habían prestado tanta atención.

-¿Acaso no era eso lo que querías? ¿Que te prestaran atención?

-No, no era eso. Tan solo quería sentirme bonita y que los demás también vieran eso en mí. De otra forma, no hubieses accedido a venir conmigo.

-Beth, pero ese es otro problema. Siempre has sido bonita, las lentillas o al maquillaje no te hacen más o menos atractiva, sino cómo tú te sientes al respecto. Yo hubiese venido a la fiesta sin importar qué hubieses escogido usar. Tu belleza está en quién eres, qué haces y cómo te sientes, no solo en cómo te ves. Una cara bonita envejece, el resto no.

-Pero tus amigos nunca le dirían linda a una chica como yo.

-¿Y qué importan mis amigos? Ellos son libres de escoger a quien les guste, pero eso no debería definirte.

-¿Crees que no debí maquillarme tanto entonces? Digo, si ya me mirabas bonita antes, entonces...

-Es que no importa cómo te vea yo, sino cómo sientes tú. ¿Has prestado atención de lo que te dije siquiera? Usa lo que te haga feliz.

Justo ahí supo cuán equivocada había estado todo ese tiempo. Estaba dejando ir a la que debía ser su gran noche, por algo que no valía la pena. Así que, dio un profundo respiro y en vez de seguir charlando, invitó a Jacob a bailar. Después de todo, el tenía razón, importaba que fuera feliz y justo ahí, bajo los reflectores y su canción favorita de fondo, lo era.

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Inchiostro nero |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora