Papá está en urgencias. Luego de haber gritado y haber pedido más y más auxilio, llegó por fin un vecino y me ayudó a sacar el cuerpo inmóvil de mi padre. Siento que mis ojos están resecos y que necesitan ser lubricados, supongo que es por aquellas lágrimas que dejé escapar. Siento también un nudo en mi garganta demasiado grande que me asfixia y no me deja siquiera hablar. Tengo miedo. Miedo de quedarme sola. Miedo de perder a la única persona más importante en mi vida. Mi todo, mi padre. Jamás me cansaré de recordar o decir cuánto le amo, puesto que estoy demasiado agradecida con él y con lo que me ha dado a lo largo de mi vida. Ha sido él mi soporte, siempre lo ha sido él y sólo él. Cuando yo era pequeña perdí a mi madre que sufría de leucemia. Recuerdo con gran dificultad nuestro últimos momentos juntas, pero los recuerdo y eso me hace feliz también, porque sé que en algún momento estuvimos juntas y me quería, al igual que papá. Su nombre era Anna, pero papá solía llamarle Anny por cariño. Cuando ella falleció era joven aún, y recuerdo que su primer síntoma fue una tos crónica. No paraba de toser, cocinaba y tosía, intentaba dormir y tosía. Los recuerdos son bastante borrosos, para decir verdad, pero intento mantenerlos allí, incluso los más pequeños..., no quiero olvidar su rostro jamás.
Días más tarde decidió visitar por fin un doctor, ya que los síntomas de esta enfermedad continuaban y cada vez eran más graves; tos, fiebre, desmayos, y manchas, muchas manchas en su piel, las cuales descubrió más tarde que se llamaban petequias. Cuando papá se enteró de lo que sucedía con su mujer, mi madre, movió cielo, mar y tierra, buscando un profesional que le ayudara y pudiese así salvarle. Pero sus intentos fueron fallidos. Un día 23 de Diciembre, durante las vísperas navideñas, Annabeth Seyfried una mujer de 30 años fallece y deja viudo a un hombre de 32, con su pequeña hija Amanda de tan sólo nueve años. Con tan sólo nueve años y ella partió, destrozando a su vez dos corazones que con gemidos y lágrimas se aferraban a sus pies.
Siempre deseé que papá conociera a alguien, se enamorara y fuese feliz. Yo encantada habría recibido a una mujer en casa, sólo con la condición de que nos amara e hiciese felices, pero sobretodo a él. Pero nunca llegó ni conocí a nadie más que a una niñera que cuidó de mí un par de meses mientras papá intentaba retomar su vida laboral. Lo consiguió, y aquello me alegró. Luego de la muerte de mamá, había pasado días encerrado en su habitación, y vivíamos sólo de sus ahorros que no eran la gran cosa pero que sí ayudaban mucho.
Hoy entiendo que nunca tuvo a otra mujer porque él sólo tenía ojos para ella, para Anna, mi madre. Seguía enamorado de ella, a pesar que no le acompañase en carne, más él entendió con el paso del tiempo que ella nos cuidaba desde el cielo. Y obviamente me lo hizo entender a mí también.En aquellos tiempos lo normal era que cada pequeño escuchara a sus padres leerle un cuento o contarles una anécdota, pero aquí en casa era diferente. Él cada noche me hablaba de cuán hermosa era mamá, y de cuánto me amaba y anhelaba que aquellos lentos nueve meses de embarazo pasaran tan rápido como un parpadear de ojos. Que anhelaba que el momento del parto llegase rápido, para así poder tenerme por fin entre sus brazos. Y es que él le había prometido a mi madre que su recuerdo jamás desaparecería de nuestros corazones, y así fue como me la recordaba cada día hasta con el más pequeño y perfecto detalle que ella tenía. Él la amaba y jamás dejó de hacerlo, ni aún cuando ella falleció, más su presencia estuvo siempre, siempre con nosotros.
— ¿Señorita Amanda?
Una voz femenina me despierta. Suspiro y cubro mi rostro con ambas manos, para que no me vea bostezar. Alzo la mirada y me encuentro con unos ojos cafés posados sobre mí. Veo su aspecto y puedo darme cuenta de que es una enfermera o una doctora quizás, y probablemente sea quien esté atendiendo a mi padre. Rápidamente me levanto en cuanto aquel pensamiento se pasa por mi mente y le miró.
— Sí, soy yo. ¿Sucede algo con mi padre?
— Sí. —asiente ella, y se me ponen los pelos de punta— Despertó hace unos minutos y mientras lo hacía, murmuraba su nombre. Creemos que desea verla, ¿por qué no pasa?
— Claro que sí.
Digo rápidamente y me dirijo a la habitación donde se encuentra él. Suspiro aliviada al ver que tiene una mesa portátil sobre su regazo y come su desayuno sonriente. En el momento que él alza su cabeza, deja de comer y ríe levemente. Está bien, y me hace estar feliz. La angustia desaparece y una alegría inmensa me llena.
— Hija... Pensé que no llegarías.
— No pienses tanta tontería junta y dame un abrazo.
Él y yo reímos a la vez y le rodeo con mis ambos brazos con muchísimo cuidado. Le rodeo con tal delicadeza como si fuese a romperse. Suspiro una vez más y le pregunto.
— ¿Cómo te sientes?
— Como si tuviese quince.
Se echa a reír y niego con la cabeza, sin poder ocultar una risita.
— O aquella caída me hacía falta o... —se acerca un poco a mí para así poder susurrar— me han estado drogando...
Vuelve a echarse a reír y acaricio con delicadeza su cabellera. En el momento que separo mis labios para decir algo respecto su comentario, empieza a sonar mi móvil. Lo saco de mi bolsillo y miro su pantalla que parpadea con el nombre ''Rubia antipática'' en el medio. Es Elzabeth, quien me robó el puesto. No suelo ser así, pero venga, ella ha estado haciéndome la vida imposible desde que llegué. Ruedo los ojos y cancelo la llamada. Papá es mucho más importante que ella ahora y para siempre.
— Responde, hija. Tengo todo el tiempo del mundo. No voy a marcharme de aquí.
Dice él, mientras lleva la vista hasta su regazo, que es donde se encuentra la bandeja plegable para así indicarme que no ''escapará''. Niego con la cabeza y me siento en un pequeño sofá que está al lado de la camilla donde se encuentra papá. Y entonces el móvil vuelve a sonar. Lo cojo pero esta vez aprovecho de mirar la hora. 9:45; y acabo de despertar. No me había dado de que había pasado la noche entera en la sala de espera y sentada, claramente. Tampoco había notado la ausencia de Jeffrey, el vecino que nos trajo. Seguro se fue a trabajar. Por la tarde pasaré a agradecerle la amabilidad que tuvo con nosotros, de verdad significa demasiado para mí. Otra vez mi móvil empieza a sonar y estoy dispuesta a apagarlo. O es eso o agredo verbalmente a mi ex-compañera de trabajo. Le doy una mirada a la pantalla del móvil y noto que es un número desconocido. Mi ceño se frunce y deslizo mi dedo pulgar por aquella flecha verde, que da a contestar.
— ¿Hola?
— Amanda Stòcchi. Buen día.
Ésta voz masculina se me hace conocida, pero sigo sin saber a quién pertenece. ¿El Sr. Johnson? Nope. ¿Jeffrey, el vecino? Nope. ¿Steve, el compañero de trabajo? Nope. No, me rindo. Ni idea.
— Sí, Amanda. ¿Con quién hablo yo?
— Ferrer. Nathaniel Ferrer.
Trago saliva con nerviosismo y suspiro, para así responder.
— Señor Ferrer. ¿Sucede algo?
Más grosera no podía ser. Mi subconsciente me regaña y amenaza con abofetearme. Espera. Espera. ¿Cómo tiene mi número? De seguro la rubia creída se lo dio. Con esa sonrisa de seguro siempre gana todo fácilmente.
— Se le quedaron unos papeles en su antiguo escritorio. Venga a retirarlos si no desea que vayan a la basura.
En cuanto voy a responder sus cortantes palabras, me doy cuenta que colgó. ¿Cómo es posible que se puede ser dulce, cogiendo a una chica de la calle, completamente empapada y luego ser como una bestia? ¿Por qué recalca que aquel escritorio ya no es mío? O mejor dicho, ¿por qué recalca el hecho de que aquel ya no sea mi trabajo? Qué hombre más hiriente. Pero como sea, ni siquiera sé por qué me preocupan y hieren sus palabras. Jamás le he tomado peso a las palabras de alguna persona que no me interese así como él. De hecho, llegaré a recoger aquellos papeles y si él fuese a decirme algo..., arderá Troya.
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Unexpected.
RomanceAmanda tenía una vida como cualquier otra mujer en la tierra. Tenía un trabajo normal, una casa normal, un sueldo decente y un padre que cuidaba de ella, a pesar de ser ya adulta. Pero su vida tuvo un cambio drástico en el momento que a John, su pad...