Estoy en el edificio, y tengo una mezcla entre rabia y nerviosismo. Las puertas del elevador se separan y puedo ver la gran sala que se presenta por delante. Suspiro y salgo, para así dar largos pasos con mis delgadas piernas que atraviesan el campo de guerra que me lleva a la batalla final. Después de esto no volveré a ver a Ferrer, más me conseguiré un trabajo bien alejado de éste y triunfaré.
En cuanto me encuentro delante de la puerta de la oficina del señor Johnson, golpeo tres veces con mi mano convertida en puño. A mis espaldas se oyen los gritos de Elizabeth, diciéndome que el jefe está ocupado. ¿Y eso a mí qué me importa? Como si tuviese que pedirle permiso a ella para poder hablar con él. Esta empresa y yo no tenemos nada que nos una. Intento calmar mis ganas de voltear y cogerle de las mechas, únicamente porque a pesar de que me hayan despedido, sigo teniéndole respeto al hombre que me tuvo con trabajo todo este tiempo. Venga, Johnson, abra rápido que no quiero toparme con el otro idiota de Ferrer. Suspiro profundo y alzo la mirada, y entonces me topo con una sorpresa increíble. Aquella placa que antes tenía grabado el nombre de el señor Johnson, ahora tiene escrito Nathaniel Ferrer, jefe. Esperen, ¿qué? ¿Ferrer el jefe? Abro mis ojos como si fuesen unos verdaderos platos y en cuanto me dispongo a correr y arrancar de ahí, la puerta se abre. Es él otra vez. Es él y probablemente se ría una vez más en mi cara.
— Adelante, Amanda.
Su voz interrumpe mis pensamientos y me encuentro con su fría e impenetrable mirada. Hay algo de misterio en ella y supongo que me gusta. Su lengua relame su labio inferior y mis ojos se mantienen atentos en ello. No, no, no. Pero qué porquerías estoy pensando, qué idioteces están pasando por mi cabeza de pollo. Quiero negar con la cabeza y decirle que me entregue mis pertenencias, pero quiero parecer una señorita para él. No, no parecer. Señorita ya soy. Atravieso la mampara que separa su oficina de la gran sala y noto que hay un cambio. Negro y grises me rodean y siento escalofríos. En cuanto avanzo veo de pronto sobre el escritorio una imagen de cuatro pequeños enmarcados, dos pequeñas y dos pequeños. Son unos hermosos pequeños. Esbozo una media sonrisa.
— Siéntese.
— ¿Qué? —Le pregunto.— No gracias, vengo por mis papeles.
— ¿Dónde estaba?
— ¿Qué? —Repito. ¿Y este quién se cree?— No es de su incumbencia.
Respondo respetuosamente. Porque eso soy, una señorita respetuosa.
— Anda con la misma ropa de ayer.
Siento que mis mejillas empiezan a arder pero no sé si es por la rabia que se apodera de mí o porque siento vergüenza de andar sucia.
— Mis cosas.
Repito y desvío la mirada. No quiero mirarlo más. En serio quería quedarme con la linda imagen que tenía de él hace unas horas atrás. De pronto toma asiento en su silla, que por cierto parece ser demasiado cómoda, probablemente más que en la que estoy sentada yo. Quiero calmarme pero no puedo; él me saca de mis casillas.
— ¿No piensa entregármelas?
Él se queda en silencio. Perfecto, ahora está mudo. Los ratones le comieron la lengua. Busco sus ojos y me encuentro con su mirada sobre mí. Se mantiene en silencio. Así se ve más bonito, callado.
— Perfecto. — Me levanto de la silla.
— Siéntate.
Dice en tono dominante y le ignoro, más volteo rumbo a la puerta. Estoy dispuesta a salir de allí. En cuanto mi mano se posa sobre la manilla de la puerta, siento una fuerte y gran mano sobre mi brazo izquierdo. Intento zafarme de aquel agarre y siento que mi espalda golpea la puerta.
