01 - La llegada a la parroquia.

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"Las alas del demonio".

Capítulo 1 – "La llegada a la parroquia".

Un aire pesado y frío helaba todo lo que estaba a su paso mientras el hombre vestido de sotana caminaba por las estrechas calles de la ciudad que le vio nacer. Podía recordar que sin importar cuantos años pasaran en aquellas épocas el clima azotaba sin piedad acabando con la luz que hacía brillar los caminos, destruía las cosechas y e incluso arrebataba las vidas de aquellos individuos que no tenían las formas de calentar su hogar. El frío podía ser terrorífico e inquietante.

Mientras regresaba a su parroquia con una bolsa de papel llena de pan, pudo ver el cuerpo de uno de los muchos indigentes que deambulaban a falta de un techo y abrigo. El hombre de cabello azabache se arrodillo ante aquél cuerpo acercando su mano hacia donde la nariz de éste se encontraba. No había respiración.

Una vez que determinó que no había más vida en ese cuerpo, desabrochó el cuello de la camisa del difunto buscando algo con cuidado de no tocar la piel fría. Había la posibilidad de que no muriera debido al frío, sino a una enfermedad del señor de las tinieblas. Lo encontró. Aquella cruz de cuentas que todo creyente debía llevar alrededor del cuello y que demostraba la fe incluso en la adversidad. Ahora que lo sabía podía actuar.

Tuvo que aplastar entre sus brazos la bolsa de pan para poder sujetar su propia cruz entre ambas manos. Agachó la cabeza y comenzó unas plegarias.

- Oh, Dios todopoderoso, por la muerte de Jesucristo, tu hijo, destruiste nuestra muerte; por su reposo en el sepulcro santificaste las sepulturas y por su gloriosa resurrección nos restituiste la vida a la inmortalidad. Escucha mi oración por aquél que murió en Cristo y anhela la feliz esperanza de la resurrección. Concede, señor de vivos y muertos, a aquél que en la tierra te conoció por la fe, y ahora podrá alabarte sin fin en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. –Rezó mientras apretaba aquél crucifijo y al terminar lo soltó.

Terminado aquél acto de "salvación", como era llamado por sus santidades de la parroquia, se había conseguido parar del suelo mientras con su mano libre sacudía la nieve que tenía en la parte baja de su sotana.

Levantó una pierna para pasar por encima de aquél cadáver congelado de algún creyente sin nombre que jamás podría aspirar a más que a terminar en una fosa común y siguió su camino. Debido al tiempo que había demorado, el pan se había enfriado y sintió un poco de tristeza pues quería que todos en la parroquia disfrutaran de aquél pan caliente recién horneado. Aunque igual sabía que no podía hacer mucho pues comenzaba descender la temperatura. Tendría que bastar con recalentar el pan en el horno de piedra. Ya conseguiría permiso de las hermanas para calentarlo mientras preparaban el café con leche para la cena.

Las campanas de la parroquia comenzaron a sonar cuando ya se encontraba a pocos metros de ésta. El sacerdote se preguntó qué estaría pasando, cuando vio que varios carruajes se aproximaban a lo lejos. Subió los escalones de la parroquia disponiéndose a entrar y averiguar un poco más de aquél extraño suceso.

Antes de siquiera terminar de subir las escaleras, las enormes puertas de cedro grabadas con hermosos tallados de escudos y flores se abrieron. Varios sacerdotes y curas salieron dejando un espacio en medio por el cual el párroco principal había salido.

- Oh, joven Karamatsu. Has regresado a tiempo. Deja el pan con las hermanas y reúnete en la sala de purificación. –Habló el obispo con un tono agradable que despedía amabilidad y experiencia.

- Sí, su santidad. –Dijo haciendo una pequeña reverencia y se aproximó al interior de su querido hogar, aquella parroquia destinada a limpiar el pecado de aquella ciudad.

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