Capítulo uno.

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Cuando me despierto, encuentro a Teddy del otro lado de la habitación observándome y con una gran sonrisa. Deslizo los pies por aquellos fríos sectores de mi cama y suspiro, volviendo a cerrar los ojos. Necesito cinco minutos más, solo cinco minutos más...

Mi brazo derecho se alza por sobre las frazadas y coge el móvil que había estado sonando minutos atrás. Aquella molestosa alarma que ya me cansó..., probablemente la cambie por la tarde. Una canción de Nirvana no me vendría mal, así me despierto con más energía. O quizás una de los backstreet boys..., no, con esas seguiría durmiendo. Tendré que buscar una mejor opción.
Deslizo la yema de mi dedo pulgar por la pantalla touch de éste, para así poner la clave y desbloquear el mismo. Son las 8:15. Otra vez atrasada. No, no, no.

— ¿¡Papá?!

Alzo la voz, mientras me bajo de la cama y busco con la mirada el otro bototo. Mis manos con torpeza ponen en mi pie uno, y sigo sin obtener una repuesta. ¿Se habrá quedado papá dormido también?
Como si fuese cojeando me dirijo al armario; caminar con un pie descalzo se me complica. Y entonces lo abro, para así posteriormente coger un vestido color durazno y una chaqueta café, que tiene el mismo color de los bototos. Bueno, del bototo. Rápidamente me meto dentro del vestido, mientras con la mirada busco al desaparecido, puesto que mis manos se ocupan de mi molesto cabello, creando una coleta con una cinta negra. ''Allí está'', dice mi subconsciente en el momento que mis ojos captan un cordón rojizo. Recuerdo que los cordones originales era de color café, al igual que los bototos, pero a papá no le gustaban y a mí tampoco. Fue así que me compró unos de color rojizo. Papá y yo siempre hemos tenido los mismos gustos, tanto en objetos como hobbies. Papá es mi mejor amigo y es también lo único que tengo en este pequeño mundo.

— ¿Amanda?

La voz de papá interrumpe mis pensamientos que me habían hecho viajar al pasado y suspiro, cogiendo el bototo.

— ¡Ya voy!

Respondo y deslizo mi pie por el zapato, para así posteriormente atar los cordones. Rápidamente abro la blanca puerta que tengo delante de mí y veo a papá.

— ¿Voy muy tarde?

Le pregunto y su mueca me da la respuesta sin necesidad de que sus labios lo hagan. Suspiro pesado y se hunde de hombros.

— No lo sé. —responde por fin— Supongo. Me levanté tarde también, anoche me quedé hasta tarde arreglando el mueble de abajo. Le di una nueva capa de barniz.

— Ya le hacía falta. —se echa a reír conmigo— Ya me voy, anoche me quedé leyendo hasta tarde también. Amo demasiado la lectura, pero creo que por culpa de ella perderé el trabajo.

Bromeo y su ceño se frunce.

— La lectura no tiene la culpa. La culpa es tuya que últimamente has estado pasando por sobre el horario que tienes.

— Lo sé, papá..., y ya me voy. Espérame con los platos y servicios puestos porque te traeré alguna sorpresita.

Él sonríe y asiente con la cabeza. Dejo un pequeño beso sobre su mejilla y con rapidez bajo las escaleras de madera que crujen en cuanto lo hago. Abro la puerta y la cierro a mis espaldas, para así luego dirigir mis pasos a mi auto, y poner en mi boca un caramelo de menta. Salir tan rápido provocó que no pudiese ni lavarme la cara hoy.
Introduzco la llave por la manilla del Ford Capri, y luego se posa mi mano sobre la misma para así abrir la puerta y deslizarme en el asiento. En cuanto cierro, mi mano izquierda coge el manubrio y luego que la derecha se mueve sobre la palanca, se incorpora con la izquierda para así mover el auto hacia el centro de la camino. Mi pie presiona el acelerador y así empiezo a moverme por las calles de la ciudad.

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