— Dije que te sentaras.
Está serio, pero no enojado. Relamo mis labios y suspiro mirándole. No voy a quedarme callada.
— Entrégueme mis papeles y permítame salir. No volveré a aparecerme en s...
Entonces tocan la puerta. Son muchos golpes leves a la vez. Mi salvación. Logro apartarme de sus brazos y espero detrás de él, mientras abre la puerta, por la cual posteriormente entran niños con globos inflados con helio. Los niños del cuadro, aunque falta uno; el bebé. En cuanto me ven, una parejita se acerca a mí rápidamente e invaden con preguntas.
— ¿Eres la novia de papá? —Pregunta una pequeña castaña.
— ¿Hace cuánto están saliendo? —Pregunta el pequeño.
No puedo responder, más solamente niego con la cabeza. Miro a Ferrer quien me mira risueño y frunzo el ceño. Me notó nerviosa y está otra vez riéndose de mí.
— Niños, denme un segundo.
Ellos obedecen como si fuesen unos soldaditos al igual que la pequeña de cabellera rubia que se escondía detrás de él. Ella parece ser mayor que los demás, pero aún así es más tímida que ellos. Él cierrala puerta y me mira.
— Lo siento, son alg...
— No pida disculpas. —le interrumpo.— Ahora, ¿podría darme mis malditas pertenencias? —en cuanto quiere responder, continúo.— No, déjeme hablar. Estoy cansada de que siempre esté riéndose de mí, ¿Qué es lo que tanto le hace reír? ¿Mi desgracia? Es usted un poco hombre, sí, eso es lo que es. De seguro fue usted quien pidió que me despidiesen de este lugar. Claro está, el señor Johnson nunca lo habría hecho. ¡Usted fue! Desde aquel día que nos conocimos en el estacionamiento usted se rió de mí y no le importó que estuviese delante de usted. Pero venga, continúe riéndose de mí. Continú...
Y entonces siento unos cálidos labios sobre los míos. ¿Qué?
No tengo tiempo de negar, más mis labios como si hubiesen estado esperando siempre este momento, corresponden aquel beso. Mis boca se entreabre y deja que su lengua se deslice por entremedio de mis labios, para así encontrar la mía y jugar con ella. Sus manos cogen mi rostro, pero las palmas se posan sobre su pecho y le empujan. Me mira y relame sus labios, mientras una sonrisa maliciosa aparece sobre los mismos. Está riéndose una vez más de mí. Abro rápidamente la puerta y atravieso otra vez la mampara para así llegar al elevador y desaparecer de su vista.
Una vez abajo me dirigo rápidamente a la calle, y siento pasos detrás de mí. Volteo pero no hay nadie, joder. Un escalofrío recorre mi cuerpo. A medida que sigo caminando, veo un callejón y me adentro en éste. Está medio oscuro, por lo tanto si alguien está siguiéndome, sólo me escondo y le doy con una botella en la cabeza. El golpe no sería tan duro como para matarlo así que sólo saldría corriendo. Suspiro y veo en la muralla del fondo una sombra que es la mía y la de otro sujeto. Es robusto y alto. Mis pasos aceleran su velocidad y me escondo al lado de un gigante bote de basura. Para mi desgracia, una vez más, no está lo que necesito; una botella. Las bolsas llenas de inmundicias me rodean. Una vez más quiero llorar, llegar a casa y echarme en mi cama a llorar. Unos fuertes brazos me rodean y huelo otra vez ese perfume al que ya empiezo a acostumbrarme. Es Nathaniel, y está consolándome.

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Unexpected.
RomanceAmanda tenía una vida como cualquier otra mujer en la tierra. Tenía un trabajo normal, una casa normal, un sueldo decente y un padre que cuidaba de ella, a pesar de ser ya adulta. Pero su vida tuvo un cambio drástico en el momento que a John, su pad